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Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...

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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />

miraron, incómodos. Pero el silencio no duró mucho rato. Pronto, el coronel, seguido <strong>de</strong>l teniente<br />

Pitaluga y <strong>de</strong> un civil vestido <strong>de</strong> oscuro, avanzó hacia el ataúd y <strong>los</strong> tres estuvieron contemplándolo un<br />

momento. El coronel tenía cruzadas las manos sobre el vientre; su labio inferior avanzado ocultaba el<br />

labio superior y sus párpados estaban entrecerrados: era la expresión reservada a <strong>los</strong> acontecimientos<br />

graves. El teniente y el civil permanecían a su lado, este último tenía un pañuelo blanco en la mano. El<br />

coronel se volvió hacia Pitaluga, le dijo algo al oído y ambos se aproximaron al civil, que asintió dos o<br />

tres veces. Luego regresaron a la parte posterior <strong>de</strong> la capilla. Entonces, la mujer reanudó el murmullo.<br />

Aun <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que el teniente les indicó que salieran al patio, don<strong>de</strong> esperaba la segunda sección para<br />

reemplazar<strong>los</strong> en la guardia, continuaron escuchando el lamento <strong>de</strong> la mujer.<br />

Salieron uno por uno. Giraban sobre el sitio y, en puntas <strong>de</strong> pie, avanzaban hacia la puerta. Echaban<br />

miradas furtivas hacia las bancas, con la esperanza <strong>de</strong> <strong>de</strong>scubrir a la mujer, pero se lo impedía un grupo<br />

<strong>de</strong> hombres -había tres, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> Pitaluga y el coronel-, que permanecían <strong>de</strong> pie, muy serios. En la<br />

pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, frente a la capilla, se hallaban <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> la segunda, también en uniforme y con<br />

fusiles. Los <strong>de</strong> la primera formaron unos metros más allá, al bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l <strong>de</strong>scampado. El brigadier, la<br />

cabeza metida entre <strong>los</strong> dos primeros <strong>de</strong> la fila, observaba si el alineamiento era correcto. Luego, se<br />

<strong>de</strong>splazó hacia la izquierda para contar el efectivo. El<strong>los</strong> esperaban, sin moverse, hablando en voz baja<br />

<strong>de</strong> la mujer, el coronel, el entierro. Después <strong>de</strong> unos minutos comenzaron a preguntarse si el teniente<br />

Pitaluga <strong>los</strong> había olvidado. Arróspi<strong>de</strong> seguía subiendo y bajando a lo largo <strong>de</strong> la formación.<br />

Cuando el oficial salió <strong>de</strong> la capilla, el brigadier or<strong>de</strong>nó atención y fue a su encuentro. El teniente le<br />

indicó que llevara la sección a la cuadra y Arróspi<strong>de</strong> volvía la cabeza para or<strong>de</strong>nar la marcha, cuando <strong>de</strong><br />

la cola brotó una voz: "falta uno". El teniente, el brigadier y varios ca<strong>de</strong>tes volvieron la vista; otras voces<br />

repetían ya: "sí, falta uno". El teniente se aproximó. Arróspi<strong>de</strong> recorría ahora las columnas a toda<br />

velocidad y, para mayor seguridad, contaba <strong>los</strong> efectivos con <strong>los</strong> <strong>de</strong>dos. "Sí, mi teniente, dijo al fin;<br />

éramos 29 y somos 28. " Entonces, alguien gritó: "es el poeta". "Falta el ca<strong>de</strong>te Fernán<strong>de</strong>z, mi teniente",<br />

dijo Arróspi<strong>de</strong>. "¿Entró a la capilla?", preguntó Pitaluga.”Sí, mi teniente. Estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí." "Con tal<br />

que no se haya muerto también", murmuró Pitaluga, haciendo un gesto al brigadier para que lo siguiera.<br />

