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Gustave Flaubert Madame Bovary

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incluso un instante en que Carlos, lleno de un furor sombrío, clavó sus ojos en<br />

Rodolfo quien, en una especie de espanto, se quedó callado. Pero pronto<br />

reapareció en su cara el mismo cansancio fúnebre.<br />

—No le guardo rencor —dijo.<br />

Rodolfo se había quedado mudo. Y Carlos, sujetando la cabeza con sus dos<br />

manos, replicó con una voz apagada y con el acento resignado de los dolores<br />

infinitos.<br />

Incluso añadió una gran frase, la única que jamás había dicho:<br />

—¡Es culpa de la fatalidad!<br />

Rodolfo, que había sido el agente de aquella fatalidad, reconoció un<br />

buenazo en aquel hombre en tal situación, incluso cómico y un poco vil.<br />

Al día siguiente, Carlos fue a sentarse en el banco, en el cenador. A través<br />

del emparrado se filtraban unos rayos de sol, las hojas de viña dibujaban sus<br />

sombras sobre la arena, el jazmín perfumaba el aire, el cielo estaba azul,<br />

zumbaban las cantáridas alrededor de los lirios en flor, y Carlos se ahogaba<br />

como un adolescente bajo los vagos efluvios amorosos que llenaban su corazón<br />

apenado.<br />

A las siete, la pequeña Berta, que no lo había visto en toda la tarde, fue a<br />

buscarlo para cenar.<br />

Tenía la cabeza vuelta hacia la pared, los ojos cerrados, la boca abierta, y<br />

sostenía en sus manos un largo mechón de cabellos negros.<br />

—¡Papá, ven! —le dijo la niña.<br />

Y creyendo que quería jugar, lo empujó suavemente. Cayó al suelo. Estaba<br />

muerto.<br />

Treinta y seis horas después, a petición del boticario, acudió el señor<br />

Canivet. Lo abrió y no encontró nada.<br />

Cuando se vendió todo, quedaron doce francos setenta y cinco céntimos<br />

que sirvieron para pagar el viaje de la señorita <strong>Bovary</strong> a casa de su abuela. La<br />

buena mujer murió el mismo año; como el tío Rouault estaba paralítico, fue una<br />

tía la que se encargó de la huérfana. Es pobre y la envía, para ganarse la vida, a<br />

una hilatura de algodón.<br />

Desde la muerte de <strong>Bovary</strong> se han sucedido tres médicos en Yonville sin<br />

poder salir adelante, hasta tal punto el señor Homais les hizo la vida imposible.<br />

Hoy tiene una clientela enorme; la autoridad le considera y la opinión pública le<br />

protege. Acaban de concederle la cruz de honor.

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