Mi cabeza no para! Qué es el trastorno de ansiedad generalizada
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decirnos quizás no sea nada, imposible para nosotros considerar la posibilidad de que
puede ser una pavada, o algo no tan serio Los pensamientos catastróficos se solazan a
gusto por nuestro cerebromente. Resultado de todo lo anterior: preocupación excesiva,
expectación aprensiva, agobio.
Pero recorramos el circuito de preocupación excesiva con mayor detalle ya que me
preocupa, quizás de manera exagerada, la posibilidad de que no se haya entendido del
todo bien. Me asedian pensamientos catastróficos en los cuales multitud de lectores
arrojan la presente obra contra las vidrieras de las librerías donde la adquirieron. Dichas
librerías, en venganza, me inician juicio criminal. Para peor, el juez de turno falla en mi
contra porque había leído el libro y tampoco le gustó. Enterado de esta circunstancia
solicito se lo aparte de la causa pero la Corte Suprema hace oídos sordos, porque la
cadena de librerías está detrás y tiene más poder que yo, qué duda cabe. ¿O será que lo
habrán leído ellos también? No lo sabemos, pero volvamos a lo nuestro.
Veamos: surge en nuestra conciencia un estímulo disparador de preocupación
(ambiente tenso en el trabajo, llegada tarde de un hijo o del marido, o, por qué no, de la
esposa, alguna molestia física, etc.). Lejos de evaluar los eventuales riesgos del hecho
ansiógeno de manera correcta (tengamos presente que la objetividad no es nuestra mejor
virtud), los acicateamos con pensamientos catastróficos y nuevas y terribles ideas
conexas. El circuito de evaluación y respuesta a la percepción de amenazas, que debe
llevar al análisis de las mismas y luego a una conducta adecuada (acción o planificación
de la acción en el caso que corresponda, o cese de la ansiedad y preocupación si la
amenaza no resulta tal o no las merece) no funciona, ni por asomo, de manera correcta.
En casos así, cuando la ansiedad, los temores y la preocupación no encuentran un límite
y fluyen libremente, se puede llegar a estados de ansiedad cada vez más intensos que no
pocas veces desemboca en un verdadero ataque de pánico.
Cuando la preocupación, si bien permanente, no alcanza intensidades tan drásticas,
conseguimos seguir en funciones y en circulación por nuestros quehaceres, aún sin
abandonar del todo la atención sobre aquello que nos inquieta. Sería como estar cenando
y de charla con amigos, en una casa sobre la playa, mientras de fondo se escuchan, en
lugar de las olas rompiendo una y otra vez, nuestras especulaciones catastróficas.
Volviendo al esquema, vemos que entre el elemento disparador y el circuito de
preocupación excesiva hemos colocado una flecha de dos sentidos para mostrar que, si
bien los elementos ansiógenos ponen en marcha los engranajes de la preocupación
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