preciso que no incurra en el error de imaginar que hay fuerza en la viveza de carácter, y poder enhablar con acritud. Un pagano que se hallaba una vez entre un gentío en Calcuta, oyendo a un<strong>mis</strong>ionero discutir con un brahmán, dijo que sabía quién tenía razón, aunque no entendiera elidioma, pues sabia que carecía de ella el que primero perdía la serenidad. Para la mayor parte,eso es una manera lógica de juzgar. Evitad el debatir con la gente. Exponed en buena horavuestras opiniones, pero dejad que los demás emitan las suyas. Si veis que una vara está curva yqueréis que la gente se persuada de ello, bastará que pongáis al lado de la curva otra vara que nolo esté. No tenéis que hacer más. Más si os halláis envueltos en una controversia, empleadargumentos duros, pero palabras suaves. A menudo no podréis convencer a un hombre apelandosólo a su razón, pero lo conseguiréis si lográis haceros de su afecto. El otro día sucedió quenecesitaba yo un par de botas nuevas, y aunque le mandé al zapatero que me las hiciera grandescomo unas canoas, hice los mayores esfuerzos para ponérmelas, y no lo conseguí. Armado de untirabotas entré en unas fatigas como los tripulantes del buque en que viajaba Jonás, pero todo envano. En esas estaba yo cuando un amigo mío que me vio en semejantes apuros, me aconsejóque les untara a las botas por dentro un poco de jabón, y una vez hecho esto me las puse en unmomento. Señores, llevad a prevención con vosotros un pedazo de jabón cuando estéis ensociedad, es decir, un paquetito de persuasión cristiana, y pronto tendréis ocasión de descubrir suvirtud.Por último, sin dejar de ser amable el ministro, debe ser firme en sus principios, y atrevido paraconfesarlos- y sostenerlos cuando la ocasión así lo exija, en donde quiera que esté. Cuando se lepresente una buena oportunidad de hacerlo, o haya conducídose de modo que pueda contar conella, que no se muestre tardo en aprovecharla. Fuerte en sus convicciones, patético y sincero ensu expresión, y sin encono ni saña, que hable como hombre y dé gracias a Dios por eseprivilegio. No debe andar con reticencias, ni hay ninguna necesidad de que las tenga. Los másdisparatados romances de los espiritualistas, los sueños más fantásticos de los reformadoresutópicos, las charlas más insulsas de la población y aun las mayores vaciedades de la gentefrívola, exigen un auditorio y lo consiguen. Y ¡qué! ¿Sólo Cristo no ha de ser oído? ¿Tendremosque callar sus amorosos mensajes, por temor de que se nos tilde de intrusos y santurrones?¿Tiene, acaso, que archivarse la religión, o es que está prohibido hablar del más noble de lostemas? Si ésta fuese la regla de alguna sociedad, no debemos conformarnos con ella. Si no estáen nuestra mano modificarla, dejemos tal sociedad huyendo de ella, como se huye de una casaapestada de fiebre tifoidea. No consintamos en que se nos amordace, pues no hay razón ningunapara ello. No debemos ir a un lugar al que no podamos llevar a nuestro Señor y Maestro connosotros. Ya que otros se toman la libertad de pecar, no renunciemos nosotros a la dereprenderlos y amonestarlos.Bien llevada nuestra conversación común, puede ser un medio muy eficaz para beneficiar a losdemás. Pueden surgir de una sola sentencia, una serie de pensamientos que produzcan laconversión de personas a cuya noticia no hayan llegado jamás nuestros sermones. El método dellevar la verdad a la gente en lo individual, ha dado los mejores resultados; pero ya esto es otracosa que apenas puede considerarse comprendida en la conversación común. Voy a terminardiciéndoos que es de esperar que no demos lugar, no digo en el pulpito, no aun en nuestraconversación ordinaria, a que se nos juzgue comprendidos en cierta clase de personas cuya únicaocupación es llevar a todos el barreno, y por ningún motivo se resuelven a desagradar a nadie porreprochable que pueda ser su modo de vivir. Tales personas entran y salen entre las familias y138
sus oyentes festejando siempre a todos, por más que con frecuencia debieran lamentar suserrores. Se sientan a sus mesas y se regalan a su satisfacción, sin cuidarse de amonestarlos a quehuyan de la ira por venir. Son como los relojes despertadores cuyo mecanismo hace que nodespierten a uno si no quiere ser por ellos despertado.Impongámonos como deber el sembrar no sólo en una tierra buena y fecunda, sino en las piedrasy el camino real, y en el último gran día tendremos una buena cosecha. Ojalá que el pan queechamos sobre las aguas en tiempos y ocasiones anormales, volvamos a hallarlo después demuchos días.***PLATICA XIII.A los que Cuentan con Escasos Útiles para Trabajar¿Qué corresponde hacer a los ministros que cuentan con útiles escasos? Aquí me refiero a losque pueden disponer de pocos libros, y carecen de recursos suficientes para comprar mayornúmero. Este es un mal que debe siempre evitarse, y las Iglesias por lo <strong>mis</strong>mo, estánestrictamente obligadas a cuidar de que no exista jamás. Hasta donde a ellas les sea posible, lesincumbe el deber de proporcionar a su ministro no sólo el alimento material, para conservar-le lavida y vigor del cuerpo, sino también el espiritual a fin de que su alma no muera de languidez.Una buena biblioteca debe considerarse como una parte íntegra e Indispensable del mobiliarioeclesiástico, y los diáconos cuyas funciones son atender al servicio de la mesa, obraránacertadamente sin descuidar la mesa del Señor ni la de los pobres, y sin disminuir las provisionesde la del ministro, atienden a la vez a la de su estudio y la tienen surtida de obras nuevas y librosde los mejores en abundancia. Esto seria emplear perfectamente el dinero pues se obtendríanmagníficos resultados. En vez de declamar contra la decadencia del poder del púlpito, loshombres más influyentes en la Iglesia deben esforzarse en mejorar ese poder proveyendo alpredicador de buen alimento espiritual. Poned el látigo dentro del pesebre, es el mejor consejoque yo daría a todo el que refunfuña.Hace algunos años traté de inducir a nuestras iglesias a que estableciesen bibliotecas para losministros, como cosa de primera necesidad, y hubo gentes sensatas que persuadidas de la razónque para ello me asistía, comenzaron a poner en práctica la idea que sugerí. He visto enconsecuencia con mucha satisfacción aquí y allá, estantes provistos de algunos volúmenes.¡Ojalá que lo <strong>mis</strong>mo se hubiera hecho en todas partes! pero ¡ay! mucho me temo que una largasucesión de famélicos ministros traerá a los que por ellos se perjudiquen, la convicción de que laparsimonia para con los pastores de almas es una mal entendida economía. Las iglesias que nopueden cubrir un presupuesto liberal, hallarán alguna compensación fundando una bibliotecacomo parte permanente de su establecimiento; y si procuran enriquecerla año por año, llegarán ahacerla en breve verdaderamente valiosa. En la casa solariega de mi venerable abuelo, habla unaregular colección de obras antiguas puritanas de mucho mérito, que de ministro en ministrohabían usado y reunido. Recuerdo que existían entre ellas algunos tomos voluminosos cuyoprincipal interés estaba para mí en sus curiosas letras iniciales adornadas con pelícanos, grifos,muchachitos en recreo o patriarcas trabajando. Puede objetarse que los libros están expuestos aun extravío por su constante cambio de lectores, pero yo por mi parte los expondría a ese riesgo.139
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