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celindas, y proyectaba en su recuerdo sombras más desmesuradas y<br />
melancólicas que las de los sauces inmóviles que se inclinaban sobre la hierba. A<br />
menudo algún bicho nocturno, erizo o comadreja, dispuesto para cazar, movía<br />
las hojas, o se oía por momentos un melocotón maduro que caía, solo, del<br />
espaldar.<br />
—¡Ah!, ¡qué hermosa noche! —dijo Rodolfo.<br />
—¡Tendremos otras! —replicó Emma.<br />
Y como hablándose a sí misma:<br />
—Sí, será bueno viajar… ¿Por qué tengo el corazón triste, sin embargo? ¿Es<br />
el miedo a lo desconocido…, el efecto de los hábitos abandonados o más bien…?<br />
No, es el exceso de felicidad. ¡Qué débil soy, verdad! ¡Perdóname!<br />
—Todavía estás a tiempo —exclamó Rodolfo. Reflexiona, quizás te<br />
arrepentirás después.<br />
—¡Jamás! —dijo ella impetuosamente.<br />
Y acercándose a él:<br />
—¿Pues qué desgracia puede sobrevenirme? No hay desierto, precipicio ni<br />
océano que no atravesara contigo. A medida que vivamos juntos, será como un<br />
abrazo cada día más apretado, más completo. No tendremos nada que nos<br />
turbe, ninguna preocupación, ningún obstáculo. Viviremos sólo para nosotros,<br />
el uno para el otro, eternamente… ¡Habla, contéstame!<br />
Rodolfo contestaba a intervalos regulares. «Sí… Sí…»<br />
Ella le había pasado las manos por los cabellos y repetía con voz infantil, a<br />
pesar de las gruesas lágrimas que le caían:<br />
—¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Ah, Rodolfo, querido Rodolfito mío! Sonaron las<br />
campanadas de medianoche.<br />
—¡Las doce! exclamó Emma. ¡Vámonos, ya es mañana! ¡Un día más!<br />
Rodolfo se levantó para marcharse; y como si aquel gesto fuese la señal de<br />
su fuga, Emma exclamó, de pronto, con aire jovial:<br />
—¿Tienes los pasaportes?<br />
—Sí.<br />
—¿No olvidas nada?<br />
—No.<br />
—¿Estás seguro?<br />
—Segurísimo.<br />
—Es en el Hotel de Provence, donde me esperarás, ¿verdad?… a<br />
mediodía…<br />
Rodolfo hizo un gesto de afirmación con la cabeza.<br />
—¡Hasta mañana! —dijo Emma en una última caricia.<br />
Y le miró alejarse.<br />
Rodolfo no miraba hacia atrás, Emma corrió detrás de él inclinándose a la<br />
orilla del agua entre malezas:<br />
—¡Hasta mañana! —exclamó.<br />
Rodolfo estaba ya al otro lado del río y caminaba deprisa por la pradera.