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Gustave Flaubert Madame Bovary

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<strong>Bovary</strong>, pues Lheureux lo sabía todo, hasta las hectáreas que medía y el nombre<br />

de los colindantes.<br />

—Yo, en su lugar, me desprendería de ella, y aún me sobraría dinero.<br />

Emma señaló la dificultad de encontrar comprador; Lheureux le dio<br />

esperanzas de encontrarlo; pero ella le preguntó cómo se las arreglaría para<br />

poder vender.<br />

—¿No tiene usted el poder? —le replicó él.<br />

Aquella palabra le llegó como una bocanada de aire fresco.<br />

—Déjeme la cuenta —dijo Emma.<br />

—¡Oh!, no vale la pena —replicó Lheureux.<br />

Volvió a la semana siguiente, y presumió de haber conseguido encontrar,<br />

después de muchas gestiones, a un tal Langlois, que desde hacía mucho tiempo<br />

codiciaba la finca sin ofrecer precio por ella.<br />

—¡El precio es lo de menos! —exclamó Emma.<br />

Había que esperar, por el contrario, a tantear a aquel mozo. La cosa valía la<br />

pena de un viaje, y como ella no podía hacerlo, él se ofreció para desplazarse<br />

hasta allí y ponerse al habla con Langlois. Una vez de vuelta, dijo que el<br />

comprador ofrecía cuatro mil francos.<br />

Emma se regocijó al conocer esta noticia.<br />

—Francamente —añadió él—, está bien pagada.<br />

Emma cobró la mitad del dinero inmediatamente, y cuando fue a liquidar<br />

su cuenta, el comerciante le dijo:<br />

—Me apena, palabra de honor, verla deshacerse de golpe y porrazo de una<br />

cantidad tan importante como ésta.<br />

Entonces ella miró los billetes de banco, y pensando en el número<br />

ilimitado de citas que representaban aquellos dos mil francos:<br />

—¡Cómo!, ¡cómo! —balbució.<br />

—¡Oh! —replicó Lheureux, en tono bonachón—, en las facturas se puede<br />

meter lo que se quiera. ¿Acaso no sé yo lo que es gobernar una casa?<br />

Y la miraba fijamente mientras sostenía en la mano dos largos papeles que<br />

hacía resbalar entre sus uñas. Por fin, abriendo su cartera, extendió sobre la<br />

mesa cuatro letras de cambio de mil francos cada una.<br />

—Firme esto —le dijo—, y quédese con todo.<br />

Ella protestó escandalizada.<br />

—Pero si yo le doy el sobrante —dijo descaradamente el señor Lheureux—,<br />

¿no le hago un favor?<br />

Y tomando una pluma, escribió al pie de la cuenta: «Recibido de <strong>Madame</strong><br />

<strong>Bovary</strong> cuatro mil francos».<br />

—¿Qué le preocupa si va a cobrar dentro de seis meses el resto de la venta<br />

de su barraca, y yo le aplazo el vencimiento de la última letra para después del<br />

pago?<br />

Emma se embrollaba un poco en sus cálculos, le tintineaban los oídos<br />

como si alrededor de ella sonaran sobre el suelo monedas de oro que caían de<br />

sacos rotos. Finalmente, Lheureux le explicó que un amigo suyo, Vinçart,

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