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SAN AGUSTÍN - 10

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782 'Motas complementarias<br />

veamos la Palabra como la ven los ángeles sin el intermediario de la voz<br />

(serm.293 A,5). Eso tendrá lugar en la vida eterna.<br />

—En síntesis, Agustín se ha adueñado de un tema tradicional en la<br />

teología cristiana. Pero mientras los apologistas lo aplicaron al momento<br />

trinitario, con el consiguiente subordinacionismo, Agustín supo centrarlo<br />

en la encarnación, evitando así los escollos en que fueron a parar sus<br />

antecesores, aunque cayera en otros; p.ej., al identificar en la imagen la<br />

voz y la carne, dado que la voz desaparece, debería desaparecer la carne<br />

de Cristo, cosa que Agustín no estaba dispuesto a aceptar. Puede verse<br />

G. BAVAUD, Un theme augustinien: le mystére de l'incarnation a la lamiere<br />

de la distinction entre le Verbe interieur et le Yerbe proferé: Revue<br />

des études augustiniennes 9 (1963) 95-<strong>10</strong>1.<br />

[3] Matrimonio y virginidad.—La literatura sobre el matrimonio<br />

y la virginidad salida de la pluma de los Padres de la Iglesia fue abundante.<br />

Limitándonos al mundo latino en que vivió y se inspiró San<br />

Agustín, escribieron prolijamente sobre el tema Tertuliano, San Cipriano,<br />

San Jerónimo y San Ambrosio, es decir, sus grandes maestros. Del matrimonio<br />

y de la virginidad se puede hablar por separado o en sus mutuas<br />

relaciones, que es lo que aquí nos interesa. Entonces era un tema de<br />

actualidad, sobre todo desde que entraron en escena Elvídio, negador de<br />

la perpetua virginidad de María, y Joviniano, que igualaba virginidad<br />

y matrimonio. En este contexto escribe Agustín, y explica el que en su<br />

obra La santa virginidad dedique abundantes páginas a hablar sobre el<br />

matrimonio.<br />

El Obispo de Hipona sintetiza su pensamiento en la frase lapidaria<br />

que ha dado origen a esta nota: «Buena es la fecundidad conyugal, pero<br />

mejor es la integridad virginal» (serm.184,4). Aquí tenemos la clave del<br />

pensamiento de Agustín: el afirmar la superioridad de la virginidad no<br />

significa, en ningún modo, negar el valor moral del matrimonio. La virginidad<br />

no debe su excelsitud a una presunta maldad del matrimonio<br />

(La santa virginidad 18,18; 19,19). La virginidad es superior en sí misma<br />

por derecho divino (ibíd., 1,1). Siempre a nivel de estados, pues Agustín<br />

es muy cauto al hablar a nivel de personas. Significa una victoria aplastante<br />

sobre la concupiscencia al abstenerse hasta de lo lícito allí donde<br />

el matrimonio se limita a no sobrepasar lo permitido (serm.161,11). El<br />

matrimonio, por otra parte, es un bien que sólo cuadra con nuestra<br />

situación presente. Agustín lo vinculaba excesivamente a la idea de la<br />

procreación; cuando desaparezca la muerte, dejará de tener sentido la<br />

procreación y, por tanto, el matrimonio (Cuestiones sobre los evangelios<br />

II 49). La virginidad, en cambio, tiene valor duradero y eterno, siendo<br />

la forma definitiva de la castidad cuando desaparezcan las otras dos: la<br />

conyugal y la del estado de viudez. Además, abundando en lo anterior,<br />

el matrimonio no existirá cuando los cuerpos sean espiritualizados y no<br />

tendrá cabida en el cielo (La santa virginidad 13,13).<br />

Pero la virginidad no es superior en cuanto pura integridad física.<br />

Lo que la hace sobresalir son las razones de la misma. Una virginidad<br />

vivida sólo por su utilidad para la vida presente sería la idiotez suprema<br />

(ibíd., 13,13; 22,22). La castidad virginal sólo tiene valor si es vivida<br />

por el reino de los cielos, como indica la Escritura: Mt 19,<strong>10</strong>-12; 1 Cor<br />

