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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—¿Cómo?<br />

—¡Nadie! Y el señor está llorando. La llama. La están buscando.<br />

Emma no respondió nada. Jadeaba dirigiendo miradas a su alrededor<br />

mientras que la campesina, asustada de verla así, retrocedía instintivamente<br />

creyendo que estaba loca. De pronto se dio una palmada en la frente, lanzó un<br />

grito, porque el recuerdo de Rodolfo, como un gran relámpago en una noche<br />

oscura, le había llegado al alma. ¡Era tan bueno, tan delicado, tan generoso! Y<br />

además, si vacilaba en servirla, ella sabría bien obligarle recordando con un solo<br />

guiño de ojo su amor perdido. Salió, pues, hacia la Huchette, sin darse cuenta<br />

que corría a ofrecerse a lo que hacía un instante la había exasperado tanto, sin<br />

sospechar, ni por asomo, en aquella prostitución.

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