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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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abundantes. Trabajad afanosamente en todos los momentos de que podáis disponer. Atesorad envuestros espíritus copiosas provisiones, y entonces, a modo de los comerciantes que poseenalmacenes bien surtidos, tendréis efectos listos para vuestros parroquianos; y una vez arregladosen los estantes de vuestro entendimiento, podréis disponer de ellos a cualquiera hora sinimponeros el engorroso trabajo de ir al mercado, arreglarlos, doblarlos y prepararlos. No creoque haya nadie que pueda tener buen éxito en conservar siempre listo el don de hablar deimproviso, si no es imponiéndose un trabajo mayor del que ordinariamente se echan a cuestas losque escriben y aprenden de memoria, sus discursos. Tened como regla sin excepción, de que paraque una cosa pueda desbordarse, necesita antes rebosar.La reunión de un caudal de ideas y de expresiones, es cosa útil en extremo.-Hay riqueza ypobreza en las unas y en las otras. El que ha adquirido vastos conocimientos, los tiene bienarreglados, perfectamente comprendidos, y está íntimamente familiarizado con ellos, podía asemejanza de algún príncipe de riquezas fabulosas, regar el oro a diestra y a siniestra entre lamultitud. A vosotros, señores, os será indispensable relacionaros estrechamente con la Palabra deDios, con la vida interior espiritual, y con los grandes problemas del tiempo y la eternidad. De laabundancia del corazón habla la boca. Acostumbraos a meditaciones celestes; escudriñad lasEscrituras; deleitaos en la ley del Señor, y no temáis al hablar de cosas que habéis saboreado ycon las cuales habéis estado en contacto, es decir, de las buenas nuevas que da Dios. Bien puedesuceder que algunos sean tardos en el hablar, al discutir asuntos que se hallen fuera de suexperiencia; pero vosotros, movidos por un ardiente amor hacia el Rey, y viviendo en tiernaintimidad con él, hallaréis que vuestro corazón os dicta con elocuencia, y que vuestra lengua serácomo la pluma de los diestros amanuenses. Llegaos a las raíces de las verdades espirituales pormedio de un conocimiento experimental de las <strong>mis</strong>mas, y de ese modo podréis exponerlas confacilidad a los demás. La ignorancia de la teología no es cosa rara en nuestros púlpitos, y deberlasorprendernos no el hecho de que haya tan pocos que puedan hacer una buena improvisación,sino el que hubiera muchos capaces de ello, siendo así que los teólogos se hallan tan escasos.Nunca tendremos grandes predicadores, sino hasta que tengamos grandes teólogos. Así como nopuede construirse un buque de guerra de un pobre arbusto, tampoco podrán formarsepredicadores idóneos de <strong>estudiantes</strong> superficiales. Si queréis ser fluentes, es decir, desbordaros,llenaos de toda clase de conocimientos, y con especialidad, del conocimiento de Cristo vuestroSeñor.Hicimos antes notar que un caudal de expresiones seria también cosa muy útil a unimprovisador; y en efecto, un rico vocabulario es inferior sólo a un buen acopio de ideas. Lasbellezas del lenguaje, las elegancias del discurso, y sobre todo, un buen acopio de frasescorrectas y persuasivas, son cosas que deben escogerse, recordarse y ser imitada en su oportunidad.No os quiero decir con esto que andéis cargando un lapicero de oro y apuntéis todas laspalabras sonoras que halléis en vuestras lecturas, para usarlas en vuestro próximo sermón; sinoque os hagáis cargo del significado de las palabras para que podáis estimar la fuerza de unsinónimo, juzgar del ritmo de una frase, y apreciar el valor de un expletivo. Debéis dominar ellenguaje, es decir, enseñorearos de las palabras, a fin de que éstas sean vuestros rayos o vuestrasgotas de miel. Los meros recogedores de palabras, no son otra cosa que meros acaparadores deconchas de ostras, de vainas de frijol y cáscaras de manzana; pero para el hombre de sólidainstrucción y profundos pensamientos, las palabras son canastillas de plata en que ofrecen sus114

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