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Gustave Flaubert Madame Bovary

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Aquel gesto de Emma, sin embargo, no haba sido más que una<br />

advertencia; pues el señor Lheureux les acompañaba y les hablaba de vez en<br />

cuando, como para entrar en conversación:<br />

—¡Hace un día espléndido!, ¡todo el mundo está en la calle!, sopla Levante.<br />

Y <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong>, igual que Rodolfo, apenas le respondía, mientras que al<br />

menor movimiento que hacían, él se acercaba diciendo: «¿Qué decía usted?», y<br />

llevaba la mano a su sombrero.<br />

Cuando llegaron a casa del herrador, en vez de seguir la carretera hasta la<br />

barrera, Rodolfo, bruscamente, tomó un sendero, llevándose a <strong>Madame</strong>; y<br />

exclamó:<br />

—¡Buenas tardes, señor Lheureux! ¡Hasta la vista!<br />

—¡Qué manera de despedirle! —dijo ella riendo.<br />

—Por qué —repuso él— dejarse manejar por los demás, y ya que hoy tengo<br />

la suerte de estar con usted…<br />

Emma se sonrojó. Rodolfo no terminó la frase. Entonces habló del buen<br />

tiempo y del placer de caminar sobre la hierba. Algunas margaritas habían<br />

retoñado.<br />

—¡Qué hermosas margaritas —dijo él— para proporcionar muchos<br />

oráculos a todas las enamoradas del país!<br />

Y añadió:<br />

—¿Si yo cogiera algunas? ¿Qué piensa usted?<br />

—¿Está usted enamorado? —dijo ella tosiendo un poco.<br />

—¡Eh!, ¡eh!, ¿quién sabe? —contestó Rodolfo.<br />

El prado empezaba a llenarse, y las amas de casa tropezaban con sus<br />

grandes paraguas, sus cestos y sus chiquillos. A menudo había que apartarse<br />

delante de una larga fila de campesinas, criadas, con medias azules, zapatos<br />

bajos, sortijas de plata, y que olían a leche cuando se pasaba al lado de ellas.<br />

Caminaban cogidas de la mano, y se extendían a todo lo largo de la pradera,<br />

desde la línea de los álamos temblones hasta la tienda del banquete. Pero era el<br />

momento del concurso, y los agricultores, unos detrás de otros, entraban en una<br />

especie de hipódromo formado por una larga cuerda sostenida por unos palos.<br />

Allí estaban los animales, con la cabeza vuelta hacia la cuerda, y alineando<br />

confusamente sus grupas desiguales. Había cerdos adormilados que hundían en<br />

la tierra sus hocicos; terneros que mugían; ovejas que balaban; las vacas, con<br />

una pata doblada, descansaban su panza sobre la hierba, y rumiando<br />

lentamente abrían y cerraban sus pesados párpados a causa de las moscas que<br />

zumbaban a su alrededor. Unos carreteros remangados sostenían por el ronzal<br />

caballos sementales encabritados que relinchaban con todas sus fuerzas hacia<br />

donde estaban las yeguas. Éstas permanecían sosegadas, alargando la cabeza y<br />

con las crines colgando, mientras que sus potros descansaban a su sombra o<br />

iban a mamar; y de vez en cuando, y sobre la larga ondulación de todos estos<br />

cuerpos amontonados, se veía alzarse el viento, como una ola, alguna crin<br />

blanca, o sobresalir unos cuernos puntiagudos, y cabezas de hombres que<br />

corrían. En lugar aparte, fuera del vallado, cien pasos más lejos, había un gran<br />

toro negro con bozal que llevaba un anillo de hierro en el morro, tan inmóvil<br />

como un animal de bronce. Un niño andrajoso lo sostenía por una cuerda.<br />

Entretanto, entre las dos hileras, unos señores se acercaban con paso grave

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