Mi cabeza no para! Qué es el trastorno de ansiedad generalizada
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en letras catástrofe y orientado hacia lo peor, pero cuando uno lee con más tranquilidad
el contenido de la nota, ahí es donde se informa de verdad (esto no siempre es así con
los diarios, pero sí debe serlo en nuestro proceso personal). Una vez cumplida esta
lectura más racional y en lo posible no tan apasionada, podremos extraer conclusiones
justas y valederas. Muchos de nosotros presentamos crónicas dificultades para tramitar
este segmento de modo eficaz. En principio, ya la palabra problema nos inunda.
Realizamos el análisis en caliente (conformando más una reacción que un análisis), no
nos detenemos a pensar que, en todo caso, no todo será blanco o negro, que la realidad
no suele ser que te salvás o te hundís. Nos imaginamos las peores cosas, los más negros
desenlaces, nos asaltan pensamientos automáticos reafirmadores de la imposibilidad de
hacer frente a la situación. No tenemos en cuenta las buenas probabilidades, esas no nos
sirven ya que considerarlas, darles valor, significaría aflojar la tensión, y ya vimos que
eso nos haría sentir aún más indefensos. Tengamos presente que al aferrarnos a la
predicción de que algo va a salir mal disminuye el espacio de incertidumbre. O sea, si ya
a priori me figuro que el asunto pinta feo, bueno..., por lo menos no voy a tener que
andar penando con la incertidumbre y, de paso, me expongo en menor medida a una
posible frustración. A ver si todavía me confío, acepto la posibilidad de un buen
desenlace y después no resulta tan así. Trabajamos entonces el asunto incluyendo aristas
imaginarias, siempre ríspidas, con nuestra capacidad de análisis distorsionada. Los
pensamientos catastróficos se nos prenden fuego en lo profundo de las neuronas y salen
disparados a toda velocidad hasta reventar contra nuestra bóveda craneal, como fuegos
artificiales fuera de control encendidos por algún familiar, bienintencionado pero inepto,
en las noches de Navidad y fin de año.
Como se ve, la noticia del problema, la toma de contacto con el mismo, lejos de poner
en marcha el análisis y evaluación de elementos, ha disparado una avalancha de
contenidos ansiosos, de alarma hecha “realidad”. A tal estado de cosas se suma el temor
a tomar un contacto más cercano con el problema. “Si me paro a pensarlo, me voy a ver
envuelto, ya no podré detenerlo”. Se ve claramente cómo la preocupación excesiva actúa
al servicio de la evitación de una interacción real con la cuestión. En la medida que nos
entretengamos con imágenes y pensamientos catastróficos cambiantes vamos a conseguir
mantenernos a distancia de la situación real, o del verdadero núcleo de la misma. De este
modo nuestro abordaje del problema será solo aparente. En realidad, la cuestión
permanecerá no trabajada a fondo, no estudiada, en definitiva no tomada en nuestras
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