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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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dijo: "Luego, hermanos míos, él era la verdad, un sujeto perezoso." Este fue el exordio, yenseguida agregó: "El fue a cazar, y con mucho trabajo cogió una liebre; pero era tan desidioso,que no quiso asarla. ¡Por cierto que él era uno de los más perezosos!" El buen hombre nos hizosentir cuán ridícula era tal pereza, y entonces dijo: "Pero probablemente sois tan culpables comoaquel hombre, pues hacéis, en efecto, lo <strong>mis</strong>mo oís decir que un ministro popular ha llegado deLondres, ' ensilláis el caballo y lo ponéis al carro, y camináis diez o veinte leguas para oírle; ydespués de haber escuchado el sermón, dejáis de aprovecharlo. Cogéis la liebre, pero no la asáis;vais a cazar la verdad, pero no la recibís." Entonces seguía enseñando que así como es necesariococer la carne para que el cuerpo la asimile, (pero él no empleó esta palabra), así es preciso quela verdad se prepare antes que se pueda recibir en el alma, de tal manera que nos alimentemoscon ella y crezcamos. Agregó que iba a enseñarnos el modo de cocer un sermón, y lo hizo de unamanera muy instructiva. Empezó, siguiendo el estilo de los libros que tratan del arte de cocina:"Primero, coged la liebre." "Así," dijo él, "primero, conseguid un sermón evangélico." Enseguida dijo que muchos sermones no valían la pena de ir a cazarlos, y que había muy pocossermones buenos; y que valdría la pena irse a cualquiera distancia para escuchar un discursosólido y Calvinista y hecho a la antigua. Encontrado el sermón, bien podría suceder que algunosdistintivos de él, originándose de la flaqueza del predicador, no fuesen provechosos, y por estarazón, se deberían desechar. Enseguida se ocupó del deber de discernir y de juzgar lo que seoyera, y de no dar crédito a todas las palabras de nadie. Después nos puso de manifiesto el modode asar un sermón, diciendo que era necesario meter el asador de la memoria en él de un extremoal otro, voltearlo sobre el eje de la meditación, ante el fuego de un corazón verdaderamenteardiente y atento, y que de este modo se cocerla y serviría de nutrimento realmente espiritual. Osdoy sólo el bosquejo, y aunque parezca algo ridículo, no causó esta impresión en los que loescucharon: Abundó en alegorías, y cautivó la atención de todos desde el principio al fin. "Señormío, ¿cómo está usted?" fue el saludo que le dirigí un día por la mañana. "Me da gusto verle austed en tan buena salud, considerando que ya es anciano." "Si," me contestó, "estoy en buenestado a pesar de mi edad, y apenas puedo percibir la menor disminución en mi fuerza natural.""Espero," respondí, "que su buena salud continúe por muchos años, y que como Moisés,descenderá al sepulcro, no oscureciéndose sus ojos ni perdiéndose su vigor." "Todo esto suenamuy bien," dijo el anciano, "pero en primer lugar, Moisés nunca descendió al sepulcro, sinosubió a él; y en segundo lugar, ¿qué das a entender por lo que acabas de decirme? ¿Por qué no seoscurecieron los ojos de Moisés?" "Me supongo," respondí yo, avergonzado, "que su modonatural de vivir, y su espíritu tranquilo, le habían ayudado a conservar sus facultades, y a hacerleun anciano vigoroso." "Es muy probable," contestó él, "pero mi pregunta no se dirigía a esto:¿qué quiere decir el pasaje citado?, ¿cuál es su enseñanza espiritual? ¿No es esto: Moisés es laley, y ¡qué fin tan glorioso le puso Dios en el monte de su obra ya completa! ¡Cuán dulcementese adormecieron sus terrores al recibir un beso de la boca Divina!, y fíjate en que la razón de porqué la ley ya no nos condena, no es porque sus ojos se oscurecen de tal manera que no puede vernuestros pecados, ni porque se perdió su vigor para maldecir y castigar, sino porque Jesucristo lollevó al monte, y allá le puso fin de un modo glorioso." De esta naturaleza eran susconversaciones usuales y su ministerio. Reposen en paz sus cenizas. Apacentó ovejas durante losaños tiernos de su vida, y después se hizo pastor de hombres y solía decirme que "habíaencontrado a los hombres más ovejunos que las ovejas." Los conversos que hallaron el caminocelestial por él como instrumento, eran tan numerosos, que al recordarlos, nos parecemos a losque vieron al cojo saltando por la palabra de Pedro y de Juan: estaban dispuestos a criticar, pero"viendo al hombre que había sanado, que estaba con ellos, no podían decir nada en contra." Con84

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