Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
marcialidad y sin ruido, pero con precisión- habían distinguido, tras el murmullo, movimientos o voces<br />
instantáneas, la presencia <strong>de</strong> otra gente en la capilla, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> la mujer que se quejaba. No podían<br />
mirar sus relojes: estaban en posición <strong>de</strong> firmes, a medio metro <strong>de</strong> distancia uno <strong>de</strong> otro, sin hablar.<br />
Cuando más, volvían ligeramente la cabeza para observar el ataúd, pero sólo alcanzaban a ver la<br />
superficie negra y pulida y las coronas <strong>de</strong> flores blancas. Ninguna <strong>de</strong> las personas que estaban en la<br />
parte anterior <strong>de</strong> la capilla se había acercado al ataúd. Probablemente lo habían hecho antes que el<strong>los</strong><br />
llegaran y ahora se ocupaban <strong>de</strong> consolar a la mujer. El capellán <strong>de</strong>l colegio, con un insólito rostro<br />
contrito, había pasado varias veces en dirección al altar; regresaba hasta la puerta, sin duda se<br />
mezclaba unos instantes al grupo <strong>de</strong> personas, y luego volvía a recorrer la nave, <strong>los</strong> ojos bajos, el rostro<br />
juvenil y <strong>de</strong>portivo contraído en una expresión a<strong>de</strong>cuada a la atmósfera. Pero a pesar <strong>de</strong> haber pasado<br />
tantas veces junto al ataúd, ni una sola vez se había <strong>de</strong>tenido a mirar. Hacía rato que estaban allí; a<br />
algunos les dolía el brazo por el peso <strong>de</strong>l fusil. A<strong>de</strong>más, hacía calor: el recinto era estrecho, todos <strong>los</strong><br />
cirios <strong>de</strong>l altar estaban encendidos y el<strong>los</strong> vestían <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> paño. Muchos transpiraban. Pero se<br />
mantenían inmóviles, <strong>los</strong> talones unidos, la mano izquierda pegada al muslo, la <strong>de</strong>recha en la culata <strong>de</strong>l<br />
fusil, el cuerpo erguido. Sin embargo, esta gravedad era reciente. Cuando, un segundo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />
haber abierto la puerta <strong>de</strong> la cuadra con <strong>los</strong> puños, Urioste dio la noticia (un solo grito ahogado: "¡El<br />
Esclavo ha muerto!") y vieron su rostro congestionado por la carrera, una nariz y una boca que<br />
temblaban, unas mejillas y una frente empapadas <strong>de</strong> sudor y, tras él, sobre su hombro, alcanzaron a ver<br />
el rostro <strong>de</strong>l poeta, lívido y con las pupilas dilatadas, hubo incluso algunas bromas. <strong>La</strong> voz inconfundible<br />
<strong>de</strong>l Ru<strong>los</strong> clamó, casi inmediatamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l portazo: "a lo mejor se ha ido al infierno, uy,<br />
mamita". Y unos cuantos lanzaron una carcajada. Pero no eran las risas salvajemente sarcásticas <strong>de</strong><br />
costumbre -aullidos verticales que ascendían, se congelaban y durante unos segundos vivían por su<br />
cuenta, emancipados <strong>de</strong> <strong>los</strong> cuerpos que <strong>los</strong> expelían-, sino unas risas muy cortas e impersonales, sin<br />
matices, <strong>de</strong>fensivas. Y cuando Alberto gritó: "si alguien hace una broma más, le saco la puta que lo<br />
parió", sus palabras se escucharon nítidamente: un silencio macizo había reemplazado a las risas. Nadie<br />
le respondió. Los ca<strong>de</strong>tes permanecían en sus literas o ante <strong>los</strong> roperos, miraban las pare<strong>de</strong>s malogradas<br />
por la humedad, las <strong>los</strong>etas sangrientas, el cielo sin estrellas que <strong>de</strong>scubrían las ventanas, <strong>los</strong> batientes<br />
<strong>de</strong>l baño que oscilaban. No <strong>de</strong>cían nada, apenas se miraban entre el<strong>los</strong>. Luego continuaron or<strong>de</strong>nando<br />
<strong>los</strong> roperos, tendiendo las camas, encendieron cigarril<strong>los</strong>, hojearon las copias, zurcieron <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong><br />
campaña. Lentamente, se reanudaron <strong>los</strong> diálogos, aunque tampoco eran <strong>los</strong> mismos: había<br />
