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Gustave Flaubert Madame Bovary

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Inmóviles el uno frente al otro, se repetían:<br />

—¡Hasta el jueves!…, ¡hasta el jueves!<br />

De pronto ella le cogía la cabeza entre las dos manos, le besaba rápido en<br />

la frente, exclamando: «¡Adiós!», y se precipitaba por la escalera.<br />

Iba a la calle de la Comedia, a una peluquería, a arreglarse sus bandós.<br />

Llegaba la noche; encendían el gas en la tienda.<br />

Oía la campanilla del teatro que llamaba a los cómicos a la representación,<br />

y veía, enfrente, pasar hombres con la cara blanca y mujeres con vestidos ajados<br />

que entraban por la puerta de los bastidores.<br />

Hacía calor en aquella pequeña peluquería demasiado baja, donde la<br />

estufa zumbaba en medio de las pelucas y de las pomadas. El olor de las<br />

tenacillas, con aquellas manos grasientas que le tocaban la cabeza, no tardaba<br />

en dejarla sin sentido y se quedaba un poco dormida bajo el peinador. A veces el<br />

chico, mientras la peinaba, le ofrecía entradas para el baile de disfraces.<br />

Después se marchaba. Subía de nuevo las calles, llegaba a la «Croix<br />

Rouge»; recogía sus zuecos que había escondido por la mañana debajo de un<br />

banco y se acomodaba en su sitio entre los viajeros impacientes. Algunos se<br />

apeaban al pie de la cuesta. Ella se quedaba sola en la diligencia.<br />

A cada vuelta se veían cada vez mejor todas las luces de la ciudad que<br />

formaban un amplio vapor luminoso por encima de las casas amontonadas.<br />

Emma se ponía de rodillas sobre los cojines y se le perdía la mirada en aquel<br />

deslumbramiento. Sollozaba, llamaba a León, y le enviaba palabras tiernas y<br />

besos que se perdían en el viento.<br />

Había en la cuesta un pobre diablo que vagabundeaba con su bastón por<br />

en medio de las diligencias. Un montón de harapos cubría sus hombros y un<br />

viejo sombrero desfondado que se había redondeado como una palangana le<br />

tapaba la cara; pero cuando se lo quitaba descubría, en lugar de párpados, dos<br />

órbitas abiertas todas ensangrentadas. La carne se deshilachaba en jirones<br />

rojos, y de allí corrían líquidos que se coagulaban en costras verdes hasta la<br />

nariz cuyas aletas negras sorbían convulsivamente. Para hablar echaba hacia<br />

atrás la cabeza con una risa idiota; entonces sus pupilas azuladas, girando con<br />

un movimiento continuo, iban a estrellarse hacia las sienes, al borde de la llaga<br />

viva.<br />

Cantaba una pequeña canción siguiendo los coches:<br />

Souvent la chaleur d'un beau jour<br />

Fait rêver fillette á l'amour.<br />

Y en todo lo que seguía se hablaba de pájaros, sol y follaje.<br />

A veces, aparecía de pronto detrás de Emma, con la cabeza descubierta.<br />

Ella se apartaba con un grito. Hivert venía a hacerle bromas. Le decía que debía<br />

poner una barraca en la feria de San Román, o bien le preguntaba en tono de<br />

broma por su amiguita.<br />

Con frecuencia estaban en marcha cuando su sombrero, con un<br />

movimiento brusco, entraba en la diligencia por la ventanilla, mientras él se<br />

agarraba con el otro brazo sobre el estribo entre las salpicaduras de las ruedas.<br />

Su voz, al principio débil como un vagido, se volvía aguda. Se arrastraba en la<br />

noche, como el confuso lamento de una indefinida angustia; y, a través del<br />

tintineo de los cascabeles, del murmullo de los árboles y del zumbido de la caja

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