vigencia de los conceptos psicoanalíticos - psicoanalisis freud 1

Desde entonces, la transferencia revela la verdad del amor. Cada vez que
un analista pone en juego una cierta operación y una cierta ética que la
hacen posible.
Tomemos dos modalidades sintomáticas ligadas, por su preeminencia y
sus formas, a lo epocal: la Anorexia y las Toxicomanías. Si caracterizamos
esta época, como la que llevaría al extremo “el no querer saber” de la
neurosis, no querer saber sobre la castración, bajo esta forma del regis-
tro de “lo mismo”, entonces, estos cuadros se presentarían como mani-
festaciones de un sufrimiento en el que justamente predomina “un ha-
cer”, en el lugar de una pregunta que no alcanza a formularse.
Ambas se presentan bajo un nombre que sostiene su ser en una modali-
dad de satisfacción: “soy adicto”, “soy anoréxico”. Se presentan sabiendo
qué les falta o qué les sobra, y esto está planteado en términos de sus-
tancias o seudo-objetos a ser ingeridos o expulsados. Nada parece “ha-
cerles falta” y nada buscan saber. Encuentro allí una paradoja en su “di-
sidencia”. El autismo de su síntoma, podríamos decir incluso el cinismo
de su satisfacción, que se empeña en no pasar por el Otro, que intenta
tener como único partenaire a la sustancia, o anular frente a la mirada del
otro los caracteres sexuales secundarios, sin embargo, no lo protegen
cabalmente del encuentro con la diferencia radical, con la castración.
Pacientes a veces muy difíciles de sintomatizar, de convertir en investiga-
dores, condición necesaria, como vimos, para su pasaje a analizantes.
Se los caracteriza también como “patologías del acto” y como manifesta-
ciones de lo peor del Superyo.
Sin embargo, el deseo de cada sujeto no es nunca totalmente absorbido
por el empuje a la universalización que la cultura emprende en cada mo-
mento histórico. Hoy, el de la la ciencia al servicio del mercado, que ofre-
ce un atiborramiento de objetos y de necesidades, a satisfacer con ellos.
En el lugar que ocupaban los antiguos ideales, hoy se erige el mercado,
lo cual produce efectos muy distintos. El mercado tolera y hasta convoca
MESA DE TRABAJOS LIBRES. EL QUE HACER DEL ANALISTA
al psicoanálisis en la medida que el analista acepte ser un objeto más,
invitado a colaborar con la tarea universalizante. Un “prozac” de carne y
hueso, ya que la neurosis insiste y se niega a abrir la boca sólo para que
la llenen de comprimidos, comida y artículos electrónicos.
También para el toxicómano llega el día en que la sustancia ya no sutura
la división que ahora lo desgarra más que antes. Y es ahí que requieren
de otro cuerpo y una escucha.
La demanda del amo actual, impersonal, oculto, es el mismo de siempre:
“Háganlos entrar en el rebaño”.
Un analista guiado por la ética freudiana no se coloca en el lugar del Ideal
a restituir, tampoco en el del amo recuperado, que le pide que coma, que
deje de drogarse, etc. El PA surge, dijimos, en ese punto donde Freud
abandona la hipnosis, la sugestión. El analista es ahí un otro diferente,
que supone que ese sufriente tiene algo para decir y en ese acto posicio-
na al inconciente. En una carta dirigida a Pster, luego de distinguir el lu-
gar del analista de la del médico tanto como de la del sacerdote, y al
compararlo con éste último, Freud escribe “En tanto pastor de almas tie-
ne usted naturalmente derecho a llamar en su auxilio todos los refuerzos
que se encuentren a su disposición. En tanto analistas, nosotros nos ve-
mos obligados a ser más reservados y a poner el principal acento sobre
el esfuerzo a realizar para que el paciente obtenga su independencia”.
Nos enseña entonces que la sugestión, formando parte de la Neurosis
misma, es algo a aprovechar, pero para promover el trabajo analítico y
luego hacerla caer.
Hoy, en el 2008, los “especialistas”, en la mayoría de los abordajes ac-
tuales, siguen tratando a estos pacientes desde un enfoque médico-jurí-
dico, en el caso de las anorexias con técnicas de aislamiento, biologicis-
tas, reeducativas y represivas. Lo mismo ocurre con las toxicomanías,
donde además se les ofrece sustituir ese “consuelo”, al decir de Freud,
por el de la religión. En toda práctica sugestiva el punto de falta de repre-
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