<strong>de</strong>saparecido el humor, la ferocidad y hasta las alusiones escabrosas, las malas palabras. Curiosamente,<br />
hablaban en voz baja, como <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l toque <strong>de</strong> silencio, con frases medidas y lacónicas, sobre todos<br />
<strong>los</strong> temas salvo la muerte <strong>de</strong>l Esclavo: se pedían hilo negro, retazos <strong>de</strong> tela, cigarril<strong>los</strong>, apuntes <strong>de</strong><br />
clases, papel <strong>de</strong> carta, copias <strong>de</strong> exámenes. Después, dando ro<strong>de</strong>os, tomando toda clase <strong>de</strong><br />
precauciones, evitando tocar lo esencial, cambiaron preguntas -"¿a qué hora fue?"- e hicieron<br />
consi<strong>de</strong>raciones laterales -"el teniente Huarina dijo que lo iban a operar otra vez, a lo mejor fue durante<br />
la operación"; "¿nos llevarán al entierro?". Luego se abrieron paso caute<strong>los</strong>as manifestaciones emotivas:<br />
"jo<strong>de</strong>rse a esa edad, qué mala suerte"; "mejor se hubiera quedado seco ahí mismo, en campaña; está<br />
fregado eso <strong>de</strong> estar muriéndose tres días"; -faltaban sólo dos meses para terminar, eso se llama ser<br />
salado". Eran homenajes indirectos, variaciones sobre el mismo tema y gran<strong>de</strong>s interva<strong>los</strong> <strong>de</strong> silencio.<br />
Algunos ca<strong>de</strong>tes permanecían callados y se contentaban con asentir. Después sonó el silbato y salieron<br />
<strong>de</strong> la cuadra sin precipitarse, or<strong>de</strong>nadamente. Cruzaron el patio hacia el emplazamiento y se instalaron<br />
calmadamente en la fila; no protestaban por la colocación, se cedían <strong>los</strong> sitios unos a otros, se alineaban<br />
con sumo cuidado y, por último, se pusieron en posición <strong>de</strong> firmes por su propia voluntad, sin esperar la<br />
voz <strong>de</strong>l brigadier. Y así cenaron, casi sin hablar: sentían que en el anchísimo comedor, <strong>los</strong> ojos <strong>de</strong><br />
centenares <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes se volvían hacia el<strong>los</strong> y escuchaban <strong>de</strong> vez en cuando, voces que salían <strong>de</strong> las<br />
mesas <strong>de</strong> <strong>los</strong> <strong>perros</strong> -"Ésos son <strong>los</strong> <strong>de</strong> la primera, su sección"- y había <strong>de</strong>dos que <strong>los</strong> señalaban.<br />
Masticaban <strong>los</strong> alimentos sin empeño, ni disgusto, ni placer. Y a la salida respondieron con monosílabos<br />
o cortantes groserías a las preguntas <strong>de</strong> <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes <strong>de</strong> las otras secciones o <strong>de</strong> <strong>los</strong> otros años, irritados<br />
por esa curiosidad invasora. Más tar<strong>de</strong>, en la cuadra, ro<strong>de</strong>aron a Arróspi<strong>de</strong> y el negro Vallano dijo lo que<br />
todos sentían: "anda dile al teniente que queremos velarlo". Y se volvió a <strong>los</strong> otros y añadió: "al menos,<br />
me parece a mí; como era <strong>de</strong> la sección, creo que <strong>de</strong>beríamos". Y nadie se burló, algunos asintieron con<br />
la cabeza, otros dijeron: "claro, claro". Y el brigadier fue a hablar con el teniente y regresó a <strong>de</strong>cirles que<br />
se pusieran <strong>los</strong> uniformes <strong>de</strong> salida, guantes incluido, y que lustraran <strong>los</strong> zapatos y formaran una media<br />
hora <strong>de</strong>spués con fusiles y bayonetas, pero sin correaje blanco. Todos insistieron en que Arróspi<strong>de</strong><br />
volviera don<strong>de</strong> el teniente a <strong>de</strong>cirle que el<strong>los</strong> querían velarlo toda la noche, pero el teniente no -aceptó.<br />
Y ahora estaban allí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hacía una hora, en la in<strong>de</strong>cisa penumbra <strong>de</strong> la capilla, escuchando el quejido<br />
monótono <strong>de</strong> la mujer, viendo <strong>de</strong> reojo el ataúd, solitario en el centro <strong>de</strong> la nave y que parecía vacío.<br />
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