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Mi cabeza no para! Qué es el trastorno de ansiedad generalizada

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flojos, es una sensación justo en el medio de la cabeza. ¿Qué podrá ser? La

ansiedad se nos enreda con un poco de angustia y comienza a aumentar su

voltaje (intolerancia a la incertidumbre).

¿Y si nos descomponemos mal justo acá, en un lugar tan lleno de gente? ¿Y

si nos desmayamos? ¿No estaremos por tener un infarto o un accidente cerebrovascular…?

(pensamientos catastróficos).

Sí, seguro que debe ser algo así. Porque sentimos las rodillas flojas y los ojos

como hinchados. Las manos nos cosquillean también. Y se nos cruza el caso de

un conocido que terminó internado la semana pasada. ¡Dios nuestro, a esta

edad que tenemos ya nos aparecen estas cosas! Tratemos de caminar, de

respirar, a ver si se nos pasa. Ahí va…, ya estamos un poco mejor. Pero nos

damos cuenta la razón por la que veníamos tan cansados, algo no anda bien, no

nos vamos a olvidar de que en nuestra familia es común la presión alta, capaz

que es por ahí el asunto. Habrá que estar atentos (percepción aumentada de

amenazas).

El futuro sigue incierto, nadie nos garantiza salud ni estabilidad, mejor

seguir en alerta, que nada se nos escape (necesidad de control).

Superado el trance, los días subsiguientes nos encuentran débiles,

vulnerables, preocupados. El médico nos revisó de pies a cabeza y dice que

estamos bien. Pero no quedamos tranquilos, algo podría ocurrirnos en

cualquier momento y se nos cruza que puede ser muy malo. Malo e

inabordable. ¿Cómo lo vamos a soportar? ¿Cómo juntar fuerzas para pelearla?

¿Y nuestras familias, qué van a hacer…? (vivencias de indefensión).

Los elementos descriptos se estimulan y retroalimentan entre sí. La preocupación

excesiva se hace presente con todo su peso en el escenario de la conciencia, ya sea en

primerísimo plano o como ruido de fondo. La rumiación anticipatoria de inconvenientes

o calamidades gira como una cinta sinfín. La sensación de debilidad o indefensión

aumenta tanto la búsqueda o monitoreo de amenazas (si nos sentimos incapaces de

defendernos, mejor estar bien atentos) como la necesidad de control. La consiguiente

percepción distorsionada de amenazas incrementa, a su vez, el temor y la incertidumbre

(y cómo no, si encontramos señales ansiógenas por todos lados). La incertidumbre nos

marea, nos confunde, no nos deja pensar, se hace insoportable. No conseguimos

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