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Descargar - International Committee of the Red Cross

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Marzo de 2009, N.º 873 de la versión original<br />

claro que la declaración del soberano?) y si se conoce el objetivo (la reivindicación<br />

o el diferendo), los otros elementos cobran sentido.<br />

La letalidad<br />

Después de todo, durante mucho tiempo la guerra fue la época “en que los<br />

padres entierran a los hijos”, e incluso aquella donde la tasa de decesos causados por<br />

la violencia organizada cambia los equilibrios demográficos 4 .<br />

La tecnicidad<br />

No hay guerra sin armas, es decir, sin herramientas específicas. Aunque<br />

el arma pueda servir para otras funciones —como cazar, practicar o desfilar—, en<br />

principio es una herramienta hecha para matar o, al menos, para vencer. El arma<br />

actúa sobre los cuerpos, pero también sobre las mentes sobre las cuales ejerce una<br />

coerción (en ese sentido, el arma tiene en común con los medios de comunicación<br />

el hecho de ser una herramienta que actúa sobre el cerebro humano).<br />

La simbología<br />

La noción de “símbolo” debe tomarse aquí en el sentido más general: algunos<br />

hombres comparten una creencia en ideas encarnadas por representaciones. La<br />

bandera o el uniforme, que sólo están allí para significar la patria o la pertenencia al<br />

ejército, constituyen los elementos más visibles de un vasto edificio. No hay guerra<br />

sin una comunidad que se persuada primero de su propia existencia como fuerza<br />

histórica, que no se represente al enemigo y no se convenza de que hay razones para<br />

matar o morir. Estas pueden ser muy diversas: aumentar su colección de cráneos,<br />

garantía de prestigio en algunas civilizaciones, derrocar al nuevo Hitler (Milosevic,<br />

Sadam Husein, etc.) y establecer una paz democrática universal en otras culturas.<br />

En todos los casos, para organizar esas creencias comunes que se oponen a las<br />

creencias y los símbolos del adversario, se necesitan dispositivos complejos.<br />

Evidentemente, lo que acabamos de describir es un ideal prototípico cuyas<br />

manifestaciones concretas no siempre gozan de esa claridad. De modo que aun en<br />

el apogeo de la guerra europea “tradicional”, ocurría que la guerra fuera “civil” o “de<br />

partisanos” y trastocara esas lógicas binarias. Entonces, uno de los dos actores aspiraba<br />

a un atributo que el otro le negaba (ejército de liberación o resistencia legítima<br />

del pueblo). Decía que hacía la guerra allí donde el otro —posiblemente un Estado<br />

colonial o un ocupante—sólo veía desórdenes, pillaje, insurrección y vandalismo.<br />

Pero todo terminaba regresando al orden: o bien el Estado ganaba (e inmediatamente<br />

se podía hablar de contrainsurrección victoriosa) o bien la otra parte vencía<br />

y, de ese modo, justificaba su aspiración a apoderarse de la autoridad legítima o a<br />

proclamar un Estado independiente dotado de un territorio. Una guerra para el<br />

Estado se convertía, a posteriori, en una guerra de y por el Estado.<br />

4 Gaston Bouthoul, L’infanticide différé, París, Hachette, 1970.

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