que estando en una sociedad mixta. Los tiempos que a la humillación y a las súplicas destina laIglesia toda, nos aprovecharán también, si tomamos parte en ellas de buena voluntad. Nuestrastemporadas de ayuno y de oración en el Tabernáculo, han sido días gloriosos en verdad: nuncahan estado las puertas del cielo abiertas más que entonces de par en par; jamás nuestroscorazones han estado más cerca que entonces, de la gloria central. Pienso en nuestro mesdedicado a una devoción especial, como los marinos piensan en la tierra a donde se proponenarribar. Aun cuando nuestros trabajos públicos los dejáramos a un lado a fin de proporcionarnostiempo suficiente para la oración especial, tendrían con eso una gran ganancia nuestras iglesias.Nuestro silencio podría ser mejor que nuestras voces, si nuestra soledad la empleásemos conDios. Es de elogiarse lo que hizo el viejo Jerónimo cuando dejó a un lado todos los compro<strong>mis</strong>osde urgencia que tenía para llevar a cabo un propósito que él consideraba como inspirado delcielo. Tenía una numerosa congregación, tan numerosa como cualquiera de nosotros la quisieratener, pero les dijo a sus gentes: "Ahora es de necesidad que sea traducido el Nuevo Testamento,y debéis buscar otro predicador: la traducción es menester que se haga. Voy a irme al desierto yno volveré hasta que mi tarea quede terminada." Se fue en seguida con sus manuscritos, y oró ytrabajó y produjo una obra—La Vulgata Latina—que durará tanto como el mundo, y que es unaadmirable versión de la Santa Escritura. Como el retiro consagrado al estudio y a la oraciónjuntamente, pudo producir una obra inmortal, si nosotros de igual modo dijéramos a nuestragente al sentirnos movidos para ello: "Queridos amigos, no podemos abstenernos de irnos poruna corta temporada, a refrescar nuestras almas en la soledad," el provecho que saquemos prontose echaría de ver, y si no escribíamos Vulgatas Latinas, haríamos sin embargo una obra inmortalal grado que ni el <strong>mis</strong>mo fuego la podría consumir.***PLATICA IVNuestra Oración PúblicaSe han jactado algunas veces los episcopales de que los fieles van a sus iglesias a orar y a adorara Dios, mientras que los miembros de otras no se reúnen sino para escuchar sermonesmeramente. Nuestra contestación a esto es, que si bien puede haber algunos profesores que seanculpables de esta falta, no sucede lo <strong>mis</strong>mo con respecto al pueblo de Dios entre nosotros, pueséste se forma de las únicas personas que siempre tendrían verdadera devoción en cualquieraiglesia. Nuestras congregaciones se reúnen con el fin de adorar a Dios, y aseguramos, teniendoen qué fundarnos para hacerlo así, que hay tanto de verdad y de oraciones aceptables ofrecidasen nuestros cultos ordinarios No confor<strong>mis</strong>tas, como puede haberlas en los mejores y máspomposos de la Iglesia de Inglaterra.Además, si dicha observación lleva por objeto implicar que el escuchar sermones no es adorar aDios, se apoya en un grande error, porque oír el Evangelio es en verdad, una de las partes másinteresantes de la adoración tributada al Altísimo. Es un ejercicio mental, cuando se practica deun modo debido, en que se ponen en juego para actos devocionales, todas las facultades delhombre espiritual. El acto de escuchar reverentemente la Palabra ejercita nuestra humildad,ilustra nuestra fe, nos llena de radiante38
***PLATICA IVNuestra Oración PúblicaSe han jactado algunas veces los episcopales de que los fieles van a sus iglesias a orar y a adorara Dios, mientras que los miembros de otras no se reúnen sino para escuchar sermonesmeramente. Nuestra contestación a esto es, que sí bien puede haber algunos profesores que seanculpables de esta falta, no sucede lo <strong>mis</strong>mo con respecto al pueblo de Dios entre nosotros, pueséste se forma de las únicas personas que siempre tendrían verdadera devoción en cualquieraiglesia. Nuestras congregaciones se reúnen con el fin de adorar a Dios, y aseguramos, teniendoen qué fundarnos para hacerlo así, que hay tanto de verdad y de oraciones aceptables ofrecidasen nuestros cultos ordinarios No confor<strong>mis</strong>tas, como puede haberlas en los mejores y máspomposos de la Iglesia de Inglaterra.Además, si dicha observación lleva por objeto implicar que el escuchar sermones no es adorar aDios, se apoya en un grande error, porque oír el Evangelio es en verdad, una de las partes másinteresantes de la adoración tributada al Altísimo. Es un ejercicio mental, cuando se practica deun modo debido, en que se ponen en juego para actos devocionales, todas las facultades delhombre espiritual. El acto de escuchar reverentemente la Palabra ejercita nuestra humildad,ilustra nuestra fe, nos llena de radiante alegría, nos inflama de amor, nos inspira ardiente celo ynos levanta el alma a la mansión celestial. Muchas veces un sermón ha sido una especie de escalade Jacob en la que hemos visto a los ángeles de Dios subir y bajar, y en cuya cima se halla el<strong>mis</strong>mo Dios que ha celebrado pacto con nosotros. Con frecuencia hemos sentido cuando Dios hahablado por medio de sus siervos las siguientes palabras a nuestras almas: "Esto no es otra cosaque la casa de Dios y la <strong>mis</strong>ma puerta del cielo." Hemos magnificado el nombre del Señor yalabándolo con toda la efusión de nuestro corazón, mientras ha estado hablándonos por medio desu Espíritu que ha comunicado a los hombres. De aquí es que no existe la grande distinción entrela predicación y la oración, que algunos quisieran que admitiéramos, porque la una parte delculto, va por su naturaleza a dar a la otra, y el sermón con frecuencia inspira la oración y elhimno. La verdadera predicación es una aceptable adoración de Dios, por la manifestación que sehace de sus divinos atributos. El testimonio que se da a su Evangelio que prominentemente leglorifica, y la obediencia con que se escucha la verdad revelada, son una forma aceptable deadoración al Altísimo, y quizá una de las más espirituales que el entendimiento humano puedeejecutar. Con todo, como el antiguo poeta romano nos dice, es conveniente que recibamoslecciones de nuestros enemigos, y por tanto, bien puede ser que nuestros opositores en liturgianos hayan indicado lo que es, en algunos casos, un lado débil en nuestros cultos públicos. Es detemerse que nuestros ejercicios piadosos no estén siempre modelado en la mejor forma, opresentados de la manera más recomendable. Hay casas de reunión en que las oraciones que sehacen no son ni tan devotas ni tan cordiales como es de desearse; en otras, se halla la cordialidadtan aliada con la ignorancia, y la devoción tan adulterada como un lenguaje altisonante, queningún creyente dotado de buena inteligencia puede asistir al culto con placer. Orar en el EspírituSanto no es cosa muy general entre nosotros, no que todos oren tanto con el entendimiento como39
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mancha sobre el buen nombre que ten
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