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SAN AGUSTÍN - 10

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784 Notas complementarias<br />

nos que, p.ej.,. acuden a los astrólogos, en cuanto que, sin haber abandonado<br />

del todo a Dios, se van con otro amante (serm.9,3). La unión<br />

del alma con Dios es íntegra sólo si se cree todo lo que él ha revelado,<br />

si se espera todo de él y si se le prefiere a todos. Esta es la auténtica virginidad,<br />

que alcanza su plenitud en la virginidad corporal, la forma más<br />

alta de la virginidad del espíritu, siempre que sea por el reino de los<br />

cielos. Véase M. AGTERBERG, «Ecclesia virgo». Étude sur la virginité de<br />

l'Église et des fideles chez saint Augustin (Héverlé-Louvain 1960).<br />

ha Iglesia, madre. En ha santa virginidad (2,2) escribe Agustín:<br />

«Cristo, hijo de la Virgen, esposo de vírgenes, nacido corporalmente de<br />

un seno virginal y unido espiritualmente en virginal desposorio... Siendo<br />

también la Iglesia universal virgen desposada con un solo varón que es<br />

Cristo... La Iglesia imita a la madre de su esposo y Señor porque la<br />

Iglesia es también virgen y madre. Pues... si no es madre, ¿a qué hijos<br />

hablamos? María dio a luz corporalmente a la Cabeza de este cuerpo;<br />

la Iglesia da a luz espiritualmente a los miembros de esa Cabeza. Ni en<br />

una ni en otra, la virginidad ha impedido la fecundidad; ni en una ni<br />

en otra, la fecundidad ha ajado la virginidad.» La maternidad de la Iglesia,<br />

sin embargo, no la relaciona Agustín sólo con María, sino también<br />

con Eva. Como Eva nos engendró para la carne, así la Iglesia nos engendra<br />

para la vida eterna (serm.22,<strong>10</strong>). Por otra parte, la acción de<br />

María y la de la Iglesia se complementan: María engendró a Cristo Cabeza,<br />

la Iglesia engendra a Cristo miembros, es decir, a los miembros<br />

de Cristo. Es ella la que engendra a los pueblos como miembros de aquel<br />

del que ella es cuerpo y esposa (serm.192,2). La diferencia entre la<br />

Iglesia y María está en que ésta dio a luz a uno solo, y aquélla, en cambio,<br />

a muchos, que, sin embargo, han de ser congregados en la unidad<br />

por aquel único (serm.195,2).<br />

Su fecundidad se deriva ya de su unión con Dios Padre (serm.22,<strong>10</strong>;<br />

57,2; 216,8; 244,2; Tratados sobre el evangelio de San ]uan 12,5), ya de<br />

su unión con Cristo (ha santa virginidad 2,2). En otro orden de cosas, la<br />

Iglesia engendra espiritualmente del agua y del Espíritu (Tratados...<br />

12,5). La fuente bautismal es el seno de la madre Iglesia (serm.119,4).<br />

Sólo naciendo de sus visceras se puede poseer a Cristo. Ella alimenta a sus<br />

hios con su propia leche [Comentarios... A9,21). Pero el alimento que<br />

ella da es sólo algo previo que capacita para poder alimentarse de la<br />

Palabra de Dios en Dios en la mesa del Padre (Comentarios... 130,11).<br />

He aquí cómo describe Agustín la función maternal de la Iglesia:_ «Esta<br />

madre santa y espiritual os prepara cada día los alimentos espirituales,<br />

mediante los cuales robustece no vuestros cuerpos, sino vuestras almas.<br />

Os otorga el pan del cielo y os da a beber el cáliz de la salvación: no<br />

quiere que ninguno de sus hijos sufra hambre de esos alimentos. Hacedlo<br />

por vosotros, amadísimos; no abandonéis a una madre como ésta, para<br />

saciaros de la abundancia de su casa y para que os haga beber del torrente<br />

de sus delicias y os encomiende a Dios Padre en calidad de dignos<br />

hijos. Ella os conduzca libres y sanos a la patria eterna después de haberos<br />

