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Gustave Flaubert Madame Bovary

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El boticario, a quien pesaba el silencio, no tardó en formular algunas<br />

quejas sobre aquella infortunada mujer joven, y el sacerdote respondió que<br />

ahora sólo quedaba rezar por ella.<br />

—Sin embargo —replicó Homais, una de dos: o ha muerto en estado de<br />

gracia, como dice la Iglesia, y entonces no tiene ninguna necesidad de nuestras<br />

oraciones, o bien ha muerto impenitente, esta es, yo creo, la expresión<br />

eclesiástica, y entonces…<br />

Bournisien le interrumpió, replicando en un tono desabrido, que no dejaba<br />

de ser necesario el rezar.<br />

—Pero —objetó el farmacéutico— ya que Dios conoce todas nuestras<br />

necesidades, ¿para qué puede servir la oración?<br />

—¡Cómo! —dijo el eclesiástico, ¡la oración! ¿Luego usted no es cristiano?<br />

—¡Perdón! —dijo Homais. Admiro el cristianismo. Primero liberó a los<br />

esclavos, introdujo en el mundo una moral…<br />

—¡No se trata de eso! Todos los textos…<br />

—¡Oh!, ¡oh!, en cuanto a los textos, abra la historia; se sabe que han sido<br />

falsificados por los jesuitas.<br />

Entró Carlos, y, acercándose a la cama, corrió lentamente las coronas:<br />

Emma tenía la cabeza inclinada sobre el hombro derecho. La comisura de<br />

su boca, que seguía abierta, hacía como un agujero negro en la parte baja de la<br />

cara; los dos pulgares permanecían doblados hacia la palma de las manos; una<br />

especie de polvo blanco le salpicaba las cejas, y sus ojos comenzaban a<br />

desaparecer en una palidez viscosa que semejaba una tela delgada, como si las<br />

arañas hubiesen tejido allí encima.<br />

La sábana se hundía desde los senos hasta las rodillas, volviendo después a<br />

levantarse en la punta de los pies; y a Carlos le parecía que masas infinitas, que<br />

un peso enorme pesaba sobre ella.<br />

El reloj de la iglesia dio las dos. Se oía el gran murmullo del río que corría<br />

en las tinieblas al pie de la terraza. El señor Bournisien de vez en cuando se<br />

sonaba ruidosamente y Homais hacía rechinar su pluma sobre el papel.<br />

—Vamos, mi buen amigo —dijo—, retírese, este espectáculo le desgarra.<br />

Una vez que salió Carlos, el farmacéutico y el cura reanudaron sus<br />

discusiones.<br />

—¡Lea a Voltaire! —decía uno—; lea a D'Holbach, lea la Enciclopedia.<br />

—Lea las Cartas de algunos judíos portugueses 72 —decía el otro—; lea la<br />

Razón del cristianismo, por Nicolás, antiguo magistrado.<br />

Se acaloraban, estaban rojos, hablaban a un tiempo, sin escucharse;<br />

Bournisien se escandalizaba de semejante audacia; Homais se maravillaba de<br />

semejante tontería; y no les faltaba mucho para insultarse cuando, de pronto,<br />

reapareció Carlos. Una fascinación le atraía. Subía continuamente la escalera.<br />

Se ponía enfrente de Emma para verla mejor, y se perdía en esta<br />

contemplación, que ya no era dolorosa a fuerza de ser profunda.<br />

72 Obra del abate Antoine Guénée, publicada en 1769, y en la que refuta los ataques de<br />

Voltaire contra la Biblia.

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