Vargas Llosa, Mario - La ciudad y los perros - Centro Peruano de ...
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<strong>La</strong> Ciudad y <strong>los</strong> Perros <strong>Mario</strong> <strong>Vargas</strong> <strong>L<strong>los</strong>a</strong><br />
VIII<br />
Entraron <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l almuerzo como una inundación. Alberto <strong>los</strong> sintió aproximarse: invadían el<br />
<strong>de</strong>scampado con un rumor <strong>de</strong> hierbas pisoteadas, repiqueteaban como frenéticos tambores en la pista<br />
<strong>de</strong> <strong>de</strong>sfile, bruscamente en el patio <strong>de</strong>l año estallaba un incendio <strong>de</strong> ruidos, centenares <strong>de</strong> botines<br />
<strong>de</strong>spavoridos martillaban contra el pavimento. De pronto, cuando el sonido había llegado al paroxismo,<br />
las dos hojas <strong>de</strong> la puerta se abrieron <strong>de</strong> par en par y en el umbral <strong>de</strong> la cuadra surgieron cuerpos y<br />
rostros conocidos. Escuchó que varias voces nombraban instantáneamente a él y al Jaguar. <strong>La</strong> marea <strong>de</strong><br />
ca<strong>de</strong>tes penetraba en la cuadra y se escindía en dos olas apresuradas que corrían, una hacia él y la otra<br />
hacia el fondo, don<strong>de</strong> estaba el Jaguar. Vallano iba a la cabeza <strong>de</strong>l grupo <strong>de</strong> ca<strong>de</strong>tes que se le acercaba,<br />
todos hacían gestos y la curiosidad relampagueaba en sus ojos: él se sentía electrizado ante tantas<br />
miradas y preguntas simultáneas. Por un segundo, tuvo la impresión que iban a lincharlo. Trató <strong>de</strong><br />
sonreír pero era en vano: no podían notarlo, la venda le cubría casi toda la cara. Le <strong>de</strong>cían: "drácula",<br />
"monstruo", "Franquestein",”Rita Hayworth". Después fue una andanada <strong>de</strong> preguntas. Él simuló una<br />
voz ronca y dificultosa, como si la venda lo sofocara. "He tenido un acci<strong>de</strong>nte, murmuró. Sólo esta<br />
mañana he salido <strong>de</strong> la clínica." "Fijo que vas a quedar más feo <strong>de</strong> lo que eras", le <strong>de</strong>cía Vallano,<br />
amistosamente; otros profetizaban: "per<strong>de</strong>rás un ojo, en vez <strong>de</strong> poeta te diremos tuerto". No le pedían<br />
explicaciones, nadie reclamaba pormenores <strong>de</strong>l acci<strong>de</strong>nte, se había entablado un tácito torneo, todos<br />
rivalizaban en buscar apodos, burlas plásticas y feroces. "Me atropelló un automóvil, dijo Alberto. Me<br />
lanzó <strong>de</strong> bruces al suelo en la Avenida 2 <strong>de</strong> Mayo." Pero ya el grupo que lo ro<strong>de</strong>aba se movía, algunos<br />
se iban a sus camas, otros se acercaban y reían a carcajadas <strong>de</strong> su vendaje. Súbitamente, alguien gritó:<br />
“apuesto que todo eso es mentira. El Jaguar y el poeta se han trompeado". Una risa estentórea<br />
estremeció la cuadra. Alberto pensó con gratitud en el enfermero: la venda que ocultaba su rostro era<br />
un aliado, nadie podía leer la verdad en sus facciones. Estaba sentado en su cama. Su único ojo<br />
dominaba a Vallano, parado frente a él, a Arróspi<strong>de</strong> y a Montes. Los veía a través <strong>de</strong> una niebla. Pero<br />
adivinaba a <strong>los</strong> otros, oía las voces que bromeaban sobre él y el Jaguar, sin convicción pero con mucho<br />
humor. "¿Qué le has hecho al poeta, Jaguar?", <strong>de</strong>cía uno. Otro, le preguntaba:- "¿poeta, así que peleas<br />
con las uñas, como las mujeres?". Alberto trataba ahora <strong>de</strong> distinguir, en el ruido, la voz <strong>de</strong>l Jaguar, pero<br />
no lo lograba. Tampoco podía verlo: <strong>los</strong> roperos, las varillas <strong>de</strong> las literas, <strong>los</strong> cuerpos <strong>de</strong> sus<br />
