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Gustave Flaubert Madame Bovary

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Sintió una terrible curiosidad: despacio, con la punta de los dedos,<br />

palpitante, le levantó el velo. Pero lanzó un grito de horror que despertó a los<br />

que dormían. Lo llevaron abajo, a la sala.<br />

Después vino Felicidad a decir que el señor quería un mechón de pelo de la<br />

señora.<br />

—¡Córtelo! —replicó el boticario.<br />

Y como ella no se atrevía, se adelantó él mismo, con las tijeras en la mano.<br />

Temblaba tanto, que picó la piel de las sienes en varios sitios. Por fin, venciendo<br />

la emoción, Homais dio dos o tres grandes tijeretazos al azar, lo cual dejó<br />

marcas blancas en aquella hermosa cabellera negra.<br />

El farmacéutico y el cura volvieron a sumergirse en sus ocupaciones, no sin<br />

dormir de vez en cuando, de lo cual se acusaban recíprocamente cada vez que<br />

volvían a despertar. Entonces el señor Bournisien rociaba la habitación con agua<br />

bendita y Homais echaba un poco de cloro en el suelo.<br />

Felicidad había tenido la precaución de poner para ellos, sobre la cómoda,<br />

una botella de aguardiente, un queso y un gran bizcocho. Por eso el boticario,<br />

que no podía más, suspiró hacia las cuatro de la mañana:<br />

—¡La verdad es que de buena gana me tomaría algo!<br />

El eclesiástico no se hizo rogar; salió para ir a decir misa, volvió, después<br />

comieron y bebieron, bromeando un poco, sin saber por qué, animados por esa<br />

alegría vaga que nos invade después de sesiones de tristeza; y a la última copa,<br />

el cura dijo al farmacéutico, dándole palmadas en el hombro:<br />

—¡Acabaremos por entendernos!<br />

Abajo, en el vestíbulo, encontraron a los carpinteros que llegaban.<br />

Entonces Carlos, durante dos horas, tuvo que soportar el suplicio del martillo<br />

que resonaba sobre las tablas. Después la depositaron en su ataúd de roble que<br />

metieron en los otros dos; pero como el ataúd era demasiado ancho, hubo que<br />

rellenar los intersticios con la lana de un colchón. Por fin, una vez cepilladas,<br />

clavadas y soldadas las tres tapas, la expusieron delante de la puerta; se abrió de<br />

par en par la casa y empezó el desfile de los vecinos de Yonville.<br />

Llegó el padre de Emma. Se desmayó en la plaza al ver el paño negro.

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