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Gustave Flaubert Madame Bovary

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prodigado tanto los oficios, los retiros, las novenas y los sermones, predicado<br />

tan bien el respeto que se debe a los santos y a los mártires, y dado tantos<br />

buenos consejos para la modestia del cuerpo y la salvación de su alma, que ella<br />

hizo como los caballos a los que tiran de la brida: se paró en seco y el bocado se<br />

le salió de los dientes.<br />

Aquella alma positiva, en medio de sus entusiasmos, que había amado la<br />

iglesia por sus flores, la música por la letra de las romanzas y la literatura por<br />

sus excitaciones pasionales, se sublevaba ante los misterios de la fe, lo mismo<br />

que se irritaba más contra la disciplina, que era algo que iba en contra de su<br />

constitución.<br />

Cuando su padre la retiró del internado, no sintieron verla marchar. La<br />

superiora encontraba incluso que se había vuelto, en los últimos tiempos, poco<br />

respetuosa con la comunidad. A Emma, ya en su casa, le gustó al principio<br />

mandar a los criados, luego se cansó del campo y echó de menos su convento.<br />

Cuando Carlos vino a Les Bertaux por primera vez, ella se sentía como muy<br />

desilusionada, como quien no tiene ya nada que aprender, ni le queda nada por<br />

experimentar. Pero la ansiedad de un nuevo estado, o tal vez la irritación<br />

causada por la presencia de aquel hombre, había bastado para hacerle creer que<br />

por fin poseía aquella pasión maravillosa que hasta entonces se había<br />

mantenido como un gran pájaro de plumaje rosa planeando en el esplendor de<br />

los cielos poéticos, y no podía imaginarse ahora que aquella calma en que viva<br />

fuera la felicidad que había soñado.

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