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—Está ausente —repitió.<br />
Entonces hubo un silencio. Se miraron; y sus pensamientos, confundidos<br />
en la misma angustia, se apretaban estrechamente, como dos pechos<br />
palpitantes.<br />
—Me gustaría besar a Berta —dijo León.<br />
Emma bajó algunos escalones y llamó a Felicidad.<br />
Él echó rápidamente una amplia ojeada a su alrededor, que se extendió a<br />
las paredes, a las estanterías, a la chimenea, como para penetrarlo todo, llevarlo<br />
todo.<br />
Pero ella volvió, y la criada trajo a Berta, que agitaba un molinillo de viento<br />
atado a un hilo, con la cabeza abajo.<br />
León la besó en el cuello varias veces.<br />
—¡Adiós!, ¡pobre niña!, ¡adiós, querida pequeña, adiós!<br />
Y se la devolvió a su madre.<br />
—Llévesela —dijo ésta.<br />
Se quedaron solos, <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong>, de espaldas, con la cara pegada a un<br />
cristal de la ventana; León tenía su gorra en la mano y la golpeaba suavemente a<br />
lo largo de su muslo.<br />
—Va a llover —dijo Emma.<br />
—¡Ah!, tengo un abrigo —dijo él.<br />
Ella se volvió, barbilla baja y la frente hacia adelante. La luz le resbalaba<br />
como sobre un mármol, hasta la curva de las cejas, sin que se pudiese saber lo<br />
que miraba. Emma miraba en el horizonte sin saber lo que pensaba en el fondo<br />
de sí misma.<br />
reír.<br />
—¡Adiós! —suspiró él.<br />
Emma levantó la cabeza con un movimiento brusco:<br />
—Sí, adiós…, ¡márchese!<br />
Se adelantaron el uno hacia el otro; él tendió la mano, ella vaciló.<br />
—A la inglesa, pues —dijo Emma abandonando la suya, y esforzándose por<br />
León la sintió entre sus dedos, y la sustancia misma de todo su ser le<br />
parecía concentrarse en aquella palma de la mano húmeda.<br />
Después abrió la mano; sus miradas volvieron a encontrarse, y<br />
desapareció.<br />
Cuando llegó a la plaza del mercado, se detuvo, y se escondió detrás de un<br />
pilar, a fin de contemplar por última vez aquella casa blanca con sus cuatro<br />
celosías verdes. Creyó ver una sombra detrás de la ventana, en la habitación;<br />
pero la cortina, separándose del alzapaño como si nadie la tocara, movió<br />
lentamente sus largos pliegues oblicuos, que de un solo salto, se extendieron<br />
todos y quedó recta, más inmóvil que una pared de yeso. León echó a correr.<br />
Percibió de lejos, en la carretera, el cabriolé de su patrón y, al lado, a un<br />
hombre con delantal que sostenía el caballo. Homais y el señor Guillaumin<br />
charlaban entre sí.