nutrido piadosamente» (serm.255 A [WILMART 18 + MAI 92]).<br />

Repetidamente insistirá Agustín en el amor a esta madre, que ha de<br />

ser antepuesto al de la madre terrena. Hay que amar a ésta, pero no<br />

más que aquella que nos engendró para la vida eterna (serm.344,2;<br />

cta.243). Véase P. RINETTI, Sant'Agostino e l'Ecclesia mater: Augustinus<br />

Magister II 827-834.<br />

[5] El llanto de los niños.—Agustín era un fino observador. Ya en<br />

las Confesiones (X 35,54) se acusaba de esa vana y curiosa concupiscencia,<br />

paliada con el nombre de conocimiento y de ciencia: lo que llama-<br />

Noto complementarias 785<br />

mos curiosidad. No se le pasó por alto que los niños al nacer lloran<br />

todos. Luego comienza a reflexionar sobre ello. Siendo el hombre capaz<br />

de risa y de llanto, ¿por qué entra en esta vida acompañado del llanto<br />

y no de la risa, que sólo se deja ver unos días más tarde? (serm.167,1;<br />

Comentarios a los salmos 125,<strong>10</strong>; La ciudad de Dios XXI 14). Agustín<br />

da a ese llanto un valor profetice Todo hombre, al nacer, se encuenta<br />

con su desdicha (serm.189,3), que pregona ese llanto. Al llorar,<br />

el niño se convierte en profeta de su propia calamidad, pues, evidentemente,<br />

las lágrimas son indicadores de miseria. Aún no habla el niño,<br />

dice el Santo, y ya es profeta de sus sufrimientos y temores futuros<br />

(serm.167,1). En ha ciudad de Dios (XXI 14), el llanto de los niños al<br />

nacer se convierte en la prueba de la verdad de las palabras de Job 7,1<br />

(según los LXX): ¿No es la vida sobre la tierra una prueba continua?<br />

En efecto, el niño puede entrar en este mundo riendo, y entró llorando,<br />

anunciando a su manera, sin darse cuenta, los males que le esperan. Ese<br />

llanto, además, testimonia la igualdad fundamental entre pobres y ricos<br />

(serm.61,9).<br />

Un hombre como Agustín, provisto de un profundo sentido de la<br />

providencia y de la justicia de Dios, no podía no dar un significado<br />

teológico al hecho. La ocasión se la brindó la controversia pelagiana.<br />

A la hora de defender la existencia del pecado original, encontró, en esa<br />

constatación común a todos, una prueba que para él no tenía vuelta de<br />

hoja. Que todo niño necesita ya desde su nacimiento un liberador, lo<br />

atestigua, sin duda, la prisa de la madre Iglesia en llevarlo al bautismo;<br />

pero lo atestigua también ese mismo llanto: «En cuanto puede, lo manifiesta<br />

su débil naturaleza, aún sin uso de razón; no comienza con la<br />

risa, sino con el llanto. Reconoce su miseria, préstale ayuda» (serm.293,<br />

<strong>10</strong>). Y ya al final de su vida, en polémica con Julián de Eclana, vuelve<br />

a extraer del llanto de los niños la misma prueba del pecado original<br />

como forma única de salvar la justicia de Dios: «En efecto, si consideras<br />

con la mente sana las miserias de la vida humana, que comienzan con el<br />

llanto de los niños y acaban con los gemidos de los moribundos, verías<br />

con claridad que ni tú ni yo, sino Adán, está en el origen y es causa de<br />

ellas; pero, cerrados los ojos, gritas que Dios es justo y que no hay<br />

pecado original; verías cómo son contrarias esas dos afirmaciones tuyas...»<br />

(Obra incompleta contra Julián II <strong>10</strong>4; I 50).<br />

[6] ha fecundidad de la virginidad.—La superioridad del estado de<br />

virginidad sobre el del matrimonio radica, según Agustín, en que aquélla<br />

carece de lo negativo de éste, la servidumbre a la concupiscencia, y posee,<br />

en cambio, lo que tiene de positivo, la fecundidad. También la<br />

virginidad es fecunda. Como en María la virginidad no fue obstáculo<br />

para la fecundidad, así tampoco lo es en ellas. Pero, a diferencia de<br />

María, su fecundidad no es carnal, sino espiritual.<br />

«No os consideréis estériles por haber permanecido vírgenes», les<br />

dice Agustín en el sermón 191,4. Un primer fruto de esa fecundidad<br />

espiritual es precisamente la piadosa integridad de la carne (ibid.). El<br />

no poder ser madres según la carne no debe ser para ellas motivo de<br />

tristeza. Como María, también ellas son madres de Cristo. Al no poder<br />

concebirlo en la carne, como ella, lo conciben en el corazón y le consagran<br />

su virginidad (ha santa virginidad 11,11). Lo que admiran en la<br />

carne de María han de realizarlo en el interior de su propia alma: han<br />

de concebir y dar a luz a Cristo. ¿De qué manera? «Quien cree en su<br />

corazón con vistas a la justicia, concibe a Cristo; quien lo confiesa con<br />

la mirada puesta en la salvación, le da a luz» (serm.191,4).<br />

Las vírgenes participan en el grado más eminente de la maternidad

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