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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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disponemos a la práctica de nuestros ejercicios más públicos: no debemos, pues, ser negligentesen ella, si no queremos exponernos a fracasar cuando tengamos que orar ante la gente.Nuestras oraciones nunca deben arrastrarse por la tierra; deben sublimarse y ascender.Necesitamos darle forma a nuestra mente en un molde celestial. Nuestras solicitaciones al tronode la gracia necesitan ser solemnes y humildes, no petulantes y estruendosas, o formales yhechas con dejadez. La forma coloquial del discurso es impropia ante el Señor; debemosinclinárnosle con la más reverente y humilde su<strong>mis</strong>ión. Es cierto que podemos hablarfrancamente con Dios, pero no olvidemos que El está en el cielo y nosotros en la tierra, yevitemos de consiguiente toda presunción. Al orar nos ponemos de un modo especial ante eltrono del infinito; y así como el cortesano en el palacio del rey pone otro semblante y observaotros modales distintos de los que acostumbra ante los demás cortesanos sus compañeros, asítambién es preciso que pase con nosotros. Hemos notado en las iglesias de Holanda, que tanluego como el ministro comienza a predicar todo el mundo se pone su sombrero; pero en elmomento que comienza a orar, todos en el acto se lo quitan.Esta fue la costumbre observada en las antiguas congregaciones puritanas de Inglaterra, y quepor mucho tiempo se practicó entre los Bautistas: tenían los concurrentes puestas sus cachuchasdurante aquellas partes del culto que en su concepto no envolvían una adoración directa, pero sedescubrían tan luego había un directo acercamiento a Dios ya fuese en cánticos o en oración. Meparece que esa práctica es impropia y errónea la razón que para ella se tenga. He insistido endemostrar que la diferencia entre la oración y un sermón no es grande y estoy cierto de que nadieintentaría volver a esa antigua costumbre o a dar cabida a la opinión que la hizo establecer; perocon todo, hay alguna, y como quiera que en la oración estamos hablando directamente con Dios,más bien que buscando la edificación de nuestros semejantes, debemos quitarnos el calzadoporque el lugar en que estamos es un terreno santo.Que únicamente el Señor sea el objeto de vuestras oraciones. Cuidaos de dirigir de algún modola vista a los oyentes; cuidaos de haceros retóricos para agradar a los que escuchan. La oraciónno debe trasformarse en un sermón oblicuo. Hay algo de blasfemo en hacer de la piedad unmotivo de ostentación. Las oraciones pulidas son por lo general malas oraciones. En la presenciadel Señor de los Ejércitos, cuadra mal a un predicador hacer gala de las plumas y oropeles de unsermón chabacano, con la mira de ganarse los aplausos de sus semejantes. Los hipócritas que seatreven a conducirse de ese modo, tendrán a no dudarlo su recompensa; pero recompensa que porcierto, no debemos envidiar. Una grave sentencia de condenación recayó sobre un ministrocuando lisonjeándole se decía que su oración era la más elocuente de cuantas se habían ofrecidoen una congregación de Boston. No se nos quita que procuremos excitar los sentimientos y lasaspiraciones de los que oyen nuestra oración; pero cada una de las palabras y pensamientos deella, deben elevarse a Dios, y sólo de ese modo impresionan al auditorio para llevar a los que loforman, Juntamente con sus necesidades, a la presencia del Señor. No echéis en olvido a la genteen vuestras oraciones, pero al dar a éstos forma, no llevéis la innoble mira de conquistar aplausos(mirad al cielo, miradlo sin cesar).Evitad toda clase de vulgaridades en la oración. Tengo que confesar que he oído algunas, perode nada serviría que las trajera a colación, tanto menos, cuanto que cada día se hace más raroescucharlas. Pocas veces en efecto, sucede ahora que nos encontremos en la oración con esas41

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