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Gustave Flaubert Madame Bovary

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cielo claro estaba salpicado de nubes rosadas; la luz azulada de las velas<br />

reflejaba sobre las chozas cubiertas de lirios; Carlos, al pasar, reconocía los<br />

corrales. Se acordaba de mañanas como ésta, en que, después de haber visitado<br />

a un enfermo, salía de la casa y volvía hacia Emma.<br />

El paño negro, sembrado de lentejuelas blancas, se levantaba de vez en<br />

cuando descubriendo el féretro. Los portadores, cansados, acortaban el paso, y<br />

el féretro avanzaba en continuas sacudidas, cabeceando como una chalupa a<br />

merced de las olas.<br />

Llegaron al cementerio.<br />

Los portadores siguieron hasta el fondo, a un lugar en el césped donde<br />

estaba cavada la fosa.<br />

Formaron círculo en torno a ella; y mientras que el sacerdote hablaba, la<br />

tierra roja, echada sobre los bordes, corría por las esquinas, sin ruido,<br />

continuamente.<br />

Después, una vez dispuestas las cuatro cuerdas, empujaron el féretro<br />

encima.<br />

Él la vio bajar, bajar lentamente.<br />

Por fin se oyó un choque, las cuerdas volvieron a subir chirriando.<br />

Entonces el señor Bournisien tomó la pala que le ofrecía Lestiboudis; con su<br />

mano izquierda echó con fuerza una gran paletada de tierra, mientras que con la<br />

derecha asperjía la sepultura; y la madera del ataúd, golpeada por los guijarros,<br />

hizo ese ruido formidable que nos parece ser el de la resonancia de la eternidad.<br />

El eclesiástico pasó el hisopo a su vecino. Era el señor Homais. Lo sacudió<br />

gravemente, y se lo pasó a su vez a Carlos, quien se hundió hasta las rodillas en<br />

tierra, y la echaba a puñados mientras exclamaba: «Adiós». Le enviaba besos; se<br />

arrastraba hacia la fosa para sepultarse con ella.<br />

Se lo llevaron; y no tardó en apaciguarse, experimentando quizás, como<br />

todos los demás, la vaga satisfacción de haber terminado.<br />

El tío Rouault, al volver, se puso tranquilamente a fumar una pipa, lo cual<br />

Homais, en su fuero interno, juzgó poco adecuado. Observó igualmente que el<br />

señor Binet se había abstenido de aparecer, que Tuvache se «había largado»<br />

después de la misa, y que Teodoro, el criado del notario, llevaba un traje azul,<br />

«como si no se pudiera encontrar un traje negro, ya que es la costumbre, ¡qué<br />

diablo!». Y para comunicar sus observaciones, iba de corro en corro. Todos<br />

lamentaban la muerte de Emma, y sobre todo Lheureux, que no había faltado al<br />

entierro.<br />

—¡Pobre señora!, ¡qué dolor para su marido!<br />

El boticario decía:<br />

—Sepan ustedes que, si no fuera por mí, podría haber atentado contra su<br />

propia vida.<br />

—¡Una persona tan buena! ¡Y decir que todavía la vi el sábado pasado en<br />

mi tienda!<br />

—No he tenido tiempo —dijo Homais— de preparar unas palabras que<br />

hubiera pronunciado sobre su tumba.<br />

De regreso, en casa, Carlos se cambió de ropa, y el tío Rouault volvió a<br />

ponerse la blusa azul. Estaba nueva, y como durante el viaje se había secado

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