7,32-34; Ap 14,1-4 (ibíd., 23-23; 24,24). No se puede olvidar este aspecto<br />

escatológico, pues será precisamente en el cielo donde se vea con<br />

claridad la jerarquía entre los estados; según el Apóstol (1 Cor 7,26),<br />

los premios serán distintos, porque distintos han sido los méritos; cada<br />

estrella brillará con su propio resplandor (ibíd., 14,14).<br />

La virginidad es superior porque carece de lo negativo del matrimo-<br />

Notas complementarias 783<br />

nio: la servidumbre a la concupiscencia, y posee lo positivo del mismo:<br />

su fecundidad. En efecto, también la virginidad es fecunda (ibíd., 2,2).<br />

Las vírgenes son madre de Cristo en el espíritu (ibíd., 5,5; 6,6). Como<br />

María y como la Iglesia, que son vírgenes y madres, así las que han<br />

consagrado a Dios su virginidad son lo uno y lo otro (véase a continuación<br />

la nota complementaria 4: La Iglesia, virgen y madre).<br />

[4] La Iglesia, virgen y madre.—Aunque Agustín asocie normalmente<br />

ambas realidades, por comodidad vamos a tratar los dos temas<br />

por separado.<br />

La Iglesia, virgen. Agustín considera el tema muy frecuentemente<br />

en sus sermones: 64 A,3 (=MAI 20); 72 A,8 (=DENIS 25); 93,4;<br />

<strong>10</strong>5,6; 138,8-9; 188,4; 191,3-4; 192,2; 195,2; 213,8 (= GUELF. 1);<br />

223,1; 260 C,7 (= MAI 94); 264,4; 267,3; 281,1; 341,5, a los que<br />

habría que sumar otros muchos textos de fuera de los sermones.<br />

El Santo suele hablar de la virginidad de la Iglesia, sobre todo, en<br />

relación con 2 Cor 11,2-3; a veces, en combinación con Mt 25,1-13. La<br />

virginidad de la Iglesia no es distinta, ni, por tanto, separable de la de<br />

los fieles. Como son pocos quienes tienen la virginidad corporal (serm.<br />

93,4; 341,5; Comentarios a los salmos 90,11,9; 147,<strong>10</strong>; Tratados sobre<br />

el evangelio de San Juan 13,12), es evidente que no sólo es ésa la<br />

virginidad de la Iglesia. Agustín suele hablar de la virginidad del alma<br />

(serm.93,3-4), del corazón (Comentarios a los salmos 39,1; 49,4;<br />

90,11,9; 147,<strong>10</strong>; serm.93,4) o de la virginidad de la conciencia (serm.<br />

192,2). Esta virginidad es definida como virginidad en la fe. Pero no ha<br />

de pensarse sólo en el depósito de la fe; pues, en contexto nupcial como<br />

el presente, la fe significaría fidelidad a un solo hombre, confianza en su<br />

promesa y amor a él solo; es decir, a Cristo en el caso de la Iglesia.<br />

«¿Cuál es la virginidad de la mente? Una fe íntegra, una esperanza<br />

sólida y una caridad sincera» (Tratados... 13,12). Queda claro, pues, que<br />

la virginidad de la Iglesia consiste en esa triple integridad de la fe, la<br />

esperanza y la caridad; sin ésta, de nada serviría la corporal (ibid.).<br />

Si la virginidad de la Iglesia no es separable de la de los fieles, se<br />

sigue que, cuando un cristiano pierde su virginidad espiritual, sufre<br />

también la virginidad de la Iglesia. La advertencia a no dejarse corromper<br />

la dirige Agustín tanto al alma individual (serm.241,5) como a la<br />

Iglesia misma (serm.213,8). El seductor o corruptor es el diablo (2 Cor<br />

11,2-3). El, que es la serpiente del paraíso, trata de violar la virginidad<br />

del corazón, no la de la carne (contra quienes pensaban que había yacido<br />

con Eva; véase la n.4 al serm.213). «Como el hombre adúltero se regocija<br />

en su maldad cuando viola la carne, así el diablo se regocija cuando<br />

viola la mente» (Comentarios... 39,1). Para ello se presenta ya como<br />

león, en tiempo de persecuciones; ya como dragón o serpiente, en tiempos<br />

de paz (ibid.; también 90,11,9). Como serpiente actúa sirviéndose<br />

de los herees. Al respecto, Agustín habla de la herejía donatista (Comentarios...<br />

39,1), pelagiana (serm.299,12), arríana (serm.341,5), y también<br />

del paganismo (serm.361,4). En estos casos no se sirve de la persecución,<br />

sino de la doctrina, apelando al orgullo, a la sensualidad y al error,<br />

cosas todas que destruyen la virginidad de la mente (serm.93,4; 72 A,8;<br />

361,5; Comentarios... 39,1; Tratados... 13,12).<br />

En este contexto se integra la fornicación del alma de que habla<br />

Agustín. Por la fe, el hombre se entrega a Dios como a su esposo, y recibe<br />

de él el anillo del Espíritu Santo. Dios se convierte en el esposo del<br />

alma (serm.137,9). Quien lo destrone a él para poner a cualquier otro,<br />

se convierte en adúltero. Mientras suele llamar fornicación a la idolatría<br />

y al politeísmo (serm.15,3), considera adúlteros, en cambio, a los cristia-

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