compañeros bloqueaban el camino. <strong>La</strong>s bromas seguían; <strong>de</strong>stacaba la voz <strong>de</strong> Vallano, un veneno<br />
silbante y pérfido; el negro estaba inspirado, <strong>de</strong>spedía chorros <strong>de</strong> mordacidad y humor.<br />
De pronto, la voz <strong>de</strong>l Jaguar dominó la cuadra: " ¡basta! No frieguen". De inmediato, el vocerío <strong>de</strong>cayó,<br />
sólo se oían risitas burlonas y disimuladas, tímidas. A través <strong>de</strong> su único Ojo -el párpado se abría y<br />
cerraba vertiginosamente-, Alberto <strong>de</strong>scubrió un cuerpo que se <strong>de</strong>splazaba junto a la litera <strong>de</strong> Vallano,<br />
apoyaba <strong>los</strong> brazos en la litera superior y hacía flexión: fácilmente el busto, las ca<strong>de</strong>ras, las piernas se<br />
elevaban, el cuerpo se encaramaba ahora sobre el ropero y <strong>de</strong>saparecía <strong>de</strong> su vista; sólo podía ver <strong>los</strong><br />
pies largos y las medias azules caídas en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>n sobre <strong>los</strong> botines color chocolate, como la ma<strong>de</strong>ra <strong>de</strong>l<br />
ropero. Los otros no habían notado nada aún, las risitas continuaban, huidizas, emboscadas. Al escuchar<br />
las palabras atronadoras <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong>, no pensó que ocurría algo excepcional, pero su cuerpo había<br />
comprendido: estaba tenso, el hombro se aplastaba contra la pared hasta hacerse daño. Arróspi<strong>de</strong><br />
repitió, en un alarido: "¡alto, Jaguar! Nada <strong>de</strong> gritos, Jaguar. Un momento". Había un silencio completo,<br />
ahora, toda la sección había vuelto la vista hacia el brigadier, pero Alberto no podía mirarlo a <strong>los</strong> ojos:<br />
las vendas le impedían levantar la cabeza, su ojo <strong>de</strong> cíclope veía <strong>los</strong> dos botines inmóviles, la oscuridad<br />
interior <strong>de</strong> sus párpados, <strong>de</strong> nuevo <strong>los</strong> botines. Y Arróspi<strong>de</strong> repitió aún, varias veces, exasperado: "¡alto<br />
ahí, Jaguar! Un momento, Jaguar". Alberto escuchó un roce <strong>de</strong> cuerpos: <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes que estaban<br />
tendidos en sus camas se incorporaban, alargaban el cuello hacia el ropero <strong>de</strong> Vallano.<br />
-¿Qué pasa? -dijo, finalmente, el Jaguar- ¿Qué hay Arróspi<strong>de</strong>, qué tienes?<br />
Inmóvil en su sitio, Alberto miraba a <strong>los</strong> ca<strong>de</strong>tes más próximos: sus Ojos eran dos péndu<strong>los</strong>, se movían<br />
<strong>de</strong> arriba abajo, <strong>de</strong> un extremo a otro <strong>de</strong> la cuadra, <strong>de</strong> Arróspi<strong>de</strong> al Jaguar.<br />
-Vamos a hablar -gritó Arróspi<strong>de</strong>- Tenemos muchas cosas que <strong>de</strong>cirte. Y en primer lugar, nada <strong>de</strong> gritos.<br />
¿Entendido, Jaguar? En la cuadra han pasado muchas cosas <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que Gamboa te mandó al calabozo.<br />
-No me gusta que me hablen en ese tono -repuso el Jaguar con seguridad, pero a media voz; si <strong>los</strong><br />
<strong>de</strong>más ca<strong>de</strong>tes no hubieran permanecido en silencio, sus palabras apenas se hubiesen oído- Si quieres<br />
hablar conmigo, mejor te bajas <strong>de</strong> ese ropero y vienes aquí. Como la gente educada.<br />
No soy gente educada -chilló Arróspi<strong>de</strong>.<br />
"Está furioso, pensó Alberto. Está muerto <strong>de</strong> furia. No quiere pelear con el Jaguar, sino avergonzarlo<br />
<strong>de</strong>lante <strong>de</strong> todos."<br />
-Sí eres educado -dijo el Jaguar- Claro que sí. Todos <strong>los</strong> miraflorinos como tú son educados.<br />
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