tercer cielo y allí escuchar cosas indecibles, pero una espina que sintió en su carne, comomensajera para combatirla, enviada por Satanás, debía ser la inevitable secuela. Los hombres nopueden saborear una felicidad absoluta; ni aun los mejores de entre ellos poseen la idoneidadnecesaria para tener "la frente ceñida de mirto y de laurel," sin sentir una humillación secreta quelos haga no salir del lugar que les es propio. Llevados como por un remolino por un avivamientoespiritual; levantados por la popularidad, exaltados por un buen éxito en la ganancia de almas,seriamos como el hollejo y la paja que arrastra el aire tras si, si no fuera porque la disciplina de la<strong>mis</strong>ericordia se digna romper los buques de nuestra vanagloria por medio de un fuerte viento quehace soplar del Oriente, y nos hace naufragar arrojándonos desnudos y desamparados sobre laRoca de la Eternidad.Antes de acometer alguna empresa de importancia, es muy común que se sienta algo del <strong>mis</strong>modesaliento. Al pulsar las dificultades que se nos presentan parece que se nos encoge el corazón.Los hijos de Anak andan majestuosamente ante nosotros y nos conceptuamos como pequeñosinsectos en su presencia. Las ciudades de Canaán están rodeadas: de murallas que llegan hasta elcielo, y ¿quiénes somos nosotros para abrigar la esperanza de capturarlas? Nos viene la tentaciónde rendir nuestras armas y dar la media vuelta. Nínive es una gran ciudad, y preferimos huir aTarso antes que hacer frente a su estruendosa población. Nos sentimos dispuestos a buscar unaembarcación que nos conduzca lejos de aquella terrible escena y sólo el temor de una tempestadrefrena nuestros deseos. Esto fue lo que yo experimenté la primera vez que vine como pastor aLondres. Me espantaba al pensar en el éxito que pudiera yo alcanzar; y el pensamiento de lacarrera que parecía abrírseme, lejos de envanecerme, me arrojaba en el abismo más profundodesde el fondo del cual entonaba mi <strong>mis</strong>erere, sin hallar lugar donde prorrumpir en el gloria inexcelsis. ¿Quién era yo para servir de guía a tan numerosa multitud? Hubiera querido volver a miprimitiva oscuridad, allá en mi pueblo o emigrar por la América y buscar allí un nido solitario enlos bosques en donde pudiera hallarme en aptitud de hacer lo que de mi se tendría el derecho deesperar. Entonces fue cuando comenzó a levantarse la cortina que cubría el futuro trabajo de mivida, y me amedrentaba la revelación que del <strong>mis</strong>mo iba yo a tener. No carecía de fe, pero estabatemeroso y persuadido de mi poca idoneidad. Me causaba miedo emprender la obra a que la Providenciaen su gracia se había dignado llamarme. Me sentía como un chiquillo, y temblaba al oírla voz que decía: "Trillarás montes y los molerás, y collados tornarás en tamo" (Is.41:15). Este<strong>mis</strong>mo abatimiento me acomete siempre que el Señor prepara una de sus bendiciones porconducto de mi humilde ministerio: la nube se ve negra antes de abrirse, y cubre de sombrasantes de producir la lluvia de <strong>mis</strong>ericordias. El descaecimiento se ha hecho ahora para mi comoun profeta de vestidos burdos, como un Juan el Bautista, precursor de una de las más ricasbendiciones de mi Señor. Así también lo han juzgado los mejores hombres. El haberse limpiadoel vaso lo ha puesto en condiciones de poder servir al Amo. La inmersión en el sufrimiento, haprecedido al bautismo del Espíritu Santo. El ayuno produce apetito para el banquete. El Señor serevela en un escondrijo del desierto, mientras su siervo cuida las ovejas y espera en solitariopavor. El desierto es el camino que conduce a Canaán. El valle profundo lleva a la elevadamontaña. La derrota prepara a la victoria. El cuervo es enviado primero que la paloma. La horamás sombría de la noche precede al rompimiento del alba. Los marinos bajan a un abismo, perola ola siguiente los levanta hasta el cielo, y sienten su alma transida de pavor antes de verseelevados a su anhelada altura.126
