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Una noche al volver a casa, León encontró en su habitación un tapete de<br />
terciopelo y lana con hojas sobre fondo pálido, llamó a la señora Homais, al<br />
señor Homais, a Justino, a los niños, a la cocinera, se lo contó a su patrón; todo<br />
el mundo quiso conocer aquel tapete; ¿por qué la mujer del médico se mostraba<br />
tan «generosa» con el pasante? Aquello pareció raro, y se pensó definitivamente<br />
que ella debía ser «su amiga».<br />
El daba motivos para creerlo, pues hablaba continuamente de sus encantos<br />
y de su talento, hasta el punto de que Binet le contestó una vez muy<br />
brutalmente:<br />
—¿A mí qué me importa, si no soy de su círculo de amistades?<br />
Él se atormentaba para descubrir cómo declarársele; y siempre vacilando<br />
entre el temor de desagradarle y la vergüenza de ser tan pusilánime, lloraba de<br />
desánimo y de deseos. Después tomaba decisiones enérgicas; escribía cartas que<br />
luego rompía. Se señalaba fechas que iba retrasando. A menudo se ponía en<br />
camino, con el propósito de atreverse a todo; pero esta resolución le<br />
abandonaba inmediatamente en presencia de Emma. Y cuando Carlos,<br />
apareciendo de improviso, le invitaba a subir a su carricoche para que le<br />
acompañase a visitar a algún enfermo en los alrededores, aceptaba enseguida, se<br />
despedía de la señora y se iba. ¿No era su marido algo de ella?<br />
Emma por su parte nunca se preguntó si lo amaba. El amor, creía ella,<br />
debía llegar de pronto, con grandes destellos y fulguraciones, huracán de los<br />
cielos que cae sobre la vida, la trastorna, arranca las voluntades como si fueran<br />
hojas y arrastra hacia el abismo el corazón entero. No sabía que, en la terraza de<br />
las casas, la lluvia hace lagos cuando los canales están obstruidos y hubiese<br />
seguido tranquila de no haber descubierto de repente una grieta en la pared.