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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—Es un truco —dijo el farmacéutico al ver a León—. He querido<br />

interrumpir esa visita que me parecía que le contrariaba. Vamos a casa de<br />

Bridoux a tomar una copa de garus 63 .<br />

León juró que tenía que volver a su despacho. Entonces el boticario<br />

bromeó acerca de los legajos, del procedimiento.<br />

—Olvídese un poco del Cujas y del Bartole 64 , ¡qué demonio! ¿Quién se lo<br />

impide? ¡Sea valiente! Vamos a casa de Bridoux; verá su perro. ¡Es curiosísimo!<br />

Y como el pasante seguía firme en su propósito.<br />

—Iré con usted. Le esperaré leyendo un periódico a hojeando el código.<br />

León, aturdido por la cólera de Emma, la charlatanería del señor Homais y<br />

quizás por la pesadez de la digestión del almuerzo, permanecía indeciso y como<br />

fascinado por el farmacéutico que seguía insistiendo:<br />

—¡Vamos a casa de Bridoux!, está a dos pasos, en la calle Malpalu.<br />

Entonces, por cobardía, por necedad, por ese incalificable sentimiento que<br />

nos arrastra a las acciones menos deseadas, se dejó llevar a casa de Bridoux; y lo<br />

encontraron en su pequeño patio, vigilando a tres muchachos que jadeaban<br />

dando vueltas a la gran rueda de una máquina para hacer agua de Seltz. Homais<br />

les dio consejos; abrazó a Bridoux; tomaron el garus. Veinte veces intentó León<br />

marcharse; pero el otro le sujetaba por el brazo diciéndole:<br />

—Enseguida, ya nos vamos. Iremos al Fanal de Rouen, a ver a aquellos<br />

señores. Le presentaré a Thomassin.<br />

Sin embargo, León logró liberarse del boticario y dio un salto hasta el<br />

hotel. Emma ya no estaba allí.<br />

Acababa de salir desesperada. Ahora lo detestaba. Aquella falta a la cita le<br />

parecía un ultraje y buscaba otras razones para despegarse de él; era incapaz de<br />

heroísmo, débil, trivial, más blando que una mujer, además de avaro y<br />

pusilánime.<br />

Luego, calmándose, acabó por descubrir que tal vez lo había calumniado.<br />

Pero la denigración de las personas a quienes amamos siempre nos aleja de ellas<br />

un poco. No hay que tocar a los ídolos; su dorado se nos queda en las manos.<br />

Llegaron a hablar más frecuentemente de cosas indiferentes a su amor; y<br />

en las cartas que Emma le enviaba hablaba de flores, de versos, de la luna y de<br />

las estrellas, recursos ingenuos de una pasión debilitada que intentaba avivarse<br />

con todas las ayudas exteriores. Ella se prometía continuamente, para su<br />

próximo viaje, una felicidad profunda; después confesaba no sentir nada<br />

extraordinario. Esta decepción se borraba rápidamente bajo una esperanza<br />

nueva, y Emma volvía más entusiasmada, más ávida. Se desvestía brutalmente<br />

arrancando la cinta delgada de su corsé, que silbaba alrededor de sus caderas<br />

como una culebra que se escurre. Iba de puntillas, descalza a mirar otra vez si la<br />

puerta estaba cerrada, después con un solo gesto dejaba caer juntos todos sus<br />

vestidos; y pálida, sin hablar, seria, se dejaba caer contra el pecho de su amante<br />

con un prolongado estremecimiento.<br />

63 Elixir estomacal a base de canela, nuez moscada y azafrán.<br />

64 Famosos juristas y tratadistas de Derecho. Bartolo, italiano, del siglo xiv; Cujas, francés,<br />

del xvi. Recuérdese que <strong>Flaubert</strong> cursó estudios de Derecho en la Universidad de París.

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