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—Él se volvió lentamente, y le dijo cruzándose los brazos:<br />
—¿Pensaba usted, señora mía, que yo iba, hasta la consumación de los<br />
siglos, a ser su proveedor y banquero? ¡Por el amor de Dios! Tengo que<br />
recuperar lo que he desembolsado, ¡seamos justos!<br />
Ella protestó de la cuantía de la deuda.<br />
—¡Ah!, ¡qué le vamos a hacer!, ¡el tribunal lo ha reconocido!, ¡hay una<br />
sentencia!, ¡se la han notificado! Además, no soy yo, es Vinçart.<br />
—¿Es que usted no podría…?<br />
—¡Oh, nada en absoluto!<br />
—Pero…, sin embargo…, razonemos.<br />
Y ella se fue por los cerros de Úbeda; no se había enterado de nada…, era<br />
una sorpresa…<br />
—¿De quién es la culpa? —dijo Lheureux saludándola irónicamente.<br />
Mientras que yo estoy trabajando como un negro, usted se divierte de lo lindo.<br />
—¡Ah!, ¡nada de sermones!<br />
—Eso nunca hace daño —le replicó él.<br />
Ella estuvo cobarde, le suplicó; a incluso apoyó su linda mano blanca y<br />
larga sobre las rodillas del comerciante.<br />
—¡Déjeme ya! ¡Parece que quiere seducirme!<br />
—¡Es usted un miserable! exclamó ella.<br />
—¡Oh!, ¡oh!, ¡qué maneras! —replicó riendo.<br />
—Ya haré saber quién es usted. Se lo diré a mi marido.<br />
—Bien, yo le enseñaré algo a su marido…<br />
Y Lheureux sacó de su caja fuerte el recibo de mil ochocientos francos que<br />
ella le había dado en ocasión del descuento de Vinçart.<br />
—¿Cree usted —añadió él— que no se va a dar cuenta de sus pequeños<br />
robos ese pobre hombre?<br />
Emma se desplomó más abatida que si hubiese recibido un mazazo. Él se<br />
paseaba desde la ventana a la mesa, sin dejar de repetir:<br />
—¡Ah!, ya lo creo que lo enseñaré… sí que se lo enseñaré…<br />
Después se acercó a ella, y con voz suave:<br />
—No es divertido, lo sé; después de todo nadie se ha muerto por esto, y<br />
como es el único medio que le queda de devolverme mi dinero…<br />
—¿Pero dónde encontrarlo? —dijo Emma retorciéndose los brazos.<br />
—¡Ah, bah!, ¡cuando, como usted, se tienen amigos!<br />
Y la miraba de una manera tan penetrante y tan terrible que ella tembló<br />
hasta las entrañas.<br />
—Se lo prometo —dijo ella, firmaré…<br />
—¡Ya estoy harto de sus firmas!<br />
—¡Volveré a vender…!<br />
—¡Vamos! —dijo él encogiéndose de hombros—, ya no le queda nada.<br />
Y llamó por la mirilla que daba a la tienda.