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No veía ningún impedimento; su madre le había enviado trescientos<br />
francos con los cuales no contaba, las deudas pendientes no eran grandes, y el<br />
vencimiento de los pagarés al señor Lheureux estaba todavía tan lejos que no<br />
había que pensar en ello. Por otra parte, imaginando que ella tenía escrúpulos,<br />
Carlos insistió más; de manera que ella acabó, a fuerza de insistencia, por<br />
decidirse. Y al día siguiente, a las ocho, se embarcaron en «La Golondrina».<br />
El boticario, a quien nada retenía en Yonville, pero que se creía obligado a<br />
no moverse de allí, suspiró al verles marchar.<br />
—Bueno, ¡buen viaje! —les dijo—, ¡felices mortales!<br />
Después, dirigiéndose a Emma, que llevaba un vestido de seda azul con<br />
cuatro faralaes:<br />
—¡Está hermosa como un sol! Va a dar el golpe en Rouen.<br />
La diligencia bajaba al hotel de la «Croix Rouge» en la plaza Beauvoisine.<br />
Era una de esas posadas que hay en los arrabales provincianos, con grandes<br />
caballerizas y pequeños cuartos para dormir, donde se ven en medio del patio<br />
gallinas picoteando la avena bajo los cabriolés llenos de barro de los viajantes de<br />
comercio; buenos viejos albergues, con balcón de madera carcomida, que crujen<br />
al viento en las noches de invierno, siempre llenos de gente, de barullo y de<br />
comida, con mesas negras embadurnadas de té o café con aguardiente, con<br />
gruesos cristales amarillos para las moscas, y servilletas húmedas manchadas de<br />
vino tinto, y que, oliendo siempre a pueblo, como gañanes vestidos de<br />
burgueses, tienen un café a la calle, y por la parte del campo, una huerta de<br />
verduras. Carlos se puso inmediatamente en movimiento. Confundió el<br />
proscenio con las galerías, el patio de butacas con los palcos; anduvo del<br />
acomodador al director, regresó a la posada, volvió al despacho, y varias veces<br />
así, recorrió la ciudad a todo lo largo, desde el teatro hasta el bulevar.<br />
<strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> compró un sombrero, unos guantes, un ramillete de<br />
flores. El doctor temía mucho perder el comienzo; y sin haber tenido tiempo de<br />
tomar un caldo, se presentaron a las puertas del teatro, que todavía estaban<br />
cerradas.