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Gustave Flaubert Madame Bovary

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Después de haber aguantado sus expresiones de agradecimiento, <strong>Madame</strong><br />

<strong>Bovary</strong> se fue; y ya había caminado un poco por el sendero cuando un ruido de<br />

zuecos le hizo volver la cabeza: ¡era la nodriza!<br />

—¿Qué pasa?<br />

Entonces la campesina, llevándola aparte, detrás de un olmo, empezó a<br />

hablarle de su marido, que, con su oficio y seis francos al año que el capitán…<br />

—Termine pronto —dijo Emma.<br />

—Bueno —repuso la nodriza arrancando suspiros entre cada palabra—,<br />

temo que se ponga triste viéndome tomar café sola, ya comprende, los<br />

hombres…<br />

—¡Pues lo tendrá —repetía Emma—, se lo daré!…¡Me está cansando!<br />

—¡Ay!, señora, a causa de sus heridas, tiene unos dolores terribles en el<br />

pecho. Incluso dice que la sidra le debilita.<br />

—¡Pero acabe de una vez, tía Rolet!<br />

—Pues mire —replicó haciéndole una reverencia—, cuando quiera —y le<br />

dirigía una mirada suplicante— un jarrito de aguardiente —dijo finalmente—, y<br />

le daré friegas a los pies de su niña, que los tiene tiernecitos como la lengua.<br />

Ya libre de la nodriza, Emma volvió a tomar el brazo del señor León.<br />

Caminó deprisa durante algún tiempo; después acortó el paso, y su mirada, que<br />

dirigía hacia adelante, encontró el hombro del joven cuya levita tenía un cuello<br />

de terciopelo negro. Su pelo castaño le caía encima, lacio y bien peinado.<br />

Observó sus uñas, que eran más largas de las que se llevaban en Yonville. Una<br />

de las grandes ocupaciones del pasante era cuidarlas; y para este menester tenía<br />

un cortaplumas muy especial en su escritorio.<br />

Regresaron a Yonville siguiendo la orilla del río. En la estación cálida, la<br />

ribera, más ensanchada, dejaba descubiertos hasta su base los muros de las<br />

huertas, de donde, por unos escalones, se bajaba hasta el río.<br />

El agua discurría mansamente, rápida y aparentemente fría; grandes<br />

hierbas delgadas se curvaban juntas encima, siguiendo la corriente que las<br />

empujaba, y como verdes cabelleras abandonadas se extendían en su limpidez.<br />

A veces, en la punta de los juncos o sobre la hoja de los nenúfares caminaba o se<br />

posaba un insecto de patas finas. El sol atravesaba con un rayo las pequeñas<br />

pompas azules de las olas que se sucedían rompiéndose; los viejos sauces<br />

podados reflejaban en el agua su corteza gris. Más allá, todo alrededor, la<br />

pradera parecía vacía.<br />

Era la hora de la comida en las granjas, y la joven y su acompañante no<br />

oían al caminar más que la cadencia de sus pasos sobre la tierra del sendero, las<br />

palabras que se decían y el roce del vestido de Emma que se propagaba<br />

alrededor de ella.<br />

Las tapias de las huertas, rematadas en sus albardillas con trozos de<br />

botellas, estaban calientes como el acristalado de un invernadero. En los<br />

ladrillos habían crecido unos rabanillos, y con la punta de su sombrilla abierta,<br />

<strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong>, al pasar, hacía desgranar en polvo amarillo un poco de sus<br />

flores marchitas o alguna rama de madreselvas o de clemátide que colgaban<br />

hacia afuera y se arrastraban un momento sobre el vestido de seda enredándose<br />

en los flecos.

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