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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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inmortalizado en su "Dunciad» solía burlarse, entre semana, de los acontecimientos actuales; yde los asuntos teológicos, los domingos. Su fuerte consistía en sus chanzonetas de mal gusto, enlos tonos de su voz y en sus gestos. Un autor satírico dice respecto a él: "¡Cuán fluentesdisparates emanan de su lengua!" Señores, nos hubiera sido mejor no haber nacido, que oír quecon razón se dijera otro tanto respecto de nosotros. So pena de la pérdida de nuestras almas, nosvemos obligados a ocuparnos de las solemnidades de la eternidad, y no de asuntos mundanales.Pero debo advertiros que hay otros métodos, y más atractivos, de edificar con madera y paja, y osconviene que no estéis engañados por ellos. Esta observación es necesaria especialmente, paralos que suelen tener sentencias altisonantes por la elocuencia, y expresiones extranjeras por granprofundidad de pensamientos. Algunos profesores de homilética, por medio de su ejemplo, si node sus preceptos, alientan hinchazón en el estilo retórico y grandes palabras vacías, y por tanto suinfluencia es muy peligrosa para los predicadores jóvenes. Figuraos un discurso comenzando conuna declaración tan asombrosa y estupenda como la siguiente, que por su grandeza natural osimpresionará, del sentido de lo sublime y lo hermoso: "El Hombre es Moral." Bien hubierapodido agregar este hombre de ingenio, "Un gato tiene cuatro pies." habría habido tanta novedaden una como en otra afirmación. Recuerdo un sermón escrito por un hombre que aspiraba a sertenido por profundo, que no dejó de asombrar al lector por sus palabras larguísimas, pero queuna vez sondeadas, significaban esencialmente esto y nada más: el hombre tiene una alma quevivirá en el otro mundo, y por tanto, debe tomar todas las precauciones posible para ocupar unlugar feliz. Nadie puede hacer objeción alguna a tal doctrina, pero no es tan moderna que senecesite una bocanada de trompeta y 'una procesión de frases pulidas para introducirla a laatención pública. El arte de decir cosas ordinarias elegante y pomposamente, congrandilocuencia e hinchazón en el estilo, no se ha perdido entre nosotros. ¡Ojalá que fuera así!Los sermones de esta clase se han presentado como modelos, y sin embargo, son como pequeñosglobos de caucho del tamaño de una pulgada, los cuales se inflan hasta que llegan a ser como losglobos aerostáticos de varios colores que los vendedores ambulantes llevan por las calles yvenden en unos cuantos centavos cada uno para deleitar a los niños, siendo adecuado el símil,siento decirlo, aun más allá; porque en algunos casos estos sermones contienen un poco deveneno con motivo de dárseles color, cosa que algunos hombres poco instruidos, han descubiertoa costa suya. Es infame que subáis a vuestro púlpito y derraméis en la congregación ríos devocablos y cascadas de palabras, en que una mera charla se encuentra en solución, a semejanzade granos infinitesimales de medicina homeopática en un océano de palabrería. Mucho mejorseria dar al pueblo masas de verdad pura sin pulimento alguno como los pedazos de carnerecibidos de un tablajero cortados de cualquier modo, incluyendo los huesos, y aun ensuciadosen las aserraduras, que ofrecerles en un plato de porcelana de China una tajada deliciosa de nada,adornada del perejil de la poesía y sazonada con la salsa de la afectación. Será para vosotros unadicha que seáis guiados por el Espíritu Santo de tal modo que testifiquéis con claridad todas lasdoctrinas que constituyen el Evangelio o pertenecen a él. Ninguna verdad se debe reprimir. Ladoctrina de reserva, tan detestable cuando se promulga por los jesuitas, no pierde nada de suveneno cuando se acepta y enseña por los protestantes. No es verdad que algunas doctrinas sontan sólo para los iniciados: no hay nada en la Biblia que se avergüence de la luz. Las opinionessublimes de la soberanía divina tienen un objeto práctico, y no son, como dicen algunos, merassutilezas metafísicas. Las declaraciones terminantes del Calvinismo pertenecen a la vida diaria, ya la experiencia común, y si creéis en ellas o en otras contrarias, no estáis en el derecho deocultar vuestras creencias. Una reticencia cantada no es ordinariamente sino una mera perfidia56

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