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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—Está ausente —repitió.<br />

Entonces hubo un silencio. Se miraron; y sus pensamientos, confundidos<br />

en la misma angustia, se apretaban estrechamente, como dos pechos<br />

palpitantes.<br />

—Me gustaría besar a Berta —dijo León.<br />

Emma bajó algunos escalones y llamó a Felicidad.<br />

Él echó rápidamente una amplia ojeada a su alrededor, que se extendió a<br />

las paredes, a las estanterías, a la chimenea, como para penetrarlo todo, llevarlo<br />

todo.<br />

Pero ella volvió, y la criada trajo a Berta, que agitaba un molinillo de viento<br />

atado a un hilo, con la cabeza abajo.<br />

León la besó en el cuello varias veces.<br />

—¡Adiós!, ¡pobre niña!, ¡adiós, querida pequeña, adiós!<br />

Y se la devolvió a su madre.<br />

—Llévesela —dijo ésta.<br />

Se quedaron solos, <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong>, de espaldas, con la cara pegada a un<br />

cristal de la ventana; León tenía su gorra en la mano y la golpeaba suavemente a<br />

lo largo de su muslo.<br />

—Va a llover —dijo Emma.<br />

—¡Ah!, tengo un abrigo —dijo él.<br />

Ella se volvió, barbilla baja y la frente hacia adelante. La luz le resbalaba<br />

como sobre un mármol, hasta la curva de las cejas, sin que se pudiese saber lo<br />

que miraba. Emma miraba en el horizonte sin saber lo que pensaba en el fondo<br />

de sí misma.<br />

reír.<br />

—¡Adiós! —suspiró él.<br />

Emma levantó la cabeza con un movimiento brusco:<br />

—Sí, adiós…, ¡márchese!<br />

Se adelantaron el uno hacia el otro; él tendió la mano, ella vaciló.<br />

—A la inglesa, pues —dijo Emma abandonando la suya, y esforzándose por<br />

León la sintió entre sus dedos, y la sustancia misma de todo su ser le<br />

parecía concentrarse en aquella palma de la mano húmeda.<br />

Después abrió la mano; sus miradas volvieron a encontrarse, y<br />

desapareció.<br />

Cuando llegó a la plaza del mercado, se detuvo, y se escondió detrás de un<br />

pilar, a fin de contemplar por última vez aquella casa blanca con sus cuatro<br />

celosías verdes. Creyó ver una sombra detrás de la ventana, en la habitación;<br />

pero la cortina, separándose del alzapaño como si nadie la tocara, movió<br />

lentamente sus largos pliegues oblicuos, que de un solo salto, se extendieron<br />

todos y quedó recta, más inmóvil que una pared de yeso. León echó a correr.<br />

Percibió de lejos, en la carretera, el cabriolé de su patrón y, al lado, a un<br />

hombre con delantal que sostenía el caballo. Homais y el señor Guillaumin<br />

charlaban entre sí.

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