En medio de un largo y no interrumpido trabajo, puede sobrevenimos igual descaecimiento. Nopuede el arco hallarse siempre encorvado sin peligro de romperse. El descanso es tan necesario alespíritu, como el sueño lo es al cuerpo. Los días del Señor son nuestros días de trabajo, y si nodescansamos en algún otro día, caeremos abrumados de fatiga. Si a la <strong>mis</strong>ma tierra debedejársele erial y dársele sus domingos, con más razón a nosotros nos es fuerza reposar. De ahí lasabiduría y compasión de nuestro Señor cuando dijo a sus discípulos: "Vamos al desierto adescansar un poco." ¡A descansar! ¡ Cuando la gente se sentía desmayar; cuando las multitudesandaban como andan las ovejas en las montañas sin pastor, habla Jesús de descansar! Cuando losescribas y fariseos andan como lobos voraces rondando los apriscos, ¡lleva él a sus secuaces auna excursión a un lugar tranquilo y de descanso! ¿Y hay acaso, alguien cuyo celo exagerado loinduzca a condenar un olvido tan atroz de lo que exigían circunstancias semejantes? Si hubieraquien lo hiciera dejémosle delirar. El Maestro sabe que no es conveniente agotar las fuerzas desus siervos y agotar la luz de Israel. El tiempo de descanso no es un tiempo perdido. Ved alsegador que en los días de verano se ocupa en cortar la mies sólo hasta la puesta del sol, yentonces suspende su trabajo; ¿y por esto hemos de decir que es un holgazán? De regreso a sucasa busca su piedra de amolar, y comienza a pasar sobre ella su hoz, produciendo con eso elruido más monótono, ¿y habrá quien piense que se halla perdiendo el tiempo? Y sin embargo,¡cuánto más no habría segado durante el tiempo empleado en arrancar de la piedra tan destempladasnotas! Pero está afilando su herramienta y adelantará mucho más en su tarea cuandode nuevo aguce las puntas del instrumento a cuyo Impulso caen ante si montones de gavilla. Deun modo semejante, un poco de reposo, prepara al espíritu para prestar servicios más fructuososa la buena causa. Así como los pescadores deben remendar sus redes, nosotros también de vez encuando debemos reparar nuestras fuerzas mentales debilitadas, y arreglar nuestra máquina a finde que trabaje mejor en lo futuro. Tirar con fuerza del remo día por día como un reo condenado agaleras para el cual no hay días de fiesta, es otra cosa que no conviene a ningún ser racional. Nosomos corrientes de agua que sin cesar caminan, y nos cumple tener nuestras pausas e intervalos.¿Quién puede evitar que le falte el aliento si corre y corre sin inter<strong>mis</strong>ión? Aun las bestias decarga deben mandarse al campo de tiempo en tiempo: el mar <strong>mis</strong>mo hace una pausa entre el flujoy el reflujo, la tierra guarda un descanso en los meses invernales, y siguiendo esa ley natural elhombre, aun cuando se halle exaltado al rango de embajador de Dios, es fuerza que descanse odesfallezca. Si no ceba su lámpara, ésta se le apagará; si no abre algún paréntesis en sus trabajos,acabará por adquirir una prematura enfermedad. La sabiduría aconseja que de tiempo en tiemponos permitamos algunos días de asueto. En una carrera larga haremos más si a veces hacemosmenos. Un trabajo incesante, sin recreación ninguna, puede ser propio de espíritus emancipadosde ese pesado barro; pero mientras habitamos en el nicho que nos forma, nos es preciso haceralto en ocasiones, y servir al Señor en una santa inacción y piadosa tranquilidad. Que lasconciencias escrupulosas no pongan en duda la legalidad de llevar por temporadas la carga quese lleva, sino que aprovechando la experiencia de otros, se persuadan de la necesidad y del deberen que están de dar descanso al cuerpo cuando éste así lo pida.La vista de un acto brusco de deslealtad, ha producido a veces en el ministro un profundoabatimiento. Ve que el hermano en quien más se confía se convierte en traidor; que Judas vuelvela espalda al hombre que tanto lo estimaba, y siente en ese momento abatido el corazón. Todosnosotros nos sentimos inclinados a fijarnos en las debilidades humanas, y de ahí dimananmuchos de nuestros pesares. Es igualmente desconsolador el golpe que recibimos cuando algúnmiembro de la congregación honrado y estimado por nosotros, cede a la tentación y echa una127
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te curaste a ti mismo? Tú que pret
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crezcan;" esto que con frecuencia s
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Aarón, no deben estar santificadas
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que debemos huir a todo trance. Est
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conocer lleno de sentimiento, dejan
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llamamiento de esta naturaleza, si
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en el papel más que las palabras "
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a decir que ora tanto como debe, en
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toda cortesía, pero con igual firm
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empeño, pero el otro texto rehusó
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