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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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vulgaridades que eran en un tiempo tan comunes en los cultos de oración celebrados por losMetodistas; más comunes probablemente según lo que de ellos se decía, que lo que eran enrealidad. La gente poco ilustrada debe, cuando lo hace de corazón, orar del modo que pueda, yquizá su lenguaje a veces no suene bien a los melindrosos y aun a los devotos; pero es menestervérseles con indulgencia, y si su espíritu es evidentemente sincero, no podremos menos quesentirnos inclinados a perdonarles sus expresiones inconvenientes. Recuerdo que una vez oí enun culto de oración, a un buen hombre orar de esta manera: "Señor, vela por estos jóvenesdurante el tiempo de las fiestas, pues bien sabes, Señor, que sus enemigos los asechan, como losgatos asechan los ratones." Hubo personas que ridiculizaron esa expresión, pero a mí me pareciónatural y expresiva, considerando qué clase de persona era la que la usaba. Una ligera y suaveinstrucción, y una o dos indicaciones, bastarán por regla general para evitar que se repita algoque pueda ser vituperable en tales casos; pero nosotros los que ocupamos el púlpito debemoscuidar mucho de vernos libres de toda culpa. El biógrafo de aquel notable predicador americanometodista, Jacob Gruber, cita como un ejemplo de su viveza, que después de haber oído a unjoven ministro calvinista atacar su credo de una manera violenta, se le pidió que concluyera conuna oración, y entre otras peticiones, hizo al Señor la de que bendijera al joven que había estadopredicando, y le concediera la gracia bastante para que "su corazón se hiciese tan blando como sucabeza." No diremos nada del mal gusto manifestado con esa animadversión pública hacia unministro que se tiene por compañero; pero cualquier hombre sensato echará luego de ver que eltrono del Altísimo no es el lugar a propósito para hacer ante él una crítica tan vulgar. Muyprobablemente merecía el joven orador un castigo por su falta de caridad; pero a la vez el demayor edad, por su parte, pecó diez veces más por su falta de reverencia. Las palabras escogidasson para el Rey de reyes, y no las profanadas por una lengua imprudente.Otra falta que asi<strong>mis</strong>mo debe evitarse en la oración es una profana y cansada superabundanciade expresiones patéticas Cuando los adjetivos "Querido Señor," y "Bendito Señor," y "DulceSeñor," se prodigan como vanas repeticiones, tienen que contarse entre las peores manchas.Confieso que no me repugnaría oír las palabras "Querido Jesús," siempre que vinieran de loslabios de un Rutherford, de un Hanker o de un Herbert; pero cuando escucho palabras frívolas yfamiliares traídas a remolque por personas que de ninguna manera se distinguen por suespiritualidad, desearía de buena gana que los que tal hacen pudiesen de algún modo comprendermejor cuál es la verdadera relación que existe entre el hombre y Dios. La palabra "querido" enfuerza de tanto usarla se ha hecho tan común e insignificante, y es en algunos casos un epítetotan impertinente y afectado, usándolo mucho en, digámoslo así, nuestras oraciones, no es cosaque pueda edificar.Puede también objetarse enérgicamente contra la constante repetición de la palabra "Señor," queocurre en las primeras oraciones que pronuncian los jóvenes convertidos y aun en las de los<strong>estudiantes</strong>. Los adjetivos "¡Oh Señor! ¡Oh Señor! ¡Oh Señor!", nos cargan cuando los oímos tanconstantemente repetidos. "No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano," es un granmandamiento, y aunque la ley puede - ser trasgredida inadvertidamente, con toda su trasgresiónes un pecado, y muy grave por cierto. El nombre del Señor no es un cubre faltas de que debemosechar mano cuando nos faltan palabras. Cuidad, pues, de usar con la mayor reverencia el santonombre del infinito Jehová. Los judíos en sus escritos sagrados, o dejaban un espacio para la palabra"Jehová," o escribían en lugar de ella la de "Adonai," por juzgar a aquel santo nombredemasiado sagrado para el uso común; no necesitamos ser supersticiosos, pero bueno seria que42

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