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—Habría que azotar a esas mujeres —dijo la señora Tuvache.<br />
—¿Dónde está? —replicó la señora Caron.<br />
Pues durante aquella conversación Emma había desaparecido; después,<br />
viéndola enfilar la Calle Mayor y girar a la derecha como para ir al cementerio,<br />
se perdieron en conjeturas.<br />
—Tía Rolet —dijo al llegar a casa de la nodriza—, me ahogo…, aflójeme el<br />
corsé.<br />
Se echó sobre la cama; sollozaba. La tía Rolet la tapó con un refajo y se<br />
quedó de pie delante de ella. Después, como no contestaba, la buena mujer se<br />
alejó, cogió su rueca y se puso a hilar lino.<br />
—¡Oh!, ¡pare de una vez! —murmuró ella, creyendo escuchar el torno de<br />
Binet.<br />
—¿Quién la incomoda? —se preguntaba la nodriza—. ¿Por qué viene aquí?<br />
Había acudido allí empujada por una especie de espanto que la echaba de<br />
su casa.<br />
Acostada sobre la espalda, inmóvil y con los ojos fijos, distinguía<br />
vagamente los objetos, aunque aplicara su atención a ellos con una persistencia<br />
idiota. Contemplaba los desconchados de la pared, dos tizones humeando por<br />
las dos puntas y una larga araña que andaba por encima de su cabeza en la<br />
rendija de la viga. Por fin, fijó sus ideas. Se acordaba… un día, con León… ¡Oh,<br />
qué lejos…! El sol brillaba en el río y las clemátides perfumaban el aire.<br />
Entonces, transportada en sus recuerdos como en un torrente que hierve, llegó<br />
pronto a recordar la jornada de la víspera.<br />
—¿Qué hora es? —preguntó.<br />
Salió la tía Rolet, levantó los dedos de su mano derecha hacia el lado donde<br />
el cielo estaba más claro, y volvió despacio diciendo:<br />
—Pronto serán las tres.<br />
—¡Ah!, ¡gracias!, ¡gracias!<br />
Porque él iba a llegar. Era seguro. Habría encontrado dinero. Pero iría<br />
quizás allí, sin sospechar que ella estaba aquí; y pidió a la nodriza que fuese<br />
corriendo a su casa para traerlo.<br />
—¡Dese prisa!<br />
—Pero, mi querida señora, ya voy, ¡ya voy!<br />
Se extrañaba ahora de no haber pensado en él primeramente; ayer le había<br />
dado su palabra, no faltaría a ella; y se veía ya en casa de Lheureux presentando<br />
sobre su mesa los tres billetes de banco. Después habría que inventar una<br />
historia que explicase las cosas a <strong>Bovary</strong>. ¿Cuál?<br />
Entretanto la nodriza tardaba mucho en volver. Pero como no había reloj,<br />
Emma temía exagerar, tal vez, la duración del tiempo. Se puso a dar paseos por<br />
la huerta, paso a paso; siguió el sendero a lo largo del seto y volvió rápidamente<br />
pensando que la buena señora habría regresado por otro camino. Por fin,<br />
cansada de esperar, asaltada por sospechas que rechazaba, sin saber si estaba<br />
allí desde hacía un siglo o un minuto, se sentó en un rincón, cerró los ojos y se<br />
tapó los oídos. La barrera chirrió: ella dio un salto; antes de que hubiese<br />
hablado, la tía Rolet le dijo:<br />
—No hay nadie en su casa.