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Gustave Flaubert Madame Bovary

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se sentaron a la mesa; él comió mucho, a incluso quiso, a los postres, tomar una<br />

taza de café, exceso que únicamente se permitía los domingos cuando había<br />

invitados.<br />

Pasaron una velada encantadora, en animada conversación, haciendo<br />

proyectos comunes. Hablaron de su fortuna futura, de mejoras que introducir<br />

en su casa; él veía extender su reputación, aumentar su bienestar, teniendo<br />

siempre el cariño de su mujer; y en ella se encontraba feliz de renovarse con un<br />

sentimiento nuevo, más sano, mejor, en fin, de sentir, alguna ternura por aquel<br />

pobre chico que la quería con locura. La idea de Rodolfo se le pasó un momento<br />

por la cabeza; pero sus ojos se pusieron sobre Carlos; ella notó incluso con<br />

sorpresa que no tenía los dientes feos.<br />

Estaban en la cama cuando el señor Homais, sin hacer caso de la cocinera,<br />

entró de pronto decidido en la habitación, llevando en la mano un papel recién<br />

escrito. Era la noticia que destinaba al Fanal de Rouen. Se la traía para leérsela.<br />

—Lea usted mismo, señor <strong>Bovary</strong>.<br />

Él leyó:<br />

«A pesar de los prejuicios que cubren todavía una parte de la faz de Europa<br />

como una red, la luz comienza, no obstante, a penetrar en nuestros campos. Así<br />

el martes, nuestra pequeña ciudad de Yonville fue escenario de una experiencia<br />

quirúrgica, que es al mismo tiempo un acto de alta filantropía. El señor <strong>Bovary</strong>,<br />

uno de nuestros más distinguidos cirujanos…»<br />

—¡Ah!, ¡eso es demasiado! —decía Carlos, sofocado por la emoción.<br />

—¡En absoluto! ¡Pues cómo!… Operó un pie zambo… No he puesto el<br />

término científico, porque, ¿comprende?, en un periódico…, todo el mundo<br />

quizás no entendería, es preciso que las masas…<br />

—En efecto —dijo <strong>Bovary</strong>. Siga.<br />

—Continúo —dijo el farmacéutico—:<br />

«El señor <strong>Bovary</strong>, uno de nuestros facultativos más distinguidos, ha<br />

operado de un pie zambo al llamado Hipólito Tautin, mozo de cuadra desde<br />

hace veinticinco años en el hotel «Lion d'Or», regido por la señora viuda de<br />

Lefrançois, en la plaza de Armas. La novedad del intento y el interés que<br />

despertaba atrajeron tal concurrencia de gente, que llegaba hasta la puerta del<br />

establecimiento. Por lo demás, la operación se practicó como por encanto, y<br />

apenas unas gotas de sangre se derramaron sobre la piel, como para decir que el<br />

tendón rebelde acababa por fin de ceder a los esfuerzos del arte. El enfermo,<br />

cosa extraña (lo afirmamos por haberlo visto), no acusó ningún dolor. Su<br />

estado, hasta el momento, no deja nada que desear. Todo hace creer que la<br />

convalecencia será corta; ¿y quién sabe incluso si, en la primera fiesta del<br />

pueblo, no veremos a nuestro buen hombre participar en las danzas báquicas,<br />

en medio de un coro de graciosos, demostrando así, a los ojos de todos, por su<br />

locuacidad y sus cabriolas, su completa curación? ¡Honor, pues, a los sabios<br />

generosos!, ¡honor a esas mentes infatigables que dedican sus vigilias al<br />

mejoramiento o al alivio de sus semejantes! ¡Honor!, ¡tres veces honor! ¡No es<br />

ocasión de proclamar que los ciegos verán, los sordos oirán y los cojos andarán!<br />

¡Pero lo que el fanatismo de antaño prometía a sus elegidos, la ciencia lo lleva a<br />

cabo ahora para todos los hombres! Tendremos a nuestros lectores al corriente<br />

de las fases sucesivas de esta tan notable curación».

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