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Gustave Flaubert Madame Bovary

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cesar, proseguían su gran murmullo. Emma se ceñía el chal a los hombros y se<br />

levantaba. En la avenida, una luz verde proyectada por el follaje iluminaba el<br />

musgo raso, que crujía suavemente bajo sus pies. El sol se ponía; el cielo estaba<br />

rojo entre las ramas, y los troncos iguales de los árboles plantados en línea recta<br />

parecían una columnata parda que se destacaba sobre un fondo dorado; el<br />

miedo se apoderaba de ella, llamaba a Djali, volvía de prisa a Tostes por la<br />

carretera principal, se hundía en un sillón y no hablaba en toda la noche.<br />

Pero a finales de septiembre algo extraordinario pasó en su vida: fue<br />

invitada a la Vaubyessard, a casa del marqués de Anvervilliers. Secretario de<br />

Estado bajo la Restauración, el marqués, que trataba de volver a la vida política,<br />

preparaba desde hacía mucho tiempo su candidatura a la Cámara de Diputados.<br />

En invierno hacía muchos repartos de leña, y en el Consejo General reclamaba<br />

siempre con interés carreteras para su distrito. En la época de los grandes<br />

calores había tenido un flemón en la boca, del que Carlos le había curado como<br />

por milagro, acertando con un toque de lanceta. El administrador enviado a<br />

Tostes para pagar la operación contó, por la noche, que había visto en el<br />

huertecillo del médico unas cerezas soberbias. Ahora bien, las cerezas crecían<br />

mal en la Vaubyessard, el señor marqués pidió algunos esquejes a <strong>Bovary</strong>, se<br />

sintió obligado a darle las gracias personalmente, vio a Emma, se dio cuenta de<br />

que tenía una bonita cintura y de que no saludaba como una campesina; de<br />

modo que no creyeron en el castillo sobrepasar los límites de la<br />

condescendencia, ni por otra parte cometer una torpeza, invitando al joven<br />

matrimonio.<br />

Un miércoles, a las tres, el señor y la señora <strong>Bovary</strong> salieron en su<br />

carricoche para la Vaubyessard, con un gran baúl amarrado detrás y una<br />

sombrerera que iba colocada delante del pescante. Carlos llevaba además una<br />

caja entre las piernas. Llegaron al anochecer, cuando empezaban a encender los<br />

faroles en el parque para alumbrar a los coches.

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