17.10.2013 Views

Gustave Flaubert Madame Bovary

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Lo cual no impidió que, cinco días después, la tía Lefrançois llegase toda<br />

asustada gritando:<br />

—¡Socorro! ¡Se muere! ¡Me voy a volver loca!<br />

Carlos se precipitó al «Lion d'Or», y el farmacéutico que le vio pasar por la<br />

plaza, sin sombrero, abandonó la farmacia. Él mismo se presentó allí, jadeante,<br />

rojo, preocupado, y preguntando a todos los que subían la escalera:<br />

—¿Qué le pasa a nuestro interesante estrefópodo?<br />

El estrefópodo se retorcía con atroces convulsiones, de tal modo que el<br />

motor mecánico en que estaba encerrada su pierna golpeaba contra la pared<br />

hasta hundirla.<br />

Con muchas precauciones, para no perturbar la posición del miembro, le<br />

retiraron la caja y apareció un espectáculo horroroso. Las formas del pie<br />

desaparecían en una hinchazón tal que toda la piel parecía que iba a reventar y<br />

estaba cubierta de equimosis ocasionadas por la famosa máquina. Hipólito ya se<br />

había quejado de los dolores; no le habían hecho caso; hubo que reconocer que<br />

no estaba equivocado del todo; y le dejaron libre algunas horas. Pero apenas<br />

desapareció un poco el edema, los dos sabios juzgaron conveniente volver a<br />

meter el miembro en el aparato, y apretándolo más para acelerar las cosas. Por<br />

fin, al cabo de tres días, como Hipólito ya no podía aguantar más, le quitaron de<br />

nuevo el aparato y se asombraron del resultado que vieron. Una tumefacción<br />

lívida se extendía por toda la pierna, con flictenas, acá y allá, de las que salía un<br />

líquido negro. Aquello tomaba un cariz serio. Hipólito comenzaba a<br />

preocuparse, y la tía Lefrançois le instaló en una salita, cerca de la cocina, para<br />

que al menos tuviese alguna distracción. Pero el recaudador, que cenaba allí<br />

todas las noches, se quejó amargamente de semejante vecindad. Entonces<br />

trasladaron a Hipólito a la sala de billar.<br />

Y allí estaba, gimiendo bajo sus gruesas mantas, pálido, la barba crecida,<br />

los ojos hundidos, volviendo de vez en cuando su cabeza sudorosa sobre la sucia<br />

almohada donde se posaban las moscas. La señora <strong>Bovary</strong> venía a verle. Le traía<br />

lienzos para sus cataplasmas, y le consolaba, le animaba. Por lo demás, no le<br />

faltaba compañía, sobre todo, los días de mercado, cuando los campesinos<br />

alrededor de él empujaban las bolas de billar, esgrimían los tacos, fumaban,<br />

bebían, cantaban, bailaban.<br />

—¿Cómo estás? —le decían golpeándole la espalda—. ¡Ah!; parece que no<br />

las tienes todas contigo, pero tú tienes la culpa. Había que hacer esto, hacer<br />

aquello.<br />

Y le contaban casos de personas que se habían curado totalmente con otros<br />

remedios distintos de los suyos; después, para consolarle, añadían:<br />

—Es que lo escuchas demasiado, ¡levántate ya!<br />

—Te cuidas como un rey. ¡Ah!, eso no tiene importancia, ¡viejo farsante!,<br />

¡pero no hueles bien!<br />

La gangrena, en efecto, avanzaba deprisa. A <strong>Bovary</strong> aquello le ponía<br />

enfermo. Venía a todas horas, a cada instante. Hipólito lo miraba con los ojos<br />

llenos de espanto y balbuceaba sollozando:<br />

—¿Cuándo estaré curado? ¡Ah!, ¡sálveme!…, ¡qué desgraciado soy!, ¡qué<br />

desgraciado soy!<br />

Y el médico se iba, recomendándole siempre la dieta.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!