soledades. Los hombres de Dios que se elevan sobre sus semejantes al ponerse en comunión máscercana con los asuntos celestiales, sienten la falta de simpatías humanas. Como su Señor en elhuerto de Getsemaní, buscan en vano consuelo en los discípulos que duermen a su rededor: seestremecen al ver la apatía de los hermanos que forman su pequeña banda, y vuelven a su secretaagonía agobiados por la pesada carga que sobre ellos gravita, porque han hallado durmiendo asus más queridos compañeros. Sólo el que lo ha experimentado, puede conocer la soledad de unaalma que ha sobrepujado a sus compañeros en celo por el Señor de los ejércitos: no se atreve amanifestar lo que siente, por temor de que se burlen de ella: no puede ocultarse a sí <strong>mis</strong>maporque hay un fuego interior que la calcina, y sólo ante la presencia del Señor le es posibledescansar. El hecho de que nuestro Señor haya enviado a sus discípulos de dos en dos, pone demanifiesto que él; bien sabia lo que en los hombres pasaba; pero para individuos de la talla dePablo, me parece que no habría podido hallarse un compañero adecuado. Bernabé, Silas o Lucas,eran prominencias demasiado bajas para ponerse en comunicación familiar con la alturaHimalayana como la del apóstol de los gentiles. Esta soledad que si no me equivoco, es sentidapor muchos de <strong>mis</strong> hermanos, es un fecundo manantial de abatimientos; y las reunionesfraternales de nuestros ministros, y el cultivo de santas relaciones con personas que en ideascongenien con nosotros, son cosas que con la bendición de Dios nos ayudarán en gran manera alibraros de semejante tentación.Apenas puede dudarse que los hábitos sedentarios tiendan a producir desaliento en algunas constituciones.Burton en su Anatomía de la Melancolía, trae un capitulo acerca de esta causa detristeza, y citando a uno de los miles de autores en cuyos dichos se inspira, dice lo siguiente:"Los <strong>estudiantes</strong> son demasiado negligentes por lo que hace a sus cuerpos. Otras clases depersonas cuidan de sus instrumentos o herramientas: un pintor lava sus pinceles; un herrero cuidade su martillo, de su yunque y de su fragua; un labrador compone su arado y afila su azadóncuando éste se le mella; un cazador tiene cuidado especial de sus halcones, perros, caballos, etc.;un músico templa y afloja las cuerdas de su instrumento, y sólo los <strong>estudiantes</strong> ven con abandonoel suyo, es decir, su cerebro y facultades mentales que usan diariamente." Decía Lucano y conrazón: "No retuerzas tanto la cuerda que se rompa." Estarse largo tiempo sin cambiar de postura,ponerse a ojear un libro, a tajar una pluma, etc., son en si <strong>mis</strong>mas, cosas que producen languidez;pero agréguese a eso un cuarto mal ventilado, un cuerpo que ha permanecido horas enteras sinningún ejercicio muscular, y un corazón abrumado con diferentes cuidados, y tendremos todoslos elementos para preparar una caldera hirviente de hastío y desánimo, especialmente cuando sesufre un sofocante calor, o vela la neblina la claridad del sol:Cuando un manto cual sudarioFúnebre cubre la tierra;Cuando en los bosques el aguaDe los árboles gotea,Y al desprenderse sus hojasMustias, marchitas y secasSe revuelven con el fangoFormando una alfombra negra.El hombre que se halle bajo la influencia de circunstancias tales, aun cuando sea por naturalezatan alegre como un pájaro, no podrá al cabo de algún tiempo resistirla, y tendrá que sucumbir:124
verá su gabinete de estudios como una cárcel, y sus libros como cadenas que en ella lo sujetan; ala vez que la naturaleza desde afuera de su ventana, le parecerá que lo llama brindándole salud ylibertad. El que olvida el zumbido de las abejas entre los brezales, el arrullo de las palomastorcazas en las floreritas, el trino de las aves en la espesura del bosque, el murmullo delserpenteante riachuelo, y el susurro del viento en los pinales, no debe sorprenderse de que sucorazón a su vez olvide cantar, y su alma pierda su vivacidad. Salir a respirar por un día el airefresco en los cerros, o vagar por unas horas bajo la apacible sombra de los árboles que formanuna floresta, seria una cosa que disiparía las brumas que invaden el cerebro de muchos denuestros trabajados ministros que apenas pueden vivir. Absorber un poco de brisa del mar, o unrato de ejercicio al aire libre, no regocijaría al espíritu, pero si daría algún oxigeno al cuerpo, yya sólo eso es mucho conseguir."Cuando el aire se halla en calma,Languidece el corazón;Mas si sus alas agita,Con su soplo al hombre quitaSu cansancio y postración."Los helechos y los conejos, los riachuelos y las truchas, los abetos y las ardillas, las prímulas yvioletas, las eras de las haciendas, el heno recién segado y el lúpulo oloroso, son todas estascosas eficaces medicinas para los hipocondríacos, tónicos seguros para los debilitados, einmejorables restauradores de fuerzas agotadas. Por falta de oportunidad o por desidia, estosgrandes remedios se ven con menosprecio, y el estudiante se convierte en víctima inmolada porsi <strong>mis</strong>mo.Las ocasiones en que más propensos estamos a sufrir abatimiento de ánimo, puede en miconcepto resumirse en el siguiente catálogo. La primera de todas que debo mencionar, es la horade un gran éxito. Cuando por fin miramos realizada una bella ilusión de nuestra vida; cuando pornuestro medio ha sido el nombre del Señor honrado y hemos logrado un gran triunfo, nossentimos entonces expuestos a desmayar. Podría imaginarse que en medio de favores especialesse remontaría nuestra alma a las alturas del éxtasis y se llenaría de goce indefinible, perogeneralmente sucede lo contrario. El Señor rara vez expone a sus guerreros a los peligros delenvanecimiento que causa una victoria: sabe que pocos de ellos pueden salir airosos de pruebasemejante, y de consiguiente vierte en su copa gotas de amargura. Ved a Elías: después que elfuego descendió del cielo; después que los sacerdotes de Baal fueron degollados y que el aguainundó las tierras secas, no hubo para él nota alguna de música halagadora; no se contoneó comoconquistador revestido de triunfales arreos, sino que huye de Jezabel, y sintiendo la reacción desu excitación intensa, manifiesta vivos deseos de morir. Ese profeta, predestinado a no morirjamás, anhela ansiosamente el descanso del sepulcro; y aun el <strong>mis</strong>mo César, monarca delMundo, en sus momentos de rapto lloraba como un chiquillo. La pobre naturaleza humana nopuede soportar los trasportes que los triunfos celestiales producen, y tiene que venirle unareacción. Un exceso de alegría o de excitación, tiene que ser pagado con descaecimientossubsiguientes. Mientras dura la prueba, la fuerza se equilibra con la emergencia; pero cuandoaquella concluye, la debilidad natural reclama su derecho a presentarse. Auxiliado secretamente,puede Jacob luchar toda una noche; pero cuando terminó su brega en la mañana siguiente,comenzó a cojear, y así se evitó que se envaneciera demasiado. Pablo pudo ser trasportado al125
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