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Mi cabeza no para! Qué es el trastorno de ansiedad generalizada

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bellísimos escritos, dignos de ser visitados, por otra parte), entre muchas otras, estas

cuestiones del inconsciente, o lo no del todo consciente, que opera en nosotros. Su

colección de ensayos, artículos y comunicaciones excede con desmesura el campo de la

psicología y se ubica entre los principales y determinantes aportes a la historia del

pensamiento.

Pero volvamos a lo que nos trajo hasta aquí. Existen fuerzas que operan por fuera de

nuestra conciencia, o a medias en ella, sin ser notadas (o sin ser captadas con nitidez por

nosotros mismos) y ese desconocimiento acerca de su existencia y accionar les da mayor

poder. Constituyen estructuras o configuraciones a partir de los cuales sentimos,

entendemos y vivimos. Conforman el núcleo o suelo (firme y más o menos llano para

algunos, irregular o fangoso para otros) a partir del cual nos relacionamos con nosotros

mismos y con el mundo.

Comprendemos que al lector que presentaba sus quejas más arriba no le cause

demasiada gracia el asunto. Es un buen golpe al ego enterarnos de que somos

influenciados por fuerzas de las que ni siquiera tenemos mucha noticia.

Pero si decidimos ser abiertos y positivos (aunque más no sea para variar), podremos

apropiarnos de la novedad de otro modo. El descubrimiento de razones o elementos

causales de nuestros padeceres actuales debería ser tomado como si se tratara de un

puente levadizo que por fin cae a tierra, conmoviendo el suelo bajo nuestros pies,

seguido del chirrido de los goznes de las pesadas puertas que clausuraban la entrada a

una ciudad, ahora abierta a nuestro paso. Una ciudad, la de nuestro interior, que por fin

se muestra frente a nuestros ojos (un poco asustados). ¿Te vas a animar a entrar?,

parece insinuarnos. Ciudad guardada tras grandes muros, hasta entonces inexpugnables.

Ciudad de casas, recovecos y callejuelas que nos despiertan reminiscencias, sensaciones

borrosas, sorpresa, angustia y felicidad pero, sobre todo, sentido. Rincones soleados,

rincones oscuros, escenas enterradas desde no sabemos cuándo en nuestra memoria.

Paisajes fundadores de los esquemas psicológicos responsables de nuestro modo de estar

en el mundo. En el transcurrir por ese pueblo amurallado que tanto nos suena, que tan

conocido nos resulta, que tiene ese aire como familiar que no identificamos del todo,

pero sí un poco, cada tanto encontraremos (olvidadas entre el pasto de una plaza, debajo

una cama, en un dormitorio, en el cajoncito de una antigua mesa de luz), algunas de las

fichas que faltaban a nuestro, en sentido muy literal, rompecabezas.

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