ABRIR II PARTE. CAPÍTULO V. - Universidad Complutense de Madrid

Las numerosas ediciones y traducciones de las obras de Aristóteles que preparó durante su
etapa italiana revelan su preocupación por restaurar el pensamiento del Estagirita, como
doctrina filosófica para conocimiento de la realidad, apartándose de la disputa sobre la
existencia del alma. La de Sepúlveda era una solución, como en la escolástica tomista, de
armonía entre la razón y la fe, pero sin dependencia e intercomunicación, sino con plena
separación y autonomía del orden inmanente de la naturaleza y de la razón. Es un aristótell-
co en el sentido del renacentista o del puro Aristóteles, liberado de la capa escolástica con
que había sido cubierto durante la Edad Media, oponiéndose por un lado a dicha escolástica
y por otro lado al humanismo gramatical nórdico, tan bien representado por Erasmo, y que
frente a la philosophia Aristotelis oponía la philosophia Christi.
En este sentido, el neoaristotelismo de Sepúlveda poco tenía que ver con el eras-
mismo, si bien, como es sabido, matuvo durante un tiempo cierta relación epistolar con el
holandés y con los círculos erasmizantes de la Corte, en particular con Alfonso de Valdés y
con el Cardenal de Burgos. Su admiración por el Roterodamo se circunscribió entonces a
cuestiones filológicas, quizá Valdés quiso ganarle para la causa erasmiana, o Sepúlveda se
contagié un tanto de la favorable acogida que las ideas de Erassmo tenían entre los españo-
les, pero fue sólo un episodio pasajero. Pronto estos contactos iniciales se debilitaron ante
cierto desinterés del Roterodamo por el humanista español y, sobre todo, a raíz de los ata-
ques de aquel contra el Príncipe de Carpi, amigo y protector de Sepúlveda, y contra el
humanismo italiano en general. No significa esto que el cordobés se enrolara de inmediato
en el bando de los antierasmista (su AntapologEa es más una defensa del italiano que un
ataque contra Erasmo), pero, en palabras suyas, no se “embobaba” con Erasmo, frase
ejemplo de su carácter independiente, ya fuera con Pomponazzi o con Erasmo. Cuando en
1549 Sepúlveda fue advertido de que Pedro Curcio, en su Pro Italis in Ero.smum, le ponía
como ejemplo de porqué Erasmo debía ser rechazado, el huamanista cordobés reaccionó
con desdén. Su disputa contra Erasmo años atrás no habla sido en contra suya, sino contra
su irreverecia religiosa. Pensamiento que debió trasladar a la educación principesca.
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