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Gustave Flaubert Madame Bovary

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celindas, y proyectaba en su recuerdo sombras más desmesuradas y<br />

melancólicas que las de los sauces inmóviles que se inclinaban sobre la hierba. A<br />

menudo algún bicho nocturno, erizo o comadreja, dispuesto para cazar, movía<br />

las hojas, o se oía por momentos un melocotón maduro que caía, solo, del<br />

espaldar.<br />

—¡Ah!, ¡qué hermosa noche! —dijo Rodolfo.<br />

—¡Tendremos otras! —replicó Emma.<br />

Y como hablándose a sí misma:<br />

—Sí, será bueno viajar… ¿Por qué tengo el corazón triste, sin embargo? ¿Es<br />

el miedo a lo desconocido…, el efecto de los hábitos abandonados o más bien…?<br />

No, es el exceso de felicidad. ¡Qué débil soy, verdad! ¡Perdóname!<br />

—Todavía estás a tiempo —exclamó Rodolfo. Reflexiona, quizás te<br />

arrepentirás después.<br />

—¡Jamás! —dijo ella impetuosamente.<br />

Y acercándose a él:<br />

—¿Pues qué desgracia puede sobrevenirme? No hay desierto, precipicio ni<br />

océano que no atravesara contigo. A medida que vivamos juntos, será como un<br />

abrazo cada día más apretado, más completo. No tendremos nada que nos<br />

turbe, ninguna preocupación, ningún obstáculo. Viviremos sólo para nosotros,<br />

el uno para el otro, eternamente… ¡Habla, contéstame!<br />

Rodolfo contestaba a intervalos regulares. «Sí… Sí…»<br />

Ella le había pasado las manos por los cabellos y repetía con voz infantil, a<br />

pesar de las gruesas lágrimas que le caían:<br />

—¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Ah, Rodolfo, querido Rodolfito mío! Sonaron las<br />

campanadas de medianoche.<br />

—¡Las doce! exclamó Emma. ¡Vámonos, ya es mañana! ¡Un día más!<br />

Rodolfo se levantó para marcharse; y como si aquel gesto fuese la señal de<br />

su fuga, Emma exclamó, de pronto, con aire jovial:<br />

—¿Tienes los pasaportes?<br />

—Sí.<br />

—¿No olvidas nada?<br />

—No.<br />

—¿Estás seguro?<br />

—Segurísimo.<br />

—Es en el Hotel de Provence, donde me esperarás, ¿verdad?… a<br />

mediodía…<br />

Rodolfo hizo un gesto de afirmación con la cabeza.<br />

—¡Hasta mañana! —dijo Emma en una última caricia.<br />

Y le miró alejarse.<br />

Rodolfo no miraba hacia atrás, Emma corrió detrás de él inclinándose a la<br />

orilla del agua entre malezas:<br />

—¡Hasta mañana! —exclamó.<br />

Rodolfo estaba ya al otro lado del río y caminaba deprisa por la pradera.

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