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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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una copa de vinagre fuerte mezclado con agua, un trago del cual parecía darle a mi gargantanueva fuerza siempre que se cansaba y que la voz tendía a acabarse. Cuando se me pone un pocorelajada la garganta, ordinariamente pido a la cocinera que me prepare una taza de caldo de res,tan cargado de pimienta cuanto pueda yo soportarla, y hasta ahora este ha sido mi remedioeficaz. Empero, teniendo presente el que no estoy habilitado para funcionar como médico, no mehagáis caso más que a cualquier otro curandero. Tengo la confianza de que la mayor parte de lasdificultades que pertenecen a la voz en los primeros años de nuestro ministerio, desapareceránmás tarde, y el propio uso de ella llegará a ser tan natural como lo es un instinto. Quisiera yoanimar a los que tengan empeño a que perseveraran. Si sienten la Palabra de Dios como si fueraun fuego en sus huesos, aun el defecto de tartamudear se puede vencer, y también la timidezcuyo efecto nos paraliza tanto. Cobra ánimo, hermano, persevera, y Dios, la naturaleza y aun lapráctica, te ayudarán. No quiero deteneros por más tiempo, sólo os expresaré el deseo de quevuestro pecho, pulmón, traquea, laringe y todos vuestros órganos vocales, duren hasta que notengáis más que decir.***PLATICA IXSobre la AtenciónEs raro que se trate de este asunto en un libro sobre homilética, pero eso me parece muy extrañopuesto que la materia es muy interesante y digna de más de un capitulo. Me supongo que lossabios en homilética consideran que sus obras todas están cargadas de este asunto, y que nonecesitan tratarlo aparte por la razón de que como el azúcar en el té, sazona el todo. El tópico queasí se pasa por alto, es este: ¿Cómo se puede conseguir y retener la atención de nuestros oyentes?Si no se gana su atención, no será posible causarles ninguna impresión, y si aquella no se retieneuna vez adquirida, será infructuoso nuestro trabajo por mucho que hablemos.Se pone siempre como encabezamiento de las advertencias militares, la palabra "¡Atención!"escrita con caracteres grandes; y de modo semejante nosotros necesitamos que también lo esté entodos nuestros sermones. Nos es menester una atención fija, despreocupada, despierta y continuade parte de toda la congregación. Si están distraídos los ánimos de los que nos escuchan, nopueden recibir la verdad, y casi lo <strong>mis</strong>mo sucederá si son torpes. No es posible que les seaquitado a los hombres el pecado, de la <strong>mis</strong>ma manera que Eva fue sacada del costado de Adán,es decir, mientras están dormidos. Es preciso que estén despiertos, entendiendo lo que lesdecimos y sintiendo su fuerza; de otro modo, bien podríamos nosotros también entregarnos alsueño. Hay predicadores a quienes les importa muy poco que se les atienda o no, pues quedansatisfechos con haber predicado por media hora, ya sea que sus oyentes hayan o no sacado algúnprovecho. Cuanto más pronto ministros semejantes duerman en el cementerio y prediquen con elepitafio de su monumento sepulcral, tanto mejor será. Ciertos hermanos se dirigen al ventiladorcomo si trataran de atraerse la atención de los ángeles, y otros tienen la vista fija en su librocomo si les hubiera sido arrebatado su ánimo, o como si se tuvieran a sí <strong>mis</strong>mos por oyentes, y seconsideraran honrados con esa distinción. ¿Por qué no predican tales hombres en un llano, dirigiéndosea los astros? Si su predicación no tiene que ver con sus oyentes, bien podrían hacerloasí; si un sermón es un soliloquio, cuanto más solo se halle el que predica, tanto mejor será paraél. A un ministro racional, —y por desgracia no todos lo son, — debe parecer indispensable la98

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