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Gustave Flaubert Madame Bovary

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luces de Bengala, se entrevé la sombra del farmacéutico, de codos sobre su<br />

mesa. Su casa, de arriba abajo, está llena de carteles con inscripciones en letra<br />

inglesa, en redondilla, en letra de molde: Aguas de Vichy, de Seltz y de Barèges,<br />

jarabes depurativos, medicina Raspail, racahout 30 , pastillas Darcet, pomada<br />

Regnault, vendajes, baños, chocolates de régimen, etc. Y el rótulo, que abarca<br />

todo lo ancho de la farmacia, lleva en letras doradas: «Homais, farmacéutico».<br />

Después, al fondo de la tienda, detrás de las grandes balanzas precintadas sobre<br />

el mostrador, se lee la palabra «laboratorio» por encima de una puerta<br />

acristalada que, a media altura, repite todavía una vez más «Homais» en letras<br />

doradas sobre fondo negro.<br />

Después, ya no hay nada más que ver en Yonville. La calle única, de un tiro<br />

de escopeta de larga, y con algunas tiendas a uno y otro lado, termina<br />

bruscamente en el recodo de la carretera. Dejándola a la derecha y bajando la<br />

cuesta de San Juan se llega enseguida al cementerio.<br />

Cuando el cólera, para ensancharlo, tiraron una pared y compraron tres<br />

acres de terreno al lado; pero toda esta parte nueva está casi deshabitada, pues<br />

las tumbas, como antaño, continúan amontonándose hacia la puerta. El guarda,<br />

que es al mismo tiempo enterrador y sacristán en la iglesia, sacando así de los<br />

cadáveres de la parroquia un doble beneficio, aprovechó el terreno vacío para<br />

plantar en él patatas. De año en año, sin embargo, su pequeño campo se reduce,<br />

y cuando sobreviene una epidemia no sabe si debe alegrarse de los<br />

fallecimientos o lamentarse de las sepulturas.<br />

—¡Usted vive de los muertos, Lestiboudis! —le dijo, por fin, un día el señor<br />

cura.<br />

Estas sombrías palabras le hicieron reflexionar; le contuvieron algún<br />

tiempo; pero todavía hoy sigue cultivando sus tubérculos, a incluso sostiene con<br />

aplomo que crecen de manera espontánea.<br />

Desde los acontecimientos que vamos a contar, nada, en realidad ha<br />

cambiado en Yonville. La bandera tricolor de latón sigue girando en lo alto del<br />

campanario de la iglesia; la tienda del comerciante de novedades sigue agitando<br />

al viento sus dos banderolas de tela estampada; los fetos del farmacéutico, como<br />

paquetes de yesca blanca, se pudren cada día más en su alcohol cenagoso, y<br />

encima de la puerta principal de la posada el viejo león de oro, desteñido por las<br />

lluvias, sigue mostrando a los transeúntes sus rizos de perrito de aguas.<br />

La tarde en que los esposos <strong>Bovary</strong> debían llegar a Yonville, la señora viuda<br />

Lefrançois, la dueña de esta posada, estaba tan atareada que sudaba la gota<br />

gorda revolviendo sus cacerolas. Al día siguiente era mercado en el pueblo.<br />

Había que cortar de antemano las carnes, destripar los pollos, hacer sopa y café.<br />

Además, tenía la comida de sus huéspedes, la del médico, de su mujer y de su<br />

muchacha; el billar resonaba de carcajadas; tres molineros en la salita llamaban<br />

para que les trajesen aguardiente; ardía la leña, crepitaban las brasas, y sobre la<br />

larga mesa de la cocina, entre los cuartos de cordero crudo, se alzaban pilas de<br />

platos que temblaban a las sacudidas del tajo donde picaban espinacas. En el<br />

corral se oían gritar las aves que la criada perseguía para cortarles el pescuezo.<br />

Un hombre en pantuflas de piel verde, un poco marcado de viruela y<br />

tocado con un gorro de terciopelo con borla de oro, se calentaba la espalda<br />

30 Alimento hecho de harinas y féculas diversas, de los turcos y los árabes, y empleado<br />

también en Francia en el siglo XIX.

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