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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—Pero bueno, señor —dijo Emma—, ¿qué tenía usted que decirme?<br />

—Es verdad, señora… Ha muerto su suegro.<br />

En efecto, el señor <strong>Bovary</strong> padre había fallecido la antevíspera, de repente,<br />

de un ataque de apoplejía, al levantarse de la mesa y, por exceso de precaución<br />

para la sensibilidad de Emma, Carlos había rogado al señor Homais que le diera<br />

con cuidado esta horrible noticia.<br />

Él había meditado la frase, la había redondeado, pulido, puesto ritmo, era<br />

una obra maestra de prudencia y de transiciones, de giros finos y de delicadezas;<br />

pero la cólera había vencido a la retórica.<br />

Emma, sin querer conocer ningún detalle, abandonó la farmacia, pues el<br />

señor Homais había reanudado sus vituperios. Sin embargo, se calmaba, y ahora<br />

refunfuñaba con aire paternal, al tiempo que se abanicaba con su bonete griego:<br />

—No es que desapruebe totalmente la obra. El autor era médico. Hay en<br />

ella algunos aspectos científicos que no está mal que un hombre los conozca, y<br />

me atrevería a decir que es preciso que los conozca. Pero ¡más adelante, más<br />

adelante! Aguarda al menos a que tú mismo seas un hombre y a que tu carácter<br />

esté formado.<br />

Al oír el aldabonazo de Emma, Carlos, que la esperaba, se adelantó con los<br />

brazos abiertos y le dijo con voz llorosa:<br />

—¡Ah!, ¡mi querida amiga!<br />

Entretanto ella respondió:<br />

—Sí, ya sé…, ya sé…<br />

Le enseñó la carta en la que su madre contaba la noticia, sin ninguna<br />

hipocresía sentimental. Únicamente sentía que su marido no hubiese recibido<br />

los auxilios de la religión, habiendo muerto en Doudeville, en la calle, a la puerta<br />

de un café, después de una comida patriótica con antiguos oficiales.<br />

Emma le devolvió la carta; luego, en la cena, por quedar bien, fingió alguna<br />

repugnancia. Pero como él la animaba, decidió ponerse a cenar, mientras que<br />

Carlos, frente a ella, permanecía inmóvil, en una actitud de tristeza.<br />

De vez en cuando, levantando la cabeza, le dirigía una mirada prolongada,<br />

toda llena de angustia. Una vez suspiró.<br />

—¡Hubiera querido volver a verle!<br />

Ella se callaba. Por fin, comprendiendo que había que romper el silencio:<br />

—¿Qué edad tenía tu padre?<br />

—¡Cincuenta y ocho años!<br />

—¡Ah!<br />

Y no dijo nada más.<br />

Un cuarto de hora después, Carlos añadió.<br />

—¿Y mi pobre madre?…, ¿qué va a ser de ella ahora?<br />

Emma hizo un gesto de ignorancia.<br />

Viéndola tan taciturna, Carlos la suponía afligida y se esforzaba por no<br />

decirle nada para no avivar aquel dolor que la conmovía. Sin embargo,<br />

olvidándose del suyo propio:<br />

—¿Te divertiste mucho ayer? —le preguntó.

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