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desanimó; y a aquéllos que pudo encontrar les pedía dinero, asegurando que le<br />
hacía falta, que se lo devolvería. Algunos se le rieron en la cara, todos la<br />
rechazaron.<br />
A las dos corrió a ver a León, llamó a su puerta. No abrieron. Por fin<br />
apareció.<br />
—¿Qué te trae por aquí?<br />
—¿Te molesta?<br />
—No…, pero…<br />
Y él le confesó que al propietario no le gustaba que se recibiese a<br />
«mujeres». Entonces cogió su llave. Emma lo detuvo.<br />
—¡Oh!, no, allá, en nuestra Casa.<br />
Y fueron a su habitación, en el «Hôtel de Boulogne».<br />
Al llegar ella bebió un gran vaso de agua. Estaba muy pálida. Le dijo:<br />
—León, me vas a hacer un favor.<br />
Y sacudiéndolo por las dos manos, que le apretaba fuertemente, añadió:<br />
—¡Escucha, necesito ocho mil francos!<br />
—¡Pero tú estás loca!<br />
—¡Todavía no!<br />
Y enseguida, contando la historia del embargo, le expresó su angustia,<br />
pues Carlos lo ignoraba todo, su suegra la detestaba, el tío Rouault no podía<br />
hacer nada; pero él, León, iba a ponerse en marcha para encontrar aquella<br />
cantidad indispensable.<br />
—¿Cómo quieres que…?<br />
—¡Qué cobarde estás hecho! exclamó ella.<br />
Entonces él dijo tontamente:<br />
—¡Tú desorbitas las cosas! Quizás con un millar de escudos tu buen<br />
hombre se calmaría.<br />
Razón de más para intentar alguna gestión, era imposible que no se<br />
encontrasen tres mil francos. Además, León podía salir de fiador.<br />
—¡Vete!, ¡prueba!, ¡es preciso!, ¡corre…! ¡Oh!, ¡inténtalo!, ¡prueba!, te<br />
querré mucho.<br />
Él salió, volvió al cabo de una hora, y dijo con una cara solemne:<br />
—He visitado a tres personas… ¡inútilmente!<br />
Después se quedaron sentados, uno en frente del otro, en los dos rincones<br />
de la chimenea, inmóviles, sin hablar. Emma se encogía de hombros y<br />
pataleaba. Él la oyó murmurar:<br />
—Si estuviera en tu puesto, ya lo creo que los encontraría.<br />
—¿Dónde?<br />
—En tu despacho.<br />
Y se quedó mirándole.<br />
Una audacia infernal se escapaba de sus pupilas encendidas, y los<br />
párpados se entornaban de una forma lasciva a incitante, de tal modo que el<br />
joven se sintió ablandar bajo la muda voluntad de aquella mujer que le