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A veces un golpe de viento llevaba las nubes hacia la costa de Santa Catalina,<br />
como olas aéreas que se rompían en silencio contra un acantilado.<br />
Algo vertiginoso se desprendía para ella de estas existencias amontonadas,<br />
y su corazón se ensanchaba ampliamente como si las ciento veinte mil almas<br />
que palpitaban allí le hubiesen enviado todas a la vez el vapor de las pasiones<br />
que ella les suponía. Su amor crecía ante el espacio y se llenaba de tumulto con<br />
los zumbidos vagos que subían. Ella lo volvía a derramar fuera, en las plazas, en<br />
los paseos, en las calles, y la vieja ciudad normanda aparecía ante sus ojos como<br />
una capital desmesurada, como una Babilonia en la que ella entraba. Se<br />
asomaba con las dos manos por la ventanilla, aspirando la brisa; los tres<br />
caballos galopaban, las piedras rechinaban en el barro, la diligencia se<br />
balanceaba, a Hivert, de lejos, daba voces a los carricoches en la carretera,<br />
mientras que los burgueses que habían pasado la noche en el bosque Guillaume<br />
bajaban la cuesta tranquilamente en su cochecito familiar.<br />
Se paraban en la barrera; Emma se desataba los chanclos, cambiaba de<br />
guantes, se ponía bien el chal, y veinte pasos más lejos se apeaba de «La<br />
Golondrina».<br />
La ciudad se despertaba entonces. Los dependientes, con gorro griego,<br />
frotaban el escaparate de las tiendas, y unas mujeres con cestos apoyados en la<br />
cadera lanzaban a intervalos un grito sonoro en las esquinas de las calles. Ella<br />
caminaba con los ojos fijos en el suelo, rozando las paredes y sonriendo de<br />
placer bajo su velo negro que le cubría la cara.<br />
Por miedo a que la vieran, no tomaba ordinariamente el camino más corto.<br />
Se metía por las calles oscuras y llegaba toda sudorosa hacia la parte baja de la<br />
calle Nationale, cerca de la fuente que hay allí. Es el barrio del teatro, de las<br />
tabernas y de las prostitutas. A menudo pasaba al lado de ella una carreta que<br />
llevaba algún decorado que se movía. Unos chicos con delantal echaban arena<br />
sobre las losas entre arbustos verdes. Olía a ajenjo, a tabaco y a ostras.<br />
Emma torcía por una calle, reconocía a León por su pelo rizado que se salía<br />
de su sombrero.<br />
León continuaba caminando por la acera. Ella le seguía hasta el hotel, él<br />
abría la puerta, entraba… ¡Qué apretón, qué abrazo!<br />
Después se precipitaban las palabras, los besos. Se contaban las penas de<br />
la semana, los presentimientos, las inquietudes por las cartas; pero ahora se<br />
olvidaba todo y se miraban frente a frente con risas de voluptuosidad y palabras<br />
de ternura.<br />
La cama era un gran lecho de caoba en forma de barquilla. Las cortinas de<br />
seda roja lisa, que bajaban del techo, se recogían muy abajo, hacia la cabecera<br />
que se ensanchaba; y nada en el mundo era tan bello como su cabeza morena y<br />
su piel blanca que se destacaban sobre aquel color púrpura, cuando con un gesto<br />
de pudor cerraba los brazos desnudos, tapándose la cara con las manos.<br />
El tibio aposento con su alfombra discreta, sus adornos juguetones y su luz<br />
tranquila parecía muy a propósito para las intimidades de la pasión. Las barras<br />
terminaban en punta de flecha, los alzapaños de cobre y las gruesas bolas de los<br />
morillos relucían de pronto cuando entraba el sol. Sobre la chimenea, entre los<br />
candelabros, había dos de esas grandes caracolas rosadas en las que se oye el<br />
ruido del mar cuando se las acerca al oído.