que no confundan un capricho con la inspiración, y un antojo pueril con el llamamiento delEspíritu Santo.Fijaos bien en que el deseo de que he hablado, debe ser profundamente desinteresado. Si unhombre después de un cuidadoso examen de sí <strong>mis</strong>mo, puede descubrir que tiene un motivodiferente del de la gloria de Dios y el bien de las almas, para optar por el pastorado, haría bien envolverse de él inmediatamente; porque el Señor llevará a mal el ingreso de compradores yvendedores en su templo: la introducción de cualquiera cosa mercenaria, aun en el menor grado,será como la mosca en el bote de ungüento, y todo lo echará a perder.Este deseo debe ser tal que persista en nosotros, una pasión que resista toda clase de pruebas; unanhelo del cual nos sea imposible escapar, aunque hayamos procurado hacerlo; un deseo, ensuma, que crezca más intensamente con el transcurso de los años, hasta que llegue a convertirseen ahínco, en vehemencia, en hambre de proclamar la Palabra.Este intenso deseo es una cosa tan noble y hermosa, que siempre que lo veo inflamar el pecho dealgún joven, me muestro siempre tardo en desanimarle, aun cuando tenga <strong>mis</strong> dudas con respectoa su aptitud. Puede ser necesario, por razones que después os expondré, amortiguar esa llama,pero eso debe hacerse con repugnancia y prudencia. Tengo un respeto tan profundo por este"fuego en los huesos," que si yo <strong>mis</strong>mo no lo sintiese, dejaría en el acto el ministerio. Si vosotrosno sentís ese calor vivo y consagrado, os ruego que volváis a vuestras casas y sirváis a Dios en laesfera que os sea propia; pero si estáis asegurados de que arden dentro de vosotros brasas deenebro, no las sofoquéis, a menos que otras consideraciones de gran momento os prueben queese deseo no es un fuego de origen celestial.2. En segundo lugar, combinada con el vehemente deseo de hacerse pastor, debe tenerse laaptitud de enseñar, y en cierto grado, las otras cualidades necesarias para el desempeño del cargode instructor público. Para cerciorarse un hombre de su vocación, es menester que haga con buenéxito una prueba de ellas. No por esto pretendo que las primeras veces que un hombre se pone ahablar, predique tan bien como lo hacia Robert Hall en sus últimos días. Si no predica peor de loque ese grande hombre predicaba en un principio, no debe ser condenado. Ya sabéis que RobertHall se abatió completamente tres veces y exclamó: "¡Si esto no me hace humilde, nada lo hará!"Algunos de los más elocuentes oradores no tenían la mayor fluidez en su juventud. El <strong>mis</strong>moCicerón en un principio sufría debilidad de la voz y dificultad para pronunciar Con todo, no espreciso que un hombre considere que está llamado a. predicar, hasta haberse cerciorado de quepuede hablar. Dios ciertamente no ha criado al hipopótamo para que vuele y aunque el leviatántuviese un fuerte deseo de remontarse con la alondra, sería esa evidentemente una aspiracióninsensata, puesto que no está provisto de alas. Si un hombre estuviese llamado a predicar, sehallará dotado con cierta habilidad de locución que él cultivará y aumentará. Si no tuviese el donde expresarse medianamente en un principio, no es probable que alguna vez se pueda desarrollaren él.He oído hablar de un individuo que tenía un deseo muy intenso de predicar, y asediaba con susolicitación a su ministro, hasta que después de una multitud de desaires obtuvo per<strong>mis</strong>o parapredicar un sermón como prueba. Esta oportunidad fue el fin de sus importunaciones, pues alanunciar su texto se halló destituido de toda clase de ideas, con excepción de una que dio a18