Lo vieron apenas llegaron a la puerta. Estaba en el centro <strong>de</strong> la nave -su cuerpo les ocultaba el ataúd,<br />

pero no las coronas-, el fusil algo la<strong>de</strong>ado, la cabeza baja. El teniente y el brigadier se <strong>de</strong>tuvieron en el<br />

umbral. "¿Qué hace ahí ese pelotudo?, dijo el oficial: sáquelo en el acto." Arróspi<strong>de</strong> avanzó y al pasar<br />

junto al grupo <strong>de</strong> civiles, su mirada cruzó la <strong>de</strong>l coronel. Hizo una venia, pero no supo si el coronel le<br />

contestó, porque volvió el rostro <strong>de</strong> inmediato. Alberto no se movió cuando Arróspi<strong>de</strong> lo tomó <strong>de</strong>l brazo.<br />

El brigadier olvidó un momento su misión para echar una mirada al ataúd: estaba cubierto también en la<br />

parte superior <strong>de</strong> una ma<strong>de</strong>ra negra y lisa, que remataba en un cristal empañado, a través <strong>de</strong>l cual se<br />

distinguía borrosamente un rostro y un quepí. <strong>La</strong> cara <strong>de</strong>l Esclavo, envuelta en una venda blanca,<br />

parecía hinchada y <strong>de</strong> color granate. Arróspi<strong>de</strong> sacudió a Alberto. "Todos están formados, le dijo, y el<br />

teniente te espera en la puerta. ¿Quieres que te consignen?" Alberto no respondió; siguió a Arróspi<strong>de</strong><br />

como un sonámbulo. En la pista <strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, se les acercó el teniente Pitaluga. "So cabrón, dijo a Alberto,<br />

¿le gusta mucho 1 eso <strong>de</strong> mirar la cara a <strong>los</strong> muertos?" Alberto tampoco respondió y siguió caminando<br />

hacia la formación, don<strong>de</strong> ocupó su puesto, dócilmente, bajo la mirada <strong>de</strong> sus compañeros. Varios le<br />

preguntaron qué había ocurrido. Pero él no les hizo caso ni pareció darse cuenta minutos más tar<strong>de</strong>,<br />

cuando Vallano, que marchaba a su lado, dijo en voz bastante alta para que oyera toda la sección: "el<br />

poeta está llorando".<br />

Ya está sana pero se ha quedado para siempre con su pata chueca. Debe haberse torcido algo <strong>de</strong> muy<br />

a<strong>de</strong>ntro, un huesecito, un cartílago, un músculo, he tratado <strong>de</strong> en<strong>de</strong>rezarle la pata y no había manera,<br />

está dura como un gancho <strong>de</strong> hierro y por más que jalaba no la movía ni un tantito así. Y la Malpapeada<br />

comenzaba a llorar y a patalear así que la he <strong>de</strong>jado tranquila. Ya medio que se ha acostumbrado.<br />

Camina un poco raro, cayéndose a la <strong>de</strong>recha y no pue<strong>de</strong> correr como antes, da unos brincos y se para.<br />

Es natural que se canse muy pronto, sólo tres patas la sostienen, está lisiada. Para remate fue la <strong>de</strong><br />

a<strong>de</strong>lante, don<strong>de</strong> apoyaba su cabezota, ya nunca será la perra que fue. En la sección le han cambiado <strong>de</strong><br />

nombre, ahora le dicen la Malpateada. Creo que se le ocurrió al negro Vallano, siempre anda poniendo<br />

apodos a la gente. Todo está cambiando, como la Malpapeada, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que estoy aquí es la primera vez<br />

que pasan tantas cosas en tan pocos días. Lo chapan al serrano Cava tirándose el examen <strong>de</strong> Química,<br />

le hacen su Consejo <strong>de</strong> Oficiales y le arrancan las alfombras. Ya <strong>de</strong>be estar en su tierra el pobre, entre<br />

huanacos. Nunca habían expulsado a uno <strong>de</strong> la sección, nos ha caído la mala suerte y cuando cae no<br />

hay quien la pare, así dice mi madre y estoy viendo que no le falta razón. Después, el Esclavo. Qué<br />

salmuera, no sólo por el balazo en la cabeza, encima lo operaron no sé cuántas veces, y encima morirse,<br />

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