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Gustave Flaubert Madame Bovary

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—Habría que azotar a esas mujeres —dijo la señora Tuvache.<br />

—¿Dónde está? —replicó la señora Caron.<br />

Pues durante aquella conversación Emma había desaparecido; después,<br />

viéndola enfilar la Calle Mayor y girar a la derecha como para ir al cementerio,<br />

se perdieron en conjeturas.<br />

—Tía Rolet —dijo al llegar a casa de la nodriza—, me ahogo…, aflójeme el<br />

corsé.<br />

Se echó sobre la cama; sollozaba. La tía Rolet la tapó con un refajo y se<br />

quedó de pie delante de ella. Después, como no contestaba, la buena mujer se<br />

alejó, cogió su rueca y se puso a hilar lino.<br />

—¡Oh!, ¡pare de una vez! —murmuró ella, creyendo escuchar el torno de<br />

Binet.<br />

—¿Quién la incomoda? —se preguntaba la nodriza—. ¿Por qué viene aquí?<br />

Había acudido allí empujada por una especie de espanto que la echaba de<br />

su casa.<br />

Acostada sobre la espalda, inmóvil y con los ojos fijos, distinguía<br />

vagamente los objetos, aunque aplicara su atención a ellos con una persistencia<br />

idiota. Contemplaba los desconchados de la pared, dos tizones humeando por<br />

las dos puntas y una larga araña que andaba por encima de su cabeza en la<br />

rendija de la viga. Por fin, fijó sus ideas. Se acordaba… un día, con León… ¡Oh,<br />

qué lejos…! El sol brillaba en el río y las clemátides perfumaban el aire.<br />

Entonces, transportada en sus recuerdos como en un torrente que hierve, llegó<br />

pronto a recordar la jornada de la víspera.<br />

—¿Qué hora es? —preguntó.<br />

Salió la tía Rolet, levantó los dedos de su mano derecha hacia el lado donde<br />

el cielo estaba más claro, y volvió despacio diciendo:<br />

—Pronto serán las tres.<br />

—¡Ah!, ¡gracias!, ¡gracias!<br />

Porque él iba a llegar. Era seguro. Habría encontrado dinero. Pero iría<br />

quizás allí, sin sospechar que ella estaba aquí; y pidió a la nodriza que fuese<br />

corriendo a su casa para traerlo.<br />

—¡Dese prisa!<br />

—Pero, mi querida señora, ya voy, ¡ya voy!<br />

Se extrañaba ahora de no haber pensado en él primeramente; ayer le había<br />

dado su palabra, no faltaría a ella; y se veía ya en casa de Lheureux presentando<br />

sobre su mesa los tres billetes de banco. Después habría que inventar una<br />

historia que explicase las cosas a <strong>Bovary</strong>. ¿Cuál?<br />

Entretanto la nodriza tardaba mucho en volver. Pero como no había reloj,<br />

Emma temía exagerar, tal vez, la duración del tiempo. Se puso a dar paseos por<br />

la huerta, paso a paso; siguió el sendero a lo largo del seto y volvió rápidamente<br />

pensando que la buena señora habría regresado por otro camino. Por fin,<br />

cansada de esperar, asaltada por sospechas que rechazaba, sin saber si estaba<br />

allí desde hacía un siglo o un minuto, se sentó en un rincón, cerró los ojos y se<br />

tapó los oídos. La barrera chirrió: ella dio un salto; antes de que hubiese<br />

hablado, la tía Rolet le dijo:<br />

—No hay nadie en su casa.

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