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Gustave Flaubert Madame Bovary

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hablando con otras mujeres? Ellas le sonríen, él se acerca. ¡Oh, no!, ¿verdad que<br />

ninguna te gusta? Las hay más bonitas; ¡pero yo sé amar mejor! ¡Soy tu esclava<br />

y tu concubina! ¡Tú eres mi rey, mi ídolo! ¡Eres bueno! ¡Eres guapo! ¡Eres<br />

inteligente! ¡Eres fuerte!<br />

Tantas veces le había oído decir estas cosas, que no tenían ninguna<br />

novedad para él. Emma se parecía a todas las amantes; y el encanto de la<br />

novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna<br />

monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo<br />

lenguaje. Aquel hombre con tanta práctica no distinguía la diferencia de los<br />

sentimientos bajo la igualdad de las expresiones. Porque labios libertinos o<br />

venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el<br />

candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados<br />

que ocultan afectos mediocres; como si la plenitud del alma no se desbordara a<br />

veces por las metáforas más vacías, puesto que nadie puede jamás dar la exacta<br />

medida de sus necesidades, ni de sus conceptos, ni de sus dolores, y la palabra<br />

humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer<br />

bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas.<br />

Pero, con esta superioridad de crítica propia del que en cualquier<br />

compromiso se mantiene en reserva, Rodolfo percibió en este amor otros gozos<br />

que explotar. Juzgó incómodo todo pudor. La trató sin miramientos. Hizo de<br />

ella algo flexible y corrompido. Era una especie de sumisión idiota llena de<br />

admiración para él, de voluptuosidades para ella., una placidez que la embotaba,<br />

y su alma se hundía en aquella embriaguez y se ahogaba en ella, empequeñecida<br />

como el duque de Clarence en su tonel de malvasía 47 .<br />

Sólo por el efecto de sus hábitos amorosos, <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> cambió de<br />

conducta. Sus miradas se hicieron más atrevidas, sus conversaciones, más<br />

libres; tuvo incluso la inconveniencia de pasearse con Rodolfo, con un cigarrillo<br />

en la boca, como para « burlarse del mundo»; en fin, los que todavía dudaban ya<br />

no dudaron cuando la vieron un día bajar de «La Golondrina», el talle ceñido<br />

por un chaleco, como si fuera un hombre; y la señora <strong>Bovary</strong> madre, que<br />

después de una espantosa escena con su marido había venido a refugiarse a casa<br />

de su hijo, no fue la burguesa menos escandalizada. Muchas otras cosas le<br />

escandalizaron; en primer lugar, Carlos no había escuchado sus consejos sobre<br />

la prohibición de las novelas; después, «el estilo de la casa» le desagradaba; se<br />

permitió hacerle algunas observaciones, y se enfadaron, sobre todo una vez a<br />

propósito de Felicidad.<br />

La señora <strong>Bovary</strong> madre, la noche anterior, atravesando el corredor, la<br />

había sorprendido en compañía de un hombre, un hombre de barba oscura, de<br />

unos cuarenta años, y que, al ruido de sus pasos, se había escapado rápidamente<br />

de la cocina. Entonces Emma se echó a reír; pero la buena señora montó en<br />

cólera, declarando que, a no ser que se burlasen de las costumbres, debían<br />

vigilar las de los criados.<br />

—¿De qué mundo es usted? —dijo la nuera, con una mirada tan<br />

impertinente que la señora <strong>Bovary</strong> le preguntó si no defendía su propia causa.<br />

—¡Salga de aquí! —dijo la joven levantándose de un salto.<br />

—¡Emma!… ¡Mamá!… —exclamaba Carlos para reconciliarlas.<br />

47 El duque de Clarence (1449-1478), nacido en Dublín, hermano de Eduardo IV, rey de<br />

Inglaterra, habiendo traicionado a éste, fue ejecutado en la Torre de Londres.

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