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luces de Bengala, se entrevé la sombra del farmacéutico, de codos sobre su<br />
mesa. Su casa, de arriba abajo, está llena de carteles con inscripciones en letra<br />
inglesa, en redondilla, en letra de molde: Aguas de Vichy, de Seltz y de Barèges,<br />
jarabes depurativos, medicina Raspail, racahout 30 , pastillas Darcet, pomada<br />
Regnault, vendajes, baños, chocolates de régimen, etc. Y el rótulo, que abarca<br />
todo lo ancho de la farmacia, lleva en letras doradas: «Homais, farmacéutico».<br />
Después, al fondo de la tienda, detrás de las grandes balanzas precintadas sobre<br />
el mostrador, se lee la palabra «laboratorio» por encima de una puerta<br />
acristalada que, a media altura, repite todavía una vez más «Homais» en letras<br />
doradas sobre fondo negro.<br />
Después, ya no hay nada más que ver en Yonville. La calle única, de un tiro<br />
de escopeta de larga, y con algunas tiendas a uno y otro lado, termina<br />
bruscamente en el recodo de la carretera. Dejándola a la derecha y bajando la<br />
cuesta de San Juan se llega enseguida al cementerio.<br />
Cuando el cólera, para ensancharlo, tiraron una pared y compraron tres<br />
acres de terreno al lado; pero toda esta parte nueva está casi deshabitada, pues<br />
las tumbas, como antaño, continúan amontonándose hacia la puerta. El guarda,<br />
que es al mismo tiempo enterrador y sacristán en la iglesia, sacando así de los<br />
cadáveres de la parroquia un doble beneficio, aprovechó el terreno vacío para<br />
plantar en él patatas. De año en año, sin embargo, su pequeño campo se reduce,<br />
y cuando sobreviene una epidemia no sabe si debe alegrarse de los<br />
fallecimientos o lamentarse de las sepulturas.<br />
—¡Usted vive de los muertos, Lestiboudis! —le dijo, por fin, un día el señor<br />
cura.<br />
Estas sombrías palabras le hicieron reflexionar; le contuvieron algún<br />
tiempo; pero todavía hoy sigue cultivando sus tubérculos, a incluso sostiene con<br />
aplomo que crecen de manera espontánea.<br />
Desde los acontecimientos que vamos a contar, nada, en realidad ha<br />
cambiado en Yonville. La bandera tricolor de latón sigue girando en lo alto del<br />
campanario de la iglesia; la tienda del comerciante de novedades sigue agitando<br />
al viento sus dos banderolas de tela estampada; los fetos del farmacéutico, como<br />
paquetes de yesca blanca, se pudren cada día más en su alcohol cenagoso, y<br />
encima de la puerta principal de la posada el viejo león de oro, desteñido por las<br />
lluvias, sigue mostrando a los transeúntes sus rizos de perrito de aguas.<br />
La tarde en que los esposos <strong>Bovary</strong> debían llegar a Yonville, la señora viuda<br />
Lefrançois, la dueña de esta posada, estaba tan atareada que sudaba la gota<br />
gorda revolviendo sus cacerolas. Al día siguiente era mercado en el pueblo.<br />
Había que cortar de antemano las carnes, destripar los pollos, hacer sopa y café.<br />
Además, tenía la comida de sus huéspedes, la del médico, de su mujer y de su<br />
muchacha; el billar resonaba de carcajadas; tres molineros en la salita llamaban<br />
para que les trajesen aguardiente; ardía la leña, crepitaban las brasas, y sobre la<br />
larga mesa de la cocina, entre los cuartos de cordero crudo, se alzaban pilas de<br />
platos que temblaban a las sacudidas del tajo donde picaban espinacas. En el<br />
corral se oían gritar las aves que la criada perseguía para cortarles el pescuezo.<br />
Un hombre en pantuflas de piel verde, un poco marcado de viruela y<br />
tocado con un gorro de terciopelo con borla de oro, se calentaba la espalda<br />
30 Alimento hecho de harinas y féculas diversas, de los turcos y los árabes, y empleado<br />
también en Francia en el siglo XIX.