conocer lleno de sentimiento, dejando en seguida la tribuna: "Hermanos míos," dijo, "si algunode vosotros piensa que es cosa fácil predicar, le aconsejo que suba aquí, y cambiará de modo depensar." La prueba de vuestras facultades os llevará hasta poneros de manifiesto vuestraincapacidad, si es que carecéis de la aptitud necesaria. No ha llegado a mí noticia que haya otracosa mejor. Debemos nosotros <strong>mis</strong>mos sujetarnos a inequívocas pruebas a este respecto, pues delo contrario no podemos tener la seguridad de si Dios nos ha llamado o no; y mientras duren talespruebas, debemos preguntarnos a menudo si sobre todo, podemos abrigar la esperanza deedificar a otros con semejantes discursos.Debemos sin embargo, hacer más que dejar eso a la decisión de nuestra propia conciencia yjuicio, porque somos jueces poco competentes. Cierta clase de hermanos tienen gran dificultadpara descubrir que han sido muy admirable y divinamente auxiliados en sus declamaciones; yoles envidiaría su gloriosa libertad y complacencia de si <strong>mis</strong>mo, si hubiera algún fundamento paraello; pero ¡ay! por lo que a mí toca, muy a menudo tengo que deplorar y lamentar mi falta deéxito y los escasos frutos que obtengo como orador. No hay que fiar mucho en nuestra propiaopinión; pero puede aprenderse mucho de personas juiciosas dotadas de ánimo espiritual. No esesta de ninguna manera una ley obligatoria a toda clase de personas, pero es con todo una buenay antigua costumbre en muchas de nuestras iglesias rurales, que el joven que aspira al ministerio,predique ante la congregación en lo particular. Con dificultad será esto alguna vez una ordalíamuy agradable para la juventud aspirante, y en muchos casos, apenas será un ejercicio muyedificante para el pueblo; pero sin embargo, puede suceder que sea un acto muy provechoso dedisciplina, y evite la exposición oficial de una extrema ignorancia. El libro llevado en la iglesiade Arnsby contiene el siguiente pasaje:"El dicho Robert Hall nació en Arnsby el 22 de mayo de 1764, y fue desde su niñez no sólo serioy dado a la oración secreta aun antes de poder hablar claro, sino enteramente inclinado a la obradel ministerio. Comenzó a componer himnos antes de cumplir siete años de edad, y en ellos diomuestras de piedad, de profundo pensamiento y de genio. Entre los ocho y los nueve años, hizovarios himnos que fueron muy admirados por muchos, uno de los cuales fue impreso en el"Cospel Magazine" (una revista evangélica) por ese tiempo. Escribió sus pensamientos sobrevarios asuntos religiosos y porciones selectas de la Biblia. Estaba al <strong>mis</strong>mo tiempo poseído deuna intensa inclinación por la instrucción, e hizo tales progresos, que el maestro de aldea bajocuya dirección estaba, no pudo enseñarle más. Fue enviado entonces a la escuela de internos deNorthampton, bajo el cuidado del Rev. John Ryland, en donde permaneció como un año ymedio, e hizo grandes progresos en latín y en griego. En octubre de 1778, fue a la Academia deBristol, bajo el cuidado del Rev. Mr. Evans; y el 13 de agosto de 1780, fue enviado al ministeriopor esta iglesia, no teniendo entonces más que diez y siete años y tres meses de edad. La causade que la iglesia quedara satisfecha de sus aptitudes para la grande obra, fue su manera de hablarcuando le llegaba su turno, en las juntas conferenciales, sobre varias porciones de la Escritura, enlas cuales y en la oración bahía participado por más de cuatro años; y el haber de regreso a sucasa, a petición de la iglesia, predicado en las mañanas de los domingos, con gran satisfacción delos fieles. Estos por lo <strong>mis</strong>mo, pidieron encarecida y unánimemente, el que fuese consagrado deuna manera solemne para un empleo público. En consecuencia, en el día antes dicho, fueexaminado por su padre delante de la iglesia, respecto de sus inclinaciones, motivos y fines, enreferencia al ministerio, pidiéndosele a la vez hiciera una declaración de sus sentimientos religiosos.Hecho todo lo cual a entera satisfacción de la iglesia, los miembros de ésta lo19
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mancha sobre el buen nombre que ten
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