abundantes. Trabajad afanosamente en todos los momentos de que podáis disponer. Atesorad envuestros espíritus copiosas provisiones, y entonces, a modo de los comerciantes que poseenalmacenes bien surtidos, tendréis efectos listos para vuestros parroquianos; y una vez arregladosen los estantes de vuestro entendimiento, podréis disponer de ellos a cualquiera hora sinimponeros el engorroso trabajo de ir al mercado, arreglarlos, doblarlos y prepararlos. No creoque haya nadie que pueda tener buen éxito en conservar siempre listo el don de hablar deimproviso, si no es imponiéndose un trabajo mayor del que ordinariamente se echan a cuestas losque escriben y aprenden de memoria, sus discursos. Tened como regla sin excepción, de que paraque una cosa pueda desbordarse, necesita antes rebosar.La reunión de un caudal de ideas y de expresiones, es cosa útil en extremo.-Hay riqueza ypobreza en las unas y en las otras. El que ha adquirido vastos conocimientos, los tiene bienarreglados, perfectamente comprendidos, y está íntimamente familiarizado con ellos, podía asemejanza de algún príncipe de riquezas fabulosas, regar el oro a diestra y a siniestra entre lamultitud. A vosotros, señores, os será indispensable relacionaros estrechamente con la Palabra deDios, con la vida interior espiritual, y con los grandes problemas del tiempo y la eternidad. De laabundancia del corazón habla la boca. Acostumbraos a meditaciones celestes; escudriñad lasEscrituras; deleitaos en la ley del Señor, y no temáis al hablar de cosas que habéis saboreado ycon las cuales habéis estado en contacto, es decir, de las buenas nuevas que da Dios. Bien puedesuceder que algunos sean tardos en el hablar, al discutir asuntos que se hallen fuera de suexperiencia; pero vosotros, movidos por un ardiente amor hacia el Rey, y viviendo en tiernaintimidad con él, hallaréis que vuestro corazón os dicta con elocuencia, y que vuestra lengua serácomo la pluma de los diestros amanuenses. Llegaos a las raíces de las verdades espirituales pormedio de un conocimiento experimental de las <strong>mis</strong>mas, y de ese modo podréis exponerlas confacilidad a los demás. La ignorancia de la teología no es cosa rara en nuestros púlpitos, y deberlasorprendernos no el hecho de que haya tan pocos que puedan hacer una buena improvisación,sino el que hubiera muchos capaces de ello, siendo así que los teólogos se hallan tan escasos.Nunca tendremos grandes predicadores, sino hasta que tengamos grandes teólogos. Así como nopuede construirse un buque de guerra de un pobre arbusto, tampoco podrán formarsepredicadores idóneos de <strong>estudiantes</strong> superficiales. Si queréis ser fluentes, es decir, desbordaros,llenaos de toda clase de conocimientos, y con especialidad, del conocimiento de Cristo vuestroSeñor.Hicimos antes notar que un caudal de expresiones seria también cosa muy útil a unimprovisador; y en efecto, un rico vocabulario es inferior sólo a un buen acopio de ideas. Lasbellezas del lenguaje, las elegancias del discurso, y sobre todo, un buen acopio de frasescorrectas y persuasivas, son cosas que deben escogerse, recordarse y ser imitada en su oportunidad.No os quiero decir con esto que andéis cargando un lapicero de oro y apuntéis todas laspalabras sonoras que halléis en vuestras lecturas, para usarlas en vuestro próximo sermón; sinoque os hagáis cargo del significado de las palabras para que podáis estimar la fuerza de unsinónimo, juzgar del ritmo de una frase, y apreciar el valor de un expletivo. Debéis dominar ellenguaje, es decir, enseñorearos de las palabras, a fin de que éstas sean vuestros rayos o vuestrasgotas de miel. Los meros recogedores de palabras, no son otra cosa que meros acaparadores deconchas de ostras, de vainas de frijol y cáscaras de manzana; pero para el hombre de sólidainstrucción y profundos pensamientos, las palabras son canastillas de plata en que ofrecen sus114
manzanas de oro. Tened esto presente, y procuraos un buen tiro de palabras con que hacer andarel carro de vuestros pensamientos.Yo creo Igualmente que un hombre que desee hablar bien de improviso, debe cuidar de elegir unasunto que le sea bien conocido. Este es el punto principal. Desde que estoy en Londres,llevando la mira de adquirir la costumbre de hablar de improviso, nunca he estudiado opreparado algo para decirlo en nuestras juntas de oración que se efectúan los lunes en las noches.No he hecho más que aprovechar la oportunidad que en ellas se me presenta, para exhortar delmodo más conveniente a mi auditorio; pero habréis podido observar que en semejantes ocasionesnunca escojo asuntos de difícil oposición, o temas que con dificultad se puedan entender, sinoque sencillamente limito a pláticas familiares, por decirlo así, basadas en los elementos denuestra fe. Una vez ya de pie en reuniones de esa clase, el entendimiento de uno hace una revistapreguntándose a sí <strong>mis</strong>mo: "¿Qué asunto ha ocupado de preferencia mi pensamiento durante eldía? ¿Qué de notable he encontrado en <strong>mis</strong> lecturas durante la semana que acaba de pasar? ¿Quéimpresiona más mi corazón en este momento? ¿Qué se sugiere por los himnos y las oraciones?"Seria inútil pararse ante una congregación con la esperanza de ser inspirado acerca de asuntosque completamente se ignoran: si os halláis tan desprevenidos, el resultado será que como nadasabéis, tendréis probablemente que acabar por confesarlo, y el auditorio no será edificado. Perono veo qué razón haya para que un hombre no pueda hablar sin previa preparación sobre unasunto que le sea familiar cualquier comerciante bien versado en los negocios propios de su giro,podría explicárselos sin necesidad de ponerse a meditar sobre ellos y es indudable, por lo que anosotros hace, que debemos estar igualmente familiarizados con el uso esencial de principios denuestra santa fe. Seria ridículo que nos sintiéramos perplejos al ser invitados a hablar sobreasuntos que constituyen el pan cotidiano de nuestras almas. No veo tampoco qué resultaría en talcaso, de ponerse a escribir antes de hablar, pues que al proceder así, se tendría que improvisar loque se escribe, y una escritura improvisada es probablemente más débil aun que un discursopronunciado de igual manera. La ventaja de la escritura consiste en que se presta para unacuidadosa revisión; pero como los buenos escritos pueden expresar sus pensamientoscorrectamente desde un principio, se infiere que también pueden ser buenos oradores. Elpensamiento de un hombre que se halla en pie, hablando sobre un tema que le sea familiar, puedealejarse mucho de su punto de partida, pero será siempre la crema de sus meditaciones puestas enefervescencia por el calor de su corazón. Este, habiendo estudiado antes bien el asunto, aunqueno en ese momento, puede desarrollarlo con mucha propiedad; mientras que otro sentándose aescribir, podrá sólo estampar en el papel sus primeras ideas que quizá sean insípidas y vagas.No esperéis hallaros expeditos para efectuar lo que intentáis, a menos que previamente hayáis estudiadoel tema: esta paradoja es un consejo sugerido por la prudencia. Recuerdo haberme vistosujeto a una prueba difícil en una ocasión, y no sé como habría salido del aprieto en que me vi, sino hubiera estado medianamente práctico en la improvisación. Fue el caso que se me esperabapara que predicara en cierto templo, en donde se había reunido una numerosa congregación; y nohabiendo podido llegar a tiempo con motivo de haber encontrado algún tropiezo el tren en que yocaminaba, fue otro ministro a ocupar el lugar que me correspondía, y cuando al fin llegué, sinaliento de tanto correr, él estaba ya predicando un sermón. Viéndome aparecer en la puerta ypenetrar en la nave, se detuvo y dijo: "Hélo ahí;" y mirándome agregó: "os cedo este lugar, venidy terminad el sermón." Le pregunté como era natural, cuál era el texto y hasta dónde habíahablado sobre él, y me contestó cual era, advirtiéndome que había desarrollado su primera parte.115
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