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Discursos a mis estudiantes - David Cox

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sus oyentes festejando siempre a todos, por más que con frecuencia debieran lamentar suserrores. Se sientan a sus mesas y se regalan a su satisfacción, sin cuidarse de amonestarlos a quehuyan de la ira por venir. Son como los relojes despertadores cuyo mecanismo hace que nodespierten a uno si no quiere ser por ellos despertado.Impongámonos como deber el sembrar no sólo en una tierra buena y fecunda, sino en las piedrasy el camino real, y en el último gran día tendremos una buena cosecha. Ojalá que el pan queechamos sobre las aguas en tiempos y ocasiones anormales, volvamos a hallarlo después demuchos días.***PLATICA XIII.A los que Cuentan con Escasos Útiles para Trabajar¿Qué corresponde hacer a los ministros que cuentan con útiles escasos? Aquí me refiero a losque pueden disponer de pocos libros, y carecen de recursos suficientes para comprar mayornúmero. Este es un mal que debe siempre evitarse, y las Iglesias por lo <strong>mis</strong>mo, estánestrictamente obligadas a cuidar de que no exista jamás. Hasta donde a ellas les sea posible, lesincumbe el deber de proporcionar a su ministro no sólo el alimento material, para conservar-le lavida y vigor del cuerpo, sino también el espiritual a fin de que su alma no muera de languidez.Una buena biblioteca debe considerarse como una parte íntegra e Indispensable del mobiliarioeclesiástico, y los diáconos cuyas funciones son atender al servicio de la mesa, obraránacertadamente sin descuidar la mesa del Señor ni la de los pobres, y sin disminuir las provisionesde la del ministro, atienden a la vez a la de su estudio y la tienen surtida de obras nuevas y librosde los mejores en abundancia. Esto seria emplear perfectamente el dinero pues se obtendríanmagníficos resultados. En vez de declamar contra la decadencia del poder del púlpito, loshombres más influyentes en la Iglesia deben esforzarse en mejorar ese poder proveyendo alpredicador de buen alimento espiritual. Poned el látigo dentro del pesebre, es el mejor consejoque yo daría a todo el que refunfuña.Hace algunos años traté de inducir a nuestras iglesias a que estableciesen bibliotecas para losministros, como cosa de primera necesidad, y hubo gentes sensatas que persuadidas de la razónque para ello me asistía, comenzaron a poner en práctica la idea que sugerí. He visto enconsecuencia con mucha satisfacción aquí y allá, estantes provistos de algunos volúmenes.¡Ojalá que lo <strong>mis</strong>mo se hubiera hecho en todas partes! pero ¡ay! mucho me temo que una largasucesión de famélicos ministros traerá a los que por ellos se perjudiquen, la convicción de que laparsimonia para con los pastores de almas es una mal entendida economía. Las iglesias que nopueden cubrir un presupuesto liberal, hallarán alguna compensación fundando una bibliotecacomo parte permanente de su establecimiento; y si procuran enriquecerla año por año, llegarán ahacerla en breve verdaderamente valiosa. En la casa solariega de mi venerable abuelo, habla unaregular colección de obras antiguas puritanas de mucho mérito, que de ministro en ministrohabían usado y reunido. Recuerdo que existían entre ellas algunos tomos voluminosos cuyoprincipal interés estaba para mí en sus curiosas letras iniciales adornadas con pelícanos, grifos,muchachitos en recreo o patriarcas trabajando. Puede objetarse que los libros están expuestos aun extravío por su constante cambio de lectores, pero yo por mi parte los expondría a ese riesgo.139

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