17.10.2013 Views

Gustave Flaubert Madame Bovary

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

En efecto, el viernes siguiente, Carlos, al poner una de sus botas en el<br />

cuarto oscuro donde guardaba su ropa, notó una hoja de papel entre el cuero y<br />

su calcetín, la cogió y leyó:<br />

«Recibido, por tres meses de clase y material diverso, la cantidad de<br />

sesenta y cinco francos. FÉLICIE LEMPEREUR, profesora de música».<br />

—¿Cómo diablos está esto en mis botas?<br />

—Sin duda —respondió ella, se habrá caído de la vieja caja de las facturas<br />

que está a la orilla de la tabla.<br />

A partir de este momento, su existencia no fue más que una sarta de<br />

mentiras en las que envolvía su amor como en velos para ocultarlo.<br />

Era una necesidad, una manía, un placer, hasta tal punto que, si decía que<br />

ayer había pasado por el lado derecho de una calle, había que creer que había<br />

sido por el lado izquierdo.<br />

Una mañana que acababa de salir, según su costumbre, bastante ligera de<br />

ropa, empezó a nevar de pronto; Carlos, que observaba el tiempo desde la<br />

ventana, vio al abate Bournisien que iba para Rouen en el cochecito del señor<br />

Tuvache. Entonces bajó para confiar al eclesiástico un grueso chal para que se lo<br />

entregara a <strong>Madame</strong> nada más llegar a la «Croix Rouge». Apenas llegó a la<br />

hospedería, Bournisien preguntó por la señora del médico de Yonville. La<br />

hostelera contestó que frecuentaba muy poco su establecimiento. Por eso,<br />

aquella misma noche, al encontrar a <strong>Madame</strong> <strong>Bovary</strong> en «La Golondrina», el<br />

cura le contó lo ocurrido, sin al parecer darle importancia, pues se puso a hacer<br />

el elogio de un predicador que por entonces hacía maravillas en la catedral y al<br />

que iban a oír todas las señoras.<br />

Pero si el cura no había pedido explicaciones, otros podrían después<br />

mostrarse menos discretos. Por lo cual Emma creyó conveniente alojarse<br />

siempre en la «Croix Rouge», de modo que las buenas gentes de su pueblo que<br />

la veían en la escalera no pudieran sospechar nada.<br />

Un día, sin embargo, el señor Lheureux la vio salir del «Hôtel de<br />

Boulogne» del brazo de León; y Emma tuvo miedo, pensando que el<br />

comerciante se iría de la lengua. No era tan tonto como para eso.<br />

Pero tres días después entró en el cuarto de Emma, cerró la puerta y dijo:<br />

—Necesito dinero.<br />

Ella declaró que no podía dárselo. Lheureux se deshizo en lamentaciones y<br />

le recordó todas las atenciones que había tenido con ella.<br />

En efecto, de los dos pagarés firmados por Carlos, Emma, hasta entonces,<br />

sólo había pagado uno. En cuanto al segundo, el comerciante, a instancias de<br />

ella, había accedido a sustituirlo por otros dos, que a su vez fueron renovados<br />

aplazando mucho la fecha de su vencimiento. Después, sacó del bolsillo una lista<br />

de artículos no pagados aún, a saber: las cortinas, la alfombra, la tela para las<br />

butacas, varios vestidos y varios artículos de tocador, cuyo valor ascendía a unos<br />

dos mil francos.<br />

Emma bajó la cabeza; Lheureux añadió:<br />

—Pero si usted no dispone de dinero, tiene «bienes».<br />

Y le indicó una pobre casucha sita en Barneville, cerca de Aumale, que no<br />

rentaba gran cosa. Antaño pertenecía a una pequeña granja vendida por el señor

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!