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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—Pero yo mismo me he visto obligado, estaba con el agua al cuello.<br />

—¿Y qué va a pasar ahora? —replicó ella.<br />

—¡Oh!, es muy sencillo, un juicio del tribunal, y después el embargo…; ¡no<br />

hay nada que hacer!<br />

Emma se contenía para no pegarle. Le preguntó suavemente si no había<br />

manera de calmar al señor Vinçart.<br />

—¡Pues sí! Estamos listos, calmar a Vinçart; se ve que usted no lo conoce;<br />

es más feroz que un árabe.<br />

Sin embargo, el señor Lheureux tenía que intervenir.<br />

—¡Escuche!, me parece que hasta ahora he sido bastante bueno con usted.<br />

Y abriendo uno de sus registros:<br />

—¡Mire!<br />

Después, recorriendo la página con su dedo:<br />

—Vamos a ver…, vamos a ver… El 3 de agosto, doscientos francos… El 17<br />

de junio siguiente, ciento cincuenta… 23 de marzo, cuarenta y seis… En abril…<br />

Se detuvo como temiendo hacer alguna tontería.<br />

—Y no digo nada de los pagarés firmados por el señor, uno de setecientos<br />

francos y otro de trescientos. En cuanto a sus pequeños anticipos, a los<br />

intereses, es para no acabar, uno se pierde, ¡ya no quiero saber nada!<br />

Emma lloraba, incluso le llamó «su buen señor Lheureux». Pero él se<br />

escudaba siempre en aquel bribón de Vinçart. Por otra parte, él no tenía un<br />

céntimo, nadie le pagaba ahora, lo explotaban, un pobre tendero como él no<br />

podía hacer anticipos.<br />

Emma se callaba, y el señor Lheureux, que mordisqueaba las barbas de<br />

una pluma, se sintió, sin duda, preocupado por aquel silencio, pues dijo:<br />

—Si al menos uno de estos días tuviera algunos ingresos… yo podría…<br />

—Además —dijo ella—, en cuanto cobre lo de Barueville… —¿Cómo?…<br />

Y al enterarse de que Langlois no había pagado todavía, pareció muy<br />

sorprendido. Después, con una voz melosa:<br />

—Y usted y yo podemos convenir, ¿dice usted?<br />

—¡Oh, lo que usted quiera!<br />

—Entonces él cerró los ojos para reflexionar, escribió algunas cifras, y<br />

declarando que se perjudicaría mucho, que el asunto era escabroso, y que se<br />

«sacrificaba», dictó cuatro pagarés de doscientos cincuenta francos cada uno,<br />

espaciados los unos de los otros en un mes de vencimiento.<br />

—¡Ojalá Vinçart se digne escucharme! De todos modos, esto está decidido,<br />

yo no pierdo el tiempo, soy claro como el agua.<br />

Después le enseñó con indiferencia varias mercancías nuevas, ninguna de<br />

las cuales, según su parecer, era digna de <strong>Madame</strong>.<br />

—¡Cuando pienso que tengo aquí un vestido a siete sueldos el metro, y<br />

buen tinte garantizado! ¡Sin embargo, hay quien se traga el anzuelo!, a la gente<br />

no se le cuenta la verdad, puede usted creerme —queriendo por esta confesión<br />

de pillería para con los otros convencerla por completo de su